Capítulo 1

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Otro día comenzaba en la secreta torre de Hybern. Oí ruidos en el pasillo y corrí hacia la puerta para comprobar si padre había venido a verme. Como costumbre, no había ni rastro de él. Pensaba que hoy sería distinto, puesto que a veces solía visitarme en algunos cumpleaños. Un dolor comenzó a surgir en mi interior, incrementándose a cada latido. No podía más, pero no sucumbiría a las lágrimas; él no se las merecía. Las cuatro paredes de mis aposentos me asfixiaban cada día más e ir a pasear por los pasillos no era ningún alivio cuando no podía ver la luz del día. La había imaginado tantísimas veces y había leído tanto sobre ella como me permitían, hasta que los ojos me escocían.

Había nacido hacía 280 años en la noche más fría del invierno. El rey me culpaba de la muerte de mi madre, pues esta había fallecido mientras daba a luz. Los sanadores me sacaron de su vientre y fue un milagro que lograra sobrevivir. No obstante, me detectaron enseguida una rara enfermedad. Tenía la piel tan blanca y delicada que no podía darme ningún rayo de sol. Y de esa manera, quedé amparada de por vida, si se puede llamar así. Era la única hija heredera de Hybern, la princesa, aunque nadie sabía de mi existencia debido a mi rara patología. Padre siempre me recordaba que si se hiciera pública mi existencia lo tacharían de gobernador débil.

Ya no me quedaban más libros para leer, no al menos los que se me "permitían" leer. Tampoco tenía más ideas para dibujar. Se me daba fatal. Hubo una época en la que me encantaba coser mi propia ropa. Aprendí a hacer vestidos enormes y bellísimos, imaginándome que los llevaría algún día. Sin embargo, hice tantos vestidos que la pila empezó a quitarme más espacio del que podía soportar. Tenía la esperanza de que él viera que necesita más espacio, que necesitaba vivir más. Pero el rey los sacó todos y los quemó. Desde entonces, no había vuelto a tejer nada. Hacerlo me frustraba pero al mismo tiempo me mantenía ocupada. Me daba cierta... paz. No importaba si eran barrotes o paredes, eran lo mismo. Una prisión.

Aporreé la puerta, deseando que alguien me abriera. No obtuve respuesta. Me deslicé por la pared hasta quedar sentada y me encogí en posición fetal. ¿De verdad esto es vivir? Quisiera salir y ver el mundo, aunque solo sea un momento. Aunque sea mi último respiro. Merecería la pena.

-- ¿Leyna? -- me sobresalté -- Leyna tenemos que irnos --. Elden abrió las puertas y me miró con una cara de espanto, aterrado. Mi guardia real tenía una mano sobre el costado y una mueca de dolor. Se me encogió el estómago al verlo así, pues era como un verdadero padre para mi. Había estado ahí para mi desde que tenía uso de razón. 

-- ¿Qué ocurre? -- pregunté.

-- Lo siento. Tenemos que irnos, ahora. Coge solo lo importante. ¿Tienes la daga y el arco que te di? --. Asentí mientras me dirigía al baúl donde había escondido las armas. No entendía qué estaba pasando. ¿Irme? ¿A dónde? --. Tenemos que darnos prisa, por favor.

-- ¿A donde vamos a ir? ¿Elden? ¿Estás herido? --. Elden se tambaleó y se agarró al marco de la puerta.

-- Leyna --. Me entraron ganas de llorar, él nunca me llamada así --. Tienes que confiar en mi. Debemos actuar rápido y sin ser vistos. Solo te pido eso. Después te lo explicaré tod... --. Se atragantó, le costaba hablar.

-- De acuerdo -- susurré, ya con mi daga, mi arco y mi capa encima. Le pasé un brazo por los hombros para ayudarle a moverse. No hizo falta hablar más. Me sabía cada rincón de esta torre y sabía donde quería que fuéramos. Si íbamos a salir, debíamos hacerlo por donde entraba el rey. Un pasadizo secreto que estaba detrás de una estantería de su despacho. No sabía donde terminaba pero no podíamos salir por la puerta principal tan campantes.

El pasillo estaba muy poco iluminado ya que era muy temprano y las ventanas eran tan altas que entraba solo una rendija de luz. Las habían construido con magia para que no dejara pasar la luz del sol hasta donde yo estaba. Por suerte no nos encontramos con otros guardias. Ibamos más lento de lo normal por la herida en el costado de Elden. Pero conseguimos llegar al despacho. Me dispuse a abrir la puerta pero cuando giré mi mano no se movió ni un ápice. Miré a Elden, aterrada. Él no dijo nada, solo dio un golpe con la cuna de su pistola en el pomo de la puerta, arrancándola.

-- Corre. No tardarán en venir -- me dijo. Entré en la habitación y tiré del libro del que él me había hablado. Me había confesado un secreto del rey y yo creí en ese momento que era una muestra de confianza. Me equivoqué. Tal vez era por si algún día tenía que huir de ahí. El pasadizo apareció y terminó de abrirse, dando paso a unas escaleras sin final, sumidas en la oscuridad. No me asusté, estaba muy acostumbrada al color negro. No conocía otra cosa.

Elden me dio la mano y comenzamos a bajar lentamente. No había barandilla... si nos caíamos no habría nada más. Moriríamos por unas estúpidas escaleras. ¿Es que a nadie se le ocurrió poner una maldita barandilla? Los escalones se iban ensanchando muy poco a poco. Esto me pilló desprevenida y casi tropiezo pero mi guardia me sostuvo.

-- Gracias --. Me apretó el hombro con la mano a modo de respuesta. Estaba empezando a ver algo. Algo que nunca había visto. Era un rectángulo como el de las ventanas altas de la torre, pero a medida que avanzábamos, se iba haciendo más grande y me costaba más ver. No podía ver, estaba cegada. Me detuve.

-- No... no puedo.

-- Vayamos poco a poco. Tu vista se adaptará. Es como el fuego. Ya queda menos.

-- Elden. ¿Esto no me hará daño? Es luz. Luz solar --. Me giré hacia él y lo miré a los ojos. Gracias a la leve luz ya podía verlo. Me miró con cara de sufrimiento. No. No era dolor, era más bien compasión. ¿Sentía... compasión por mi? Mi pulso se aceleró aún más pero seguí moviéndome, caminando hacia la luz. No pude formar ninguna imagen, apoyada en la pared para no desplomarme. Era muy molesto y veía como estrellitas que no se movían. Hasta que mi visión empezó a adaptarse. Y ya no era solo un rectángulo, estaba distinguiendo colores verdes. Oh, dios mío. Estaba viendo colores que no estaban en un libro ni en mis cuadros. Estaba viendo árboles a lo lejos, el cielo azul, las nubes... Mi felicidad no podía ser mayor. No sabía si estaba a salvo pero... pero al verlo sabía que merecía la pena. Podía morir si era en medio de esos árboles.

-- ¿Se puede saber a donde creéis que vais? -- dijo Lord Daemyn.

Pero ya había salido. Ya estaba a la luz del sol. Y era una sensación maravillosa. No me arrepentía de nada y no me importaba cargar con las consecuencias. No pensaba volver a la oscuridad.

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⏰ Última actualización: Jun 06, 2023 ⏰

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Una corte de sombras y fuego #FANFICDonde viven las historias. Descúbrelo ahora