Violetas al amanecer II

Violetas al anochecer II

Violetas al anochecer II

La estaba esperando en la panadería Mordiscos Express, ubicada en la Avenida Oriental con Argentina. La vio bajarse del bus, con su uniforme verde a cuadros. No se inmutó. Esperó a que lo buscara entre la multitud de personas que se bajaban, pasaban por ahí o esperaban también el bus de regreso a Bello. Cuando lo vio sentado, se acercó rápidamente y le plantó un beso en la mejilla, con un poco de pena, al sentir que le estaba faltando a una autoridad de su institución. Pero él le recriminó y le devolvió un enorme beso en la boca que le dejó el sabor a café de sus labios calientes.

La tomó de la mano y caminaron por la Avenida Oriental rumbo al puente peatonal del Centro Comercial Villanueva. Subieron por ahí, sintiéndose dos tortolitos y ella se dejaba llevar, mientras conversaban situaciones triviales como el hecho de él querer saber sobre las peripecias a las que había tenido que recurrir para escaparse del Colegio, a lo que ella le contestó que no se subió al transporte y todo lo que había tenido que hacer para encontrar la manera de hacer de las suyas y lograr el propósito de sentirse una mujer adulta, con las condiciones apropiadas para asumirse como una mujer madura y libre de preocupaciones.

Pese a todo ello, sentía el nerviosismo de la locura que acababa de cometer y se imaginó la reacción de sus padres si se llegaran a enterar del romance en el que recién se había metido.

Sentía su mano fuerte y grande ante la suya, la niña, apretó la suya cuando vio venir en sentido contrario a un habitante de calle que, en otra ocasión le había alcanzado a tocar la vagina mientras se encontraron de frente y salió corriendo. Le apretó la mano para sentirse más segura; pero no le comentó el incidente. Se lo guardó para ella sola.

Ingresaron al Centro Comercial y la llevó al baño, donde se puso la ropa que llevaba en el morral. Se desencantó un poco al verla con el bluyín apretado a su cuerpo, la blusa, blanca escotada, y los tenis deportivos que usaba para las clases de educación física. Prefería más la presentación estudiantil que le daba ese tinte de inocencia y juventud. Pero le satisfacía saber que seguía siendo niña, hasta el día de hoy, pensó.

Siguieron caminando y cruzaron la calle La Paz e ingresaron por Barbacoas. La niña se sintió más asustada al ver una calle tan desolada y le dolió el terror en su estómago al sentirse como si estuviera entrando en la boca del lobo. El hombre la llevó a una puerta sin aviso y tocó el timbre. La niña, llena de pánico le dijo que se fueran de allí, que no le gustaba el sitio. El hombre le dijo que se tranquilizara que estaba con él y mientras estuvieran juntos, no le pasaría nada.

Ella insistió en no querer entrar, cuando abrieron la puerta y vio ese pasillo con parejas sentadas a lado y lado esperando el turno para encontrar una habitación desocupada, mientras se besaban y acariciaban, sintió que la miraban sus padres en señal de recriminación.

Lo soltó y salió despavorida en dirección al parque Bolívar. Cuando el hombre la alcanzó tomándola de la mano, de nuevo, la tranquilizó y le dijo que encontraría otro lugar más presentable. Desandaron el camino en dirección al Centro Comercial Villanueva y la condujo hasta la Avenida Venezuela, allí, en la esquina, encontró una casa vieja. Tenía una entrada con un portón de madera al fondo, golpeó la puerta y tan pronto abrieron no la dejó ni mirar, antes la jaló con su mano al interior, pagó los diez mil pesos de la pieza del primer piso.

Disfrutó de su desnudez y ella, con la timidez y la valentía por delante, se dejó poseer, sintiendo el dolor de la penetración; pero sin lamentarse, pues quería que él sintiera el amor que le estaba entregando en agradecimiento por hacerla feliz.

Estuvieron toda la mañana metidos en el cuarto, amándose una y otra vez, sobre la sábana, ahora bermeja de mapas inentendibles. La joven, perdió también, la noción del tiempo. Estaba junto al hombre que, por primera vez la había tratado como una mujer, no como la niña que odiaba como la veían sus padres.