uno

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—El moreno.

Elevé la mirada al instante. Automáticamente dedos gruesos me jalaron del cabello para que bajara la cabeza. El simple acto causó que un tirón doloroso y caliente bajara por todo mi cuello.

—No mires —gruñó una voz rasposa detrás de mí. Mi corazón palpitó con fuerza, y respiré pesadamente cuando me empujaron para que diera un paso. Había a mi alrededor una lluvia de feromonas, dulces, agrias, amargas por completo. Miré mis pies contra el mármol del suelo, podía notar a los otros detrás de mí, esperando que el siguiente llamado no fuera suyo.

—El albino —mi corazón se aceleró más. Mis mejillas se pusieron coloradas, calientes, cuando sentí los silenciosos pasos de otro a mi lado. Sus pies eran más grandes que los míos, blanquecinos, tenía cadenitas de oro atadas en los tobillos y pude notar la sombra que hizo contra todo mi cuerpo. Era alto, de huesos grandes, supuse. Su olor iba desde los cítricos más frescos a las rosas recién florecidas que escapaban de mis poros.

El mismo hombre que me empujó se paró frente a nosotros. No vi su rostro, ni siquiera sabía cómo era, simplemente reconocí el tamaño y las cicatrices de su gran mano. Extendió los dos puños.

—El rojo gana y el blanco pierde, elijan —tuve la necesidad de mirar a mi costado, con mi pálido compañero se encontraba. Automáticamente él eligió el puño de la izquierda y yo sentí que el corazón me daba un vuelco cuando el puño se abrió y el escarlata del cristal reveló la verdad—. Cuarta vez que ganas, Vincent, me parece que el jefe te tiene de favorito... y tú, Laramie, abre la boca.

—Una vez más... por favor —susurré, la gruesa mano me tomó de la muñeca y jaló. Me resistí y sentí otra tomarme de la nuca, era suave, caliente. Pude oír la voz de aquel, de Vincent.

—Te oirá... haz lo que te dicen —me tragué las ganas de llorar. Abrí la boca apenas y el hombre de gruesas manos metió dentro de mí el polvillo que había dentro del cristal blanco. El gusto fue amargo, ácido, tanto que sentí un burbujeo extraño en mi boca. El calor ardió en mis mejillas y me doblé al intentar expulsarlo de mí. Vincent me cubrió la boca, callado. Los pasos de decenas de Omegas que hacían fila empezaron a retroceder, a buscar un sitio en aquel gran lugar. Miré a mis costados con los ojos acuosos, veía sombras, oía susurros. Las luces se apagaron, generando el terrible sonido de los interruptores bajando a la fuerza. Solo dejaron una, suave, pálida.

—Que el rojo se encuentre con el blanco —se oyó. Fue una voz suave, delicada. La misma voz que se oía siempre desde lejos, ahí, en aquella habitación donde estuve siempre. No conocía el rostro de nadie, no sabía quiénes eran... no pensé que me llamaría a mí, entre tantos. Cuando Vincent elevó mi mentón, traté desesperadamente de buscar el rostro de alguien a mi alrededor. De buscarlo a él, al que llamaba, al que podía vernos de cuerpo entero y decidir quién participaba del show.

—Laramie —fue un susurro, mi cuello se giró con rapidez tal que el músculo dio un tirón ardiente por toda la zona. Me ardían las mejillas, el cuerpo. Miré a Vincent con grandes ojos. El primer rostro, el primero cuerpo ajeno que veía en mi vida. Era grande como había pensado, de hombros anchos, cuerpo pálido. Tenía el cabello largo hasta el cuello, blanco como la luz. Igual que sus cejas, sus pestañas. Sus ojos eran de un azul intenso que me miraban de igual manera. No era la primera vez de Vincent. Él había estado en la luz cuatro veces, lo oí, escuché su nombre siendo susurrado.

Lo escuché ganar y tomar a cuatro de los míos. Sollozos, jadeos, gritos ahogados. Todo. Sabía cómo actuaba, cómo los otros se enorgullecían de él. Y ahora estaba yo ahí, ahora era yo quien estaría para que él gane de nuevo la gloria de los otros, los que mandaban.

DevoradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora