Se dice que a través de los antiguos señores, dios no había dado nombre a ningún animal de su creación. Luego de darse cuenta, anunció que haría una fiesta en la que habría una carrera, y en cuanto los animales fueran llegando a la meta, les asignaría uno. Todos correrían por igual sin que importara su condición.
En el mundo se encuentra un ave cuyo plumaje es colorido y de larga cola; este sobre sale entre los demás animales. Su perfección estaba sólo en lo físico, pues esta ave tenía un gran defecto: era muy dormilón. Cuando se anunciaba la fiesta y dicha carrera, se quedó dormida.
Una ocasión otro animal le dijo:
—Si sigues así, no te darán un nombre.
Luego de eso, dicha ave molesta por el comentario, ideó un plan para no quedarse sin él. Pasaron los días y encontró uno ideal:
—Si me duermo a mitad de camino, seguramente escucharé a mis compañeros cuando pasen, entonces despertaré rumbo a la meta.
Llegó el día y estaba listo y antes que saliera el sol avanzó a mitad del camino. Lo que no contaba es que había la posibilidad de que no escuchara a sus compañeros. Todos los demás animales concluyeron satisfactoriamente su carrera y de Dios, recibieron su respectivo nombre. El ave despertó y seguía pensando que todo marchaba según lo estimado. Después de unos momentos mientras volaba, se dio cuenta que la velocidad ya no era la misma y para su sorpresa ya no contaba con muchas de sus plumas lo que le dificultaba su vuelo.
Llegó con Dios y este le pidió una explicación sobre su tardanza, ésta le dijo la verdad y el todo poderoso le sentenció:
—Como castigo, te quedarás sin tu plumaje y además, a partir de ahora, despertarás al resto de los animales cuando salga el sol. Desde ese momento su cola, la cual sólo le quedaban dos plumas, sirven de manecillas para que nunca más se le haga tarde.