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El olor a trigo se expande por todo el lugar, como si tuviese vida propia y más para alguien tan perspicaz como él, a veces suele preguntarse si se tratará de una maldición.

—¿Por qué me has traído aquí?

—Quiero que veas algo.

—¿Algo como qué?

Lo mira con soslayo; no parece una mirada materna, no lo acuna con sus sentidos ni le sonríe con bondad. Es una mirada filosa que parece querer cortarle la yugular. Él no conoce lo que es la amabilidad, así que no se entristece, solo calla cuando debe.

Sigue preguntándose qué hace en los campos de trigo tan tarde; debería estar durmiendo. Si bien él no conoce lo que es el amor, siente algo muy parecido cuando se cierne la luna sobre el imponente cielo y relaja su cuerpo en la comodidad de su cama. Él ama dormir, morir por un rato.

—¿Sabes que hay una forma de ser más poderoso?, un poder inimaginable...

—Ajá.

—Si supieras lo que es el poder en este mundo, no fueras tan indiferente. ¿Qué digo? Si supieras el poder que tienes en tus manos, todo sería distinto.

—Comprendo.

Ella sonríe con cierta impaciencia y mira el enorme vacío que parece haber en la oscuridad. Espectante, no inquieta; de hecho, él nunca ha visto a su "madre" (¿?) inquieta, asustada o atemorizada. Su rostro siempre permanece inexpresivo, serio, y solo salen a relucir las arrugas de su cara cuando sonríe con burla o pisotea a los condenados que no le agradan.

A ella le divierte; a él le aburre.

Es entonces cuando un movimiento en el trigo alerta a madre e hijo. El último entra en alerta, como se le ha enseñado a estar, y ella permanece tranquila, mirando hacia la dirección desde donde ha venido.

—Milenka.

Los dos miran la dirección desde donde ha salido la voz masculina, y junto a él está una chica.

Pero el no se detiene a mirar al hombre, a sus sentidos no parece importarle.

Y se le hace imposible explicar qué siente cuando observa su cabello oscuro como el carbón, adornar su pálido rostro. No sabe qué es lo que siente cuando ve sus ojos verdes, que parecen haberle clavado una estaca en el pecho. Sus labios rojos sonríen con un deje de malicia implícita en la curva con forma de corazón que ellos exhiben. No comprende por qué en su pecho algo duele, la garganta se le hace pequeña, ni entiende por qué su cuerpo se queda helado cuando de sus labios sale:

—Hola, mi nombre es Vannesa.

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⏰ Última actualización: Oct 22 ⏰

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