«Y si renazco en otra vida, te buscaré hasta donde no te imaginas porque puedo vivir sin ti, pero no quiero hacerlo. Así que, por favor, espérame hasta que llegue a tu lado».
-Parte X.
Compilación de One-shots y drabbles para participar en el Flufft...
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Karamatsu no tenía nada, no era nadie y nadie lo buscaba. No recordaba quién era, ni de dónde era. No tenía familia, no tenía amigos y mucho menos una pareja que lo quisiera encontrar en caso de que él desapareciera. Así había sido durante el otro tiempo y durante este tiempo. Lo único que tenía era la pequeña casita a las orillas del reino Akatsuka y la vieja armadura de un caballero del castillo; por lo demás, él estaba completamente solo.
Constantemente se preguntaba quién era, cómo es que no podía recordar gran parte de su pasado e incluso porqué tenía ese sentimiento de vacío en su pecho. Muchos días podía pasarlos así, simplemente viendo como salía el sol del Este y se ocultaba por el Oeste. Pensando qué demonios había ocurrido durante los últimos años o tratando de saber porqué ya no encajaba. No compartía con nadie sus ideas o sus palabras, ni siquiera sus desayunos o sus cenas. Simplemente existía para estar oculto de los demás, siendo rechazado y olvidado; llegando a pensar que era mejor estar así, a tener que estar sintiendo que las personas ocasionaron que él perdiera todo.
Pensó, incluso, que lo que le restaba de vida solo sería dedicada a estar alejado de las personas, observando al reino Akatsuka desde un tronco roto o viendo como había un nuevo día, un nuevo atardecer o una nueva noche. Él ya había tenido una "vida" feliz que duró 20 años por lo que muy a penas recordaba, su suerte se había agotado y ahora no tenía que estar en contacto con alguien más. No había razones ni motivaciones para ello.
Sin embargo, nada de lo que planeaba o esperaba se cumplió.
Sucedió un día de primavera cuando apareció un tipo de pintas verduzcas extravagantes en medio del bosque. Ese tipo sostenía firme un bastón de madera con un cristal roto, maldiciendo su mala suerte y tropezando de vez en cuando con las raíces elevadas de los árboles. Karamatsu, como usualmente hacía cada diez días desde que iniciaba la primavera hasta el otoño —porque generalmente recordaba más cosas esos días—, estaba sentado en el tronco de un árbol caído, observando cómo la capa verde ondeaba y se atoraba entre las ramas. Sonrió un poco cuando en una de esas ocasiones la capa se enredó de tal manera que mandó en retroceso al chico y mostró un cabello obscuro perfectamente ordenado debajo de la tela.
Lo vio enojarse, soltar el bastón y jalar la capa con brusquedad. Después observó cómo llevaba sus manos a su entrecejo y golpeaba el suelo con su pie tres veces antes de alzar el rostro con una mirada decidida. Por la lejanía podía decir que sus ojos se encontraron, no estaba del todo seguro pues aún su rostro y sus facies no eran legibles para Karamatsu, sin embargo, el chico tomó su bastón de nuevo y aceleró el paso después de verlo. Su capa verde se enredó más frecuentemente y se rompió por culpa de las ramas de los arbustos secos, poco a poco dejó de ser una capa pulcra y lisa, para transformarse en una roída. Pero ni por todos los obstáculos que se encontró, se detuvo.
En poco tiempo empezó a oír claramente los refunfuños de ese tipo extravagante y cuando estaban a unos diez metros de distancia, el tipo quejumbroso alzó la mirada. Le mostró a Karamatsu una mirada más verde que el follaje de los arbustos, una mirada que era decidida, llena de miedo, pero de una valentía que le apretó el pecho. Esos ojos, de una manera extraña, tenían también dolor y alivio en sus pupilas. El tipo de capa verde lo señaló con el bastón, mostrando en su dirección la piedra rota.