Cosas del hogar

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Aquella fue una perfecta mañana para salir de compras luego de dejar el desayuno preparado.

—¡¿Shinazugawa?! ¡Hey, ¿eres Shinazugawa?!

Oh, diablos.

—Eh, hola.

—¡Hombre! ¡Hace años que no nos veíamos!

Sí. Muchos años.

Genya Shinazugawa ya no era más un mocoso de 15 años, ahora era un hombre de casi 30. Ya no vestía esas botas de pandillero negras sino más bien un par de tenis color blanco. Se había olvidado de los pantalones rasgados, negros y de mezclilla; actualmente optaba por una mezclilla más bien azul, sin ningún distintivo o señal maltrato. Tampoco portaba esas camisetas negras que dejaban ver sus tatuajes, que con el paso del tiempo, se fueron haciendo más numerosos. Usaba ahora playeras de manga larga y a veces, también sudaderas de colores claros. Su cabello, anteriormente con un corte mohicano largo y alborotado; se había hecho un corte más bien, parejo pero largo hasta sus hombros, peinado hacia atrás.

—¡Wow! ¡Mírate, Genya! ¡Ahora te ves como todo un hombre de familia! —luego de hacer ese "chiste", su amigo de la secundaria dejó de reír y lo miró con el ceño fruncido ante su silencio—. ¿La tienes?

—¿Tú no?

El tipo se rio palmeándole la espalda con fuerza; si no estuviese yendo al gimnasio cada 3 días, seguro aquellos golpes le hubiesen dolido.

—¡Qué va! Eso nunca fue para mí; sí, bueno, tengo hijos, ¡pero no me preocupa ninguno! Que sus madres los mantengan.

¿Y... eso era motivo de orgullo?

Genya suspiró.

—¿Todos ellos ya te pusieron una orden de alejamiento? —preguntó sin temor a equivocarse.

—¡Deja eso!

Eso quería decir que "sí".

—¡¿Y?! ¿Qué tipo de mujeres te atraparon a ti?

—Mujer —corrigió, hablando entre dientes—, mi esposa. Como sea, cuídate.

—¡Espera! ¡Oye, oye! Tu culito no te va a pegar si te tomas un par de cervezas con un viejo amigo, ¿o sí?

Sólo por el pasado no le volteó la cara de un puñetazo.

Genya hizo una sonrisa ladina mientras se quitaba el brazo del tipo que sólo reconocía por su cara, de sus hombros.

—No, pero tengo cosas que hacer —le respondió alejándose a pasos lentos.

El tipo insistió en no dejarlo en paz.

—¿Cómo, qué? ¿Hacer la comida? ¿Fregar pisos? ¡Vamos, Genya! Acabo de salir de prisión, un poco de hospitalidad me vendría bien.

—¿Hospitalidad?

El cuello de Genya fue abrazado apenas por el brazo del sujeto. Debido a la altura de Shinazugawa, eran pocos los que podían abrazarlo del cuello sin tener que pararse de puntas.

—Sí... escucha, mis padres me corrieron, y no tengo donde quedarme. ¿Crees que pueda dormir en tu casa un día o dos?

O sea, un año o cien.

—Lo siento, mi hermano está de visita. ¿Lo recuerdas?

—¡Oh! ¡El Filo Blanco! ¡Claro, será un gusto verlo!

—¿Seguro? Ahora es militar.

—¡¿Qué?!

—Sí, y no creo que le guste que sus hijos, que aún son unos niños, estén cerca de desconocidos. Lo siento, no hay espacio. Pero, quizás Spike pueda darte refugio.

𝐶𝑜𝑠𝑎𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝐻𝑜𝑔𝑎𝑟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora