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   PARTE 1 DEL LIBRO: CÓMO PERDER TU ALMA.

 Las señales de peligro habían estado allí desde el primer día en el que llegó, aún si no quiso verlas en su momento.

    Evelyn Stanpike estaba sumamente emocionada. No podía describir cómo se sentía. Sentada en la parte trasera del auto de su madre, observó pasar casa tras casa, hasta que se transformaron en edificios. La ciudad de Brentwood era aún más espléndida de lo que Dylan había dicho. Sus descripciones de las calles, los monumentos y construcciones antiguas, los museos... nada le hacía justicia a lo que sus ojos veían.

     De pequeña había vivido allí, pero su madre había decidido escapar a la quietud de un pueblo pequeño a las afueras tras la muerte de su marido. Ese día, Evelyn los había perdido a ambos. Su madre nunca había vuelto a ser la misma. Quizás nunca lo sería. Se volvió más distante. Permitió que el dolor la consumiera por dentro y frecuentemente ahogaba sus penas con una botella de alcohol.

     Evelyn sabía que, a pesar de todo, ella la amaba. Era su madre, la había traído al mundo. No podía permitir que el mero pensamiento de que ella no sintiera nada por su hija le invadiera la mente. Si Amanda le recriminaba el no ser lo suficientemente delgada, era porque seguramente le preocupaba que nadie la aceptara o la amara tanto como ella. Cada comentario sobre su apariencia era porque la quería, porque deseaba que algún día pudiera atraer al hombre que la hiciera tan feliz como su padre la había hecho a ella.

     Quizás era porque buscaba la constante aprobación de su madre, o, quizás, porque tenía miedo a negarse, pero aceptó sin discutir el momento en el que ella había decidido someter a Evelyn a una dieta estricta.

    —Es para que puedas adelgazar un poco, Evelyn. Te vendría bien —le había dicho. Y su hija había asentido de inmediato. ¿Cómo discutir contra su voluntad? Quizás debería haberlo hecho en ese momento. Porque no importaba cuánto ejercicio hiciera o la dieta que implementara, para Amanda nunca estaba lo suficientemente flaca. La mirada reprobatoria de su madre cada vez que iba al doctor y observaba el número en la balanza, la consumía. Pronto, se resignó a la decepción, porque nunca parecía hacer nada bien ante sus ojos.

    Una parte de Evelyn tenía esperanza de que las cosas cambiaran ahora que se mudarían a la ciudad. Creía que podría empezar una vida nueva y refugiarse en Dylan, su novio. No podía esperar a verlo de nuevo. Mientras Amanda siempre criticaba lo que hacía, él la llenaba de cumplidos continuamente. Amaba todo lo que hacía. Y esa era una de las cosas que más le gustaba de él. Además, por alguna razón, su madre lo aprobaba. Tal vez, eso se debía al hecho de que su familia estaba repleta de dinero. Pero eso no era todo lo que importaba, al menos no para Evelyn. Porque mientras estuviera con Dylan, las cosas estarían bien.

    La joven no se percató de que el automóvil había frenado, ni de que su madre ya se encontraba bajando las maletas del baúl.

    —Evelyn Stanpike, baja ahora mismo y ayuda a tu pobre madre con esto. No puedes esperar que yo haga todo el trabajo cuando ya soy una mujer mayor —gritó la estruendosa voz de Amanda. La muchacha se vio arrancada de su cadena de pensamiento abruptamente. Su madre no podía considerarse una mujer mayor, como muchas veces le gustaba describirse para conseguir que su hija hiciera todo el trabajo. A penas había rozado los cuarenta años de edad.

    Evelyn bajó del auto tan rápido como pudo y tomó las maletas que Amanda había dejado en el suelo, mientras la mujer entraba en la ostentosa casa. De alguna forma había conseguido volver a adquirir aquella en la que habían vivido antes de la muerte de su padre. Evelyn era demasiado pequeña cuando la tragedia había golpeado a su familia, pero ya sentía que jamás se habían ido. Había cierta familiaridad en la casa, aunque no la recordara del todo.

Los DesdichadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora