Paz

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Desde hacía un tiempo, la observaba desde la distancia. En silencio, veía sus progresos constantes, sintiendo el orgullo inundando su cuerpo completo, sin ser consciente de que todo ese proceso se debía, en gran parte, gracias a él.

La noticia de la muerte de Asta fue desoladora, chocante, cruel e injusta, pero también completamente inverosímil. Y Gauche jamás pensó que la primera persona en declarar que ni un solo integrante de los Toros Negros creía que el chico hubiese abandonado el mundo fuera Grey. Lo dijo alto, claro, sin siquiera titubear ni un instante. Había progresado tanto en los últimos tiempos que aún no podía creer que fuera la misma persona que se solía esconder tras otras apariencias.

No sabía el motivo de su vergüenza extrema y tampoco quería tomarse licencias que no podía tener o que no consideraba que le perteneciesen. Si ella algún día quería contarle, estaría bien, la escucharía, la apoyaría y le recordaría una y otra vez sin descanso que era perfecta tal y como era, que no necesitaba esconderse tras una fachada cualquiera porque era única, bella y cálida.

Habían pasado muchos meses desde que se dio cuenta de que la amaba. Lo hizo poco tiempo después de volver del Reino de la Pica, porque su mente no podía dejar de mostrarle imágenes de su compañera, porque sus sueños estaban llenos de su rostro sonrojado o sonriente, porque sus ojos no dejaban de observar sus pasos, sus movimientos, sus tropiezos y sus virtudes. Sin embargo, seguía mirándola con un filtro de imposibilidad, que le impedía decirle lo que de verdad sentía.

¡Y eso que él siempre había sido alguien sin filtros! Pero, claro, todo cambia con ciertas personas y Gauche se sorprendió a sí mismo sintiendo unos nervios desorbitados cada vez que pensaba en decirle algo tan sencillo como «me gustas». Siempre lo meditaba, se decidía, pero nunca parecía un buen momento, porque los interrumpía la presencia de alguno de sus compañeros, porque surgían mil problemas en el reino que los mantenían ocupados y separados o porque simplemente no era capaz de articular palabra alguna mientras la observaba por la noche, mirando las estrellas en el jardín trasero y con la luna brillando sobre su rostro lleno de quietud.

En el fondo, su inseguridad nacía de cierto pensamiento que le susurraba en el interior que él era muy poca cosa para Grey. Que podría arruinar su luz, su pureza, que podría corromper con su pasado y sus defectos a alguien que, quitando esa vergüenza descomunal que casi había perdido ya del todo, le parecía prácticamente perfecta.

Pero quería ser claro. Por ella, por sus propios sentimientos y para estar tranquilo. Gauche era alguien observador y sabía a ciencia cierta que Grey le correspondía, que probablemente la joven había estado enamorada de él durante mucho más tiempo, pero eso no significaba que fueran a iniciar una relación inmediatamente o que ella estuviera dispuesta a dar ese gran paso. Sabía que le costaba entregarse a las personas, que le resultaba difícil interactuar con los demás o tener conversaciones largas. Así que era más que posible que ese fuese el motivo del miedo que le nacía en el centro del pecho cada vez que se visualizaba a sí mismo confesándole su amor: el rechazo. Y además uno que sería mucho más doloroso, porque ambos se querían.

Recorrió el pasillo con las manos metidas en los bolsillos, pero se detuvo al verla. Miraba la ventana, las estrellas se reflejaban en el gris de sus ojos y él se sintió pequeño, minúsculo por completo al sentir el brillo que irradiaba todo su ser.

Se acercó hasta que Grey se dio cuenta de su proximidad. La vio girándose, sonriéndole muy tímida y tenuemente, y todo su sistema pareció paralizarse, pero solo durante un segundo.

—Gauche-kun, no te esperaba por aquí tan tarde.

El corazón de Gauche pareció temblar. Hacía mucho tiempo que ya no susurraba, que no tartamudeaba ni parecía insegura en cada palabra que sus labios, aquellos que tanto anhelaba besar, pronunciaban.

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