Amor en Londres

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Acto I|El deseo de volverte a ver
25 marzo de 1517

Las mañanas eran frías en Francia, Danner había conseguido un pequeño trabajo con anfitrión en un club, seguía viviendo en el mismo hotel, su vida no había cambiado mucho, al fin y al cabo, habían sido solo dos meses, pero aún así se había dispuesto a olvidar a Dana, su tía y Mateo, su supuesto primo, le habían mandado diferentes cartas amenazantes respecto a su integridad física y a su libertad, pero el le hizo poco caso, estaba cansado de esos dos que se habían dedicado a hacerle la vida un infierno, ya no iba a dejar que eso pase, estaba cansado.

Al mirarse al espejo en la mañana se había percatado de las grandes ojeras que agrandaban sus ojos avellanas, ese cansancio que tanto había luchado por cubrir ahora yacía con toda fuerza en su exterior, hoy era entregas de correo, tenía que recibir un poco de dinero por parte de su tia, la duquesa, para una venta de una propiedad en las afueras de Francia.

-¿Que haces viéndote en el espejo, idiota?-Sebastián se reía al ver cómo Danner se apreciaba a si mismo en el reflejo.

-¡Callate!- carcajeaba y lo saludaba con un apretón de manos al viejo portero- ¿Tienes mi correo?- el mayor acertó y le pasó algunas cartas.

Las divisaba mientras veía algunas deudas, hasta pillar la carta de Andrea, saco el dinero sin antes leer la advertencia de su tía, "No se te ocurra volver a Londres", se había pasado el mes escribiendo esa tonta frase, entre sus manos había otro sobre con un nombre conocido en el, Marie Menacho Magne, la abrió enseguida, le parecía raro, no había pensando mucho en estos meses en Dana , pues el hacerlo solo le generaba un hueco en su estómago y ganas de soltar lágrimas, tenia la esperanza de que en algún momento la pelinegra apareciera en su puerta con su voz chillona y su sonrisa de oreja a oreja, con sus cintas en su cabello, con su vivaz luz y sus ganas por vivir, su hambre por soñar, era lo que más extrañaba de ella, era una pequeña luz en toda la oscuridad que Danner sentía.

Para el Sr. Anzoátegui

Buenos días Danner, no se si lo leerá en la mañana pero esto es lo más convencional, le escribo para comunicarle que mi sobrina, Dana, está en un estado crítico, pensábamos que iba a librar está tragedia, pero no ha sido asi, el doctor no le da más de una semana de vida, quería comunicarle porque hasta donde tenía entendido ustedes compartían una gran cercania.
Con aprecio Marie.

Las manos del joven castaño le temblaron al leer cada palabra en ese trozo de papel, sus ojos se cristalizaron y miraba con desden una y otra vez esa carta, su amigo le había preguntado en repetidas ocasiones si estaba bien pero el solo hacía caso omiso, en su mente pasaban cada recuerdo que tenía de la azabache, en el baile de bienvenida de su primo, en ese paseo tonto en la lluvia, en ese jardín de luciérnagas, recordaba el olor de Dana, lo hermoso que era la cercanía de la joven, el ruido de su sonora risa, esa tarde desastrosa de otoño en la que Dana lloro, en la que el le rompió sus esperanza e ilusiones, todo paso como una ráfaga de viento que ahora no cesaba porque Dana no iba a estar más aquí, no iba a estar más en este mundo.

Danner solo salió del hotel, trataba de respirar lento y despacio pero era imposible, cada uno de sus soluciones eran impulsivas, no podía ir a Londres Andrea se lo prohibía, lo había jodido demasiado y el lo sabía, pero era Dana, no podía pensar en aunque sea no verle por última vez su rostro.

Sus piernas dolían por el arduo correteo, se limpiaba algunas lágrimas con las cartas arrugadas en sus manos, trataba de que el dolor no le consumiera, trataba de tener un poco de fe de que no era tarde, que iba a ingresar en ese tren y al llegar a Londres iba a estar ella, iba a estar esa Dana que recordaba, rezaba para que así fuera.

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