Capitulo 1

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Kiara acarició el oscuro borde de la tumba del almirante Nelson. Contuvo la respiración en señal de reverencia mientras se imaginaba al héroe, haciendo resonar su voz en la cripta de la catedral de Myeong-dong, al pronunciar su frase más famosa: Seúl espera que todo hombre cumpla con su deber.

Desde luego, la expresión «todo hombre» incluía a las mujeres. Y, por eso, ella estaba cumpliendo con su deber, un deber que incluía a su padre, que ahora estaba muerto; a su familia, que ya no tenía qué comer; y a su tío, que sólo se había hecho cargo de los familiares que tenían que depender de él porque no le quedaba otro remedio.

Kiara se aferró a su bolso y palpó los pequeños bultos que representaban todo lo que poseía en este mundo: dos vestidos y ropa interior,  unos cuantos wones y su Biblia. Cuando la baronesa Jenie apareciera, Kiara podría seguir adelante con su plan de conseguir un marido rico.

Abandonó la espaciosa cripta y subió las escaleras hacia la nave de la catedral. Pensando que encontraría inspiración, había acordado encontrarse allí con la baronesa Jenie. Aunque tenía que reconocer que, aparte de la tumba de Nelson, el enorme edificio la intimidaba. Las enormes hileras de gigantescas piedras que se cernían sobre ella la hacían sentir insignificante. Pero eso no la inquietaba demasiado o, al menos, eso era lo que trataba de repetirse a sí misma. Su padre era un hombre alto y corpulento, que solía lanzar sus sermones desde el altar de la pequeña parroquia. Kiara estaba acostumbrada a sentirse pequeña a su lado. Aunque no esperaba que aquella sensación la siguiera hasta allí, hasta Seúl, cuando por fin había tomado las riendas de su destino.

La baronesa le había prometido presentarla en sociedad en Seúl y, además, ayudarle a encontrar un marido rico. Así que Kiara había huido de su familia el mismo día que se suponía debía hacer el equipaje para dirigirse hacia la pequeña propiedad de su tío. Le escribió una nota a su madre en la que le decía que ingresaría en un convento para no abusar de la generosidad de su tío. Y, de inmediato, se había trasladado a Seúl para comenzar aquella búsqueda, a pesar de las dudas que ensombrecían su corazón y del nerviosismo que aún ahora hacía temblar sus piernas.

Subió los últimos escalones hacia la nave central, rodeó las filas de bancos por un extremo, intentando no esconderse entre las sombras. Aparentemente lo logró porque una mujer alta y majestuosa se detuvo ante ella en el pasillo, entre los últimos bancos, y se aclaró la garganta de modo impetuoso.

Kiara se acercó a toda prisa.

- Llegas tarde.

- Lo siento -tartamudeó la muchacha mientras trataba de calmar los acelerados latidos de su corazón-. Estaba viendo la tumba de lord Ne...

- Vamos. -La baronesa, porque seguramente aquella mujer no podía ser otra que la baronesa Jenie, ni siquiera miró a Kiara, sino que deslizó rápidamente los ojos por encima de los bancos y evitó con nerviosismo mirar el altar.

- ¿Adonde vamos?

- Afuera -respondió secamente la baronesa. Kiara reconoció las señales: obviamente la mujer se sentía incómoda dentro de la iglesia, o al menos en una iglesia tan grande y que inspiraba tanto respeto como aquélla. Pero la incomodidad de la baronesa representaba una ventaja para Kiara. Se había arriesgado mucho al venir a Seúl de aquella manera. No iba a dar un paso más hasta obtener respuesta a unas cuantas preguntas.

- Antes de irnos -comenzó a decir, fingiendo una seguridad que no tenía-, quisiera saber cuáles son las condiciones de nuestro trato. Me dijeron que usted podría encontrarme un marido rico.

La baronesa entornó los ojos, frunciendo el entrecejo.

- Nada es gratis, niña. Yo me quedo con una cuarta parte de lo que te corresponda al casarte.

El arte de pecar (KTH +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora