¡ único !

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Y ahí estaba de nuevo.

¿Cuántas veces había estado de la misma forma? ¿Quizás de cinco a diez en lo que iba de semana? Uhm, sí, probablemente.

Había sido una semana dura, evaluaciones por aquí, algún que otro proyecto por allá, asignaciones y asignaciones; era una fortuna total que el fin de semana hubiese llegado por fin. Si había dormido veinte horas en toda la semana, podría decirse que hasta era una fortuita exageración.

Aún considerando todo esto, y que sus oportunidades de respirar con tranquilidad eran inmensamente escasas por culpa de sus profesores, no dejó de intentar una y otra vez lo mismo. Justo como hacía en ese instante, a las cuatro y veintiuno de la mañana del domingo, sentado en su escritorio y redactando un escrito del cual ya no recordaba qué número de intento suponía.

Se había despertado de repente, soñando —como tantas veces— con hechos terriblemente espantosos que no le dejaban volver a dormir en ocasiones. Alguien que por favor le ayudara a dejar de soñar con muertes, secuestros y el fin del mundo; él lo necesitaba, anhelaba, imploraba con urgencia.

Viéndose sin poder volver a pegar un ojo en esa fría y tranquila hora, decidió que era un buen momento para intentar su reciente objetivo. Que no era más que redactar una buena carta de amor para declararse a su crush de ya más de un año.

Cliché. Demasiado cliché hasta para él.

No obstante, pensaba que el escribir, y la literatura en general, era lo que mejor se le daba. Así que, aprovechando esa cualidad, pensó que era la mejor forma para expresar sus sentimientos entre tantas que su mente ideó.

Pero uff, Hwang Hyunjin era un modesto de primera. ¿Literatura siendo lo mejor que se le daba? Las personas que lo conocían podían afirmar el mismo hecho de otras muchas actividades que el azabache de cabello algo largo practicaba.

Baile, canto, rap, dibujo, cocina, manualidades, deportes... (nótese los puntos suspensivos como una oración con múltiples variantes y posibilidades sin finales). Todas características del mismo joven que embelesaba a todos a su alrededor, sin contar su promedio de estudio rebosante en altas calificaciones, su puesto como presidente estudiantil, su exuberante, amable y bondadosa personalidad y corazón, y su increíble atractivo visual.

Afirmativamente. El chico perfecto y codiciado por todos.

¿Entonces qué hacía el de lunar bajo el ojo tan frustrado y dudando de sus capacidades mientras escribía la misma carta por doceava (por poner un número) vez?

Sencillo. Estaba tan perdidamente enamorado de ese chico un año menor con apariencia de zorrito, de esos ojos alargados y oscuros, de esa sonrisa perfectamente brillante, y de esa confiada y dulce presencia, que sus sentidos y neuronas parecían estáticas quedar cada que una imagen —por más efímera que fuera— de su persona cruzaba por su mente.

Desde que lo vió por primera vez pensó que era realmente lindo, mas nunca imaginó que estaría prácticamente babeando por el joven de tiernos rulos sobre esos oscuros cabellos en un futuro próximo.

Yang Jeongin era el chico que lo hacía suspirar con sólo pronunciar su nombre y sentir su mirada encima.

Estuvieron interactuando por meses, Hyunjin no creía que podrían considerarse siquiera amigos porque mucha cercanía ciertamente no había, pero con esas cortas conversaciones y sonrisas regaladas no pudo evitar —por más que lo intentó— caer por el menor.

Cada que tenía oportunidad intentaba hablarle con tal de escuchar ese ¡Hey, Hyunjin-hyung!  salir de esos lindos labios con esa meliflua y animada voz, de sentir esos pequeños ojos sobre él, de ver esa sonrisa con hoyuelos de cerca, de emocionarse con la idea de no ser invisible para Yang Jeongin.

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