Hana llevaba mucho tiempo sin verse tan feliz como en aquella noche, se encontraba segura de que, al cruzar la puerta principal de su hogar todo volvería a ser gris, así que respiro profundo llenando sus pulmones por última vez antes de tener que fingir nuevamente que podía con su miserable vida. Pero esta vez tenía una razón diferente para fingir, porque volvía a sus oídos como las más suaves de las caricias esa promesa que podía llenarle el corazón y podía confiar en ello. Podía confiar en él.
Ningún domingo llego tan tarde como ese día, y sabía que sus padres la verían mal por solo saber que se había escapado otra vez de la iglesia. Pero cuando llegó a la mesa donde toda su familia estaba cenando, su padre la miro con asco y su cuerpo se paralizo, más todavía cuando él bajo la mirada a su cuello que estaba segura tenía pequeñas marcas rojizas.
El asco se convirtió en algo peor, algo que le hacía helar la sangre, en odio. Y ella conocía en su propia piel cuanto podía doler el odio de su padre. Si bien esperaba que toda aquella actuación fuera como de costumbre por la noche mientras todos dormían, al oír el ruido sordo de la silla golpeando el suelo y ver en cámara lenta como su padre se acercaba a ella, supo que ese domingo, no sería como el resto.
El dolor desgarrador de su cabello siendo tirado, que aquel agarre logró arrastrar su cuerpo por el pasillo que daba a las habitaciones, los gritos de su madre sonaban como un eco de fondo, pero sabía que nadie podía salvarla. Nadie jamás pudo salvarla.
Su cuerpo golpeo contra el closet de su habitación al mismo tiempo que la puerta era cerrada, dejándola encerrada en su habitación con el monstruo que habitaba en su casa. Y Hana sabía exactamente lo que seguía, su padre se desabrocho el cinturón y sostuvo el mismo en una de sus manos mientras se acercaba a su cuerpo. En el momento que lo alzó, ella solo pudo cubrirse con su propio cuerpo. Afrontando cada golpe en su espalda, sintiendo como cada uno de ellos le desgarraban la piel.
— Me das asco.
Era el único comentario que podía oír, tal vez siquiera era su padre diciéndolo, sino su mismo cerebro culpándose por ser nuevamente victima de ello. Y en ese momento donde estaba a punto de desconectarse de su cuerpo, de dejar a su cuerpo sufrir los estragos de la ira del hombre que debía amarla más que cualquier cosa en el mundo, vio una salida. Debajo de su cama diviso algo que no debería estar allí, el bate de su hermano mayor.
No supo exactamente como tuvo la fuerza para estirar su cuerpo o en qué momento su padre había dejado de golpearla para dirigirse a la puerta nuevamente, pero luego de estirar su brazo para tomar el bate se levanto lentamente y en ese momento su mente dejo su cuerpo, y pudo verse en el momento que alzaba aquel bate para golpear con todas sus fuerzas a su padre en la cabeza. El cuerpo de este cayó al suelo de rodillas, donde recibió un nuevo golpe y termino con sus manos apoyadas en el suelo.
Las lágrimas comenzaban a cubrir su rostro mientras veía al demonio de sus peores pesadillas arrastrándose por el suelo, hasta que el tercer golpe en su cabeza hizo que dejará de moverse por completo. Fueron unos segundos de calma entre tanto dolor y enojo, hasta que el bate se soltó de sus manos y comenzó a correr por la habitación juntando las cosas que podía dentro de una mochila que estaba tirada en el suelo.
Rápidamente se colocó una chaqueta que cubría su cabeza, corriendo a la puerta de su habitación, la que abrió de golpe y no dejo de correr por el pasillo hasta la puerta principal, podía escuchar los gritos suplicantes de su madre a su espalda. Pero ya no había ninguna razón para quedarse allí.
Frente a su habitación habían quedado sus dos hermanos que se encontraban viendo como el piso de la habitación de su hermana menor estaba manchada con sangre, al igual que las paredes y el cuerpo de su padre estaba tirado en el suelo. Pero el rastro de sangre no venía de él, sino por el camino que recorrió su hermana fuera de su casa.
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Ángel
RomanceSer jóvenes e inocentes podría ser una de las mejores excusas para tomar malas decisiones. Pero existe una edad donde la noche deja de encubrir las cosas que se quieren olvidar, y los monstruos no se desvanecen con la luz del sol. Hana lo sabía muy...