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LIAM

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Estaba agotado.

La noche había sido un no parar y, además, habíamos cerrado más tarde que de costumbre. Lo único que me apetecía era llegar a casa, ponerme el pijama y meterme en la cama...

Aunque no fue en la mía precisamente donde terminé el día.

Me subí al coche después de despedirme de los chicos y comprobé en el teléfono que Jessica seguía despierta; me había mandado unos cuantos mensajes desde las doce. Era casi la una, y del último solo habían pasado dos minutos.

¿Cómo vas?

Salgo ahora, en cinco minutos estoy.

Dejé el móvil en el asiento del copiloto y arranqué. Apenas había tráfico, por lo que cumplí mi promesa. Aparqué al lado de su piso y llamé al timbre. Un minuto después me encontraba delante de su puerta, esperando a que abriera. Lo hizo con una bata poco apropiada para el frío que hacía fuera, aunque enseguida me percaté de que tenía la calefacción al máximo. Tragué saliva y evité la tentación de tirarme en el sofá. Escuché cómo cerraba la puerta y me volví.

—¿Una noche dura? —me preguntó, cruzándose de brazos con un gesto afable. Suspiré y, entonces sí, me dejé caer en el brazo del sofá. Me pasé la mano por la cara y supuse que esa respuesta sería suficiente—. ¿Quieres beber algo?

Alcé la vista para encontrármela justo enfrente.

—¿Una cerveza? —Por supuesto, no iba a tomarme un café a esas horas, así que la cerveza me pareció la mejor opción para mantenerme espabilado.

Ella sonrió de lado.

—Me lo imaginaba.

Jess desapareció en la cocina y yo me recriminé mentalmente por haberle mirado el culo cuando me dio la espalda. Volvió a los pocos segundos con dos botellines abiertos.

—Gracias. —Le di un sorbo y agradecí lo fría que estaba. Por suerte había dejado el abrigo en el coche, pero seguía teniendo calor. No pude evitarlo y solté un intento de broma—: Tú y tu manía de tener siempre la calefacción a tope.

Un amago de sonrisa no tardó en salir a la luz.

—Tú y tu manía de no encenderla nunca.

Ignoré la voz que me recordaba lo que había hecho dos noches antes y bebí otro trago. Bajé la mirada y me concentré en la etiqueta; acabaría despegándola, como siempre. Fue su suspiro lo que me hizo levantar la cabeza. Se había apoyado en el mueble de la televisión, justo delante de mí, y ella también tenía la mirada perdida. Me di cuenta al momento de que me tocaba empezar a mí la conversación, también como siempre.

—¿Qué tal ha ido el día?

Jess se sorprendió y no se esforzó por disimularlo.

—Liam... ¿Por qué no hablamos de lo del martes?

«Porque estás esperando a que yo saque el tema.»

Cogí aire. Me tragué esas palabras. La miré, no solo a los ojos. Y me dije a mí mismo algo que ya sabía: Jessica era mi punto débil.

—¿Por qué vamos a hacer una montaña de un grano de arena?

Su gesto cambió, y entonces sonrió de verdad.

Ya no recuerdo exactamente qué fue lo que nos hizo discutir; conociéndonos, probablemente habría sido una tontería. Solo sé que algo nos molestó, pero de lo que sí me acuerdo es de que aquella no era la primera vez; tampoco sería la última. Jess y yo estábamos bien, aunque a veces chocábamos en aspectos que me resultaban poco importantes como para estar días sin dirigirnos la palabra. Como digo, ni siquiera recuerdo de quién fue la culpa en aquella ocasión, por lo que creí que lo más sensato sería olvidarlo.

Qué equivocado estaba.

Pero esa noche no tenía ganas de pelear.

—Los dos nos alteramos —proseguí al ver que ella no abría la boca—. No habíamos tenido un buen día y lo pagamos con el otro. Pero no fue para tanto, ¿verdad?

Jessica se mordió el labio y negó con la cabeza. El motivo por el que me había acercado a su casa en vez de ir directo a la mía se me olvidó por completo cuando dejó la cerveza en el mueble y se acercó a mí.

—No me gusta estar enfadada contigo. —Sus rodillas rozaron las mías y puso las manos en mi nuca, consiguiendo que me recorriera un leve escalofrío. En esa postura, me veía obligado a alzar un poco la cabeza para mirarla a los ojos pero, sobre todo, para no mirar a otra parte—. Me alegra que lo hayamos solucionado.

En aquel momento no quería pensar si de verdad había algo que solucionar o, por otro lado, si realmente lo habíamos hecho. En aquel momento empezaba a sobrarme el botellín.

Sus dedos dibujaban espirales en mi piel, provocándome un hormigueo que no dejaba de bajar por mi cuerpo. Pero supongo que el momento exacto en el que perdí la razón fue cuando se humedeció los labios y el cosquilleo terminó por asentarse en mi entrepierna.

Abrí un poco las piernas para que pudiera colocarse entre ellas; no tardó ni un segundo en hacerlo. Dejé la cerveza en la mesa y llevé la mano a su cintura para notar que, a pesar de llevar tan poca ropa, ella también estaba ardiendo.

—Ahora que lo hemos hablado... —susurró cada vez más cerca de mi rostro—. ¿Qué te apetece hacer?

La miré desde abajo, llevando la mano a su espalda y atrayéndola hacia mí hasta que se encontró con la respuesta.

—Eres lo bastante lista como para averiguarlo.

Sus ojos fueron hacia el punto exacto que empezaba a reclamar su atención, y sonrió de manera lasciva.

—Yo quiero ver qué esconden estos pantalones.

Imité el gesto y cogí una de sus manos para colocarla encima.

—Lo sabes perfectamente —murmuré mientras llevaba una de las mías hacia su escote—. Y, por lo que veo, creo que soy el único que lleva ropa interior.

La acaricié y sus pezones me saludaron a través de la tela. Jess soltó un gemido y cerró la mano sobre mi erección.

—Estás tardando en quitártela.

Me incorporé y la agarré del culo para levantarla un poco del suelo. Me lancé a su boca y su respuesta fue rodearme la cintura con las piernas. No me lo esperaba, pero aquello solo hizo que nuestros cuerpos se tocasen justo donde tenían que hacerlo. La sujeté con las dos manos y me moví por el salón hasta llegar a la puerta de su cuarto. Fue ella quien abrió, sin dejar de besarme, y yo volví a cerrarla con el pie. Mis piernas chocaron con la cama y me incliné hacia delante, hasta que la espalda de Jess tocó el colchón.

Me separé un poco para quitarme la sudadera, aunque ella no dudó en acercar las manos para que la camiseta que llevaba debajo desapareciera también. Se mordió el labio inferior y a mí se me puso la piel de gallina cuando me acarició el abdomen con los dedos.

—Sigues llevando mucha ropa...

Solté un bufido cuando sus manos alcanzaron el pantalón. Me separé de la cama lo suficiente como para que las dejase quietas, y ella sonrió al darse cuenta de cómo me tenía. Me quité los calcetines y las zapatillas mientras me desabrochaba el cinturón. Jess no dejaba de mirarme con esos ojos que ponía siempre cuando trataba de salirse con la suya. La bata apenas le tapaba a esas alturas, pero ella seguía jugando con el fino cordón que unía ambas partes. Negué con la cabeza, sonriendo, y ella me devolvió la sonrisa. Conseguí bajar el pantalón sin quitarme la ropa interior; a eso sabíamos jugar los dos. Dejé la ropa tirada en el suelo y volví a la cama, al parecer con más prendas de las que ella quería.

—El calzoncillo fuera... —me ordenó en un susurro que acabó convirtiéndose en un gemido cuando puse una rodilla entre sus piernas.

Me coloqué sobre ella, cogí sus dos manos con una y las llevé encima de su cabeza. Utilicé la otra para abrir del todo aquella condenada bata, lo que hizo que Jess soltara otro gemido. Al final era ella la primera en quedar expuesta, y el bulto que aún escondían mis calzoncillos se lo agradeció. Me rocé un poco y puso los ojos en blanco. Volví a sonreír; la tenía justo donde yo quería. Así que me acerqué a su oreja, le mordí el lóbulo y dije:

—Ahora voy a mandar yo.

Alas para volar ✅️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora