Hitokiri

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»Uta, eres la única en la que podemos confiar. ¿Entiendes la importancia de tu existencia?

Uta Tsugikuni... dentro de lo que cabía, lo entendía.

Suspirando, ahí a la orilla de un río, oyó cómo unos delicados pasos se acercaban a ella. No era normal que alguien (sobre todo alguien sin ningún tipo de entrenamiento) pudiese oírlo a él, aún si corría, pero ella podía, y lo hacía.

—Es peligroso que estés afuera, tan lejos de la posada —dijo Yorīchi Tsugikuni, su esposo desde hace un mes, a sus espaldas.

—Lo sé, señor.

Hubo un corto silencio.

—No es necesario que me llames así.

—¿Se sentiría cómodo si lo llamo por su nombre? —preguntó ella, cuya mirada estaba perdida en el agua y en las rocas al fondo—. Nos conocimos hace unos meses.

El silencio de él fue bastante claro. Es obvio que él tampoco se sentiría cómodo con tanta familiaridad a pesar de que prácticamente Uta ya era su esposa.

¿Cómo es que estaban casados si apenas se conocían?

Uta podría dar la respuesta, y es que ella había ingresado como sirvienta en la posada que daba alojamiento a aquella brigada de espadachines que se rebelaban ante el shogunato, los Ishin Shishi.

Y el hombre que le hablaba, era ni más ni menos que un temido Hitokiri; un espadachín importantísimo perfectamente capaz de cortar a más de 20 personas armadas en menos de 4 minutos; o eso se contaba.

Uta nunca lo había visto desenvainar la katana que llevaba en su cintura, pero sí sabía que él usualmente volvía a la posada lleno de sangre; la cual nunca era suya.

Y el motivo por el cual ambos ahora eran marido y mujer, era porque Yorīchi y Uta pasaron una (¡una!) noche juntos, y ahora ella estaba esperando un bebé.

Sí... por una noche.

Y sí, por eso se habían casado, porque Uta comenzó a presentar síntomas bastante temprano y el que su estómago fuese creciendo poco a poco, fue la razón del que, por poco, fuese echada a patadas de la posada siendo que (en teoría) estaba prohibido que las sirvientas se metiesen con los espadachines, y peor, se embarazasen de ellos.

Pero Yorīchi era especial, el que tuviese descendencia era algo bueno según todos los altos mandos, ya que tal vez, su vástago podría heredar su talento nato para el asesinato. Algo que ponía enferma a Uta.

Si por ella fuese, primero cometería seppuku antes que ver cómo un bebé que ni siquiera había visto, ya era considerado un futuro asesino.

Por otro lado, Yorīchi intercedió. Pidió que no se le castigase a ella por aquella noche; de hecho, él afirmó que la había tomado sin su consentimiento, cosa que no fue así, pero eso ayudó a que Uta no fuese juzgada tan duramente. Porque sí, aún con la falsa declaración del Hitokiri, había quienes decían que ella era una provocadora que se había aprovechado de él y no al revés.

Uta suspiró levantándose con cuidado, siendo sorpresivamente ayudada por Yorīchi, que la sujetó con cuidado del brazo hasta que pudo quedar derecha.

—Sólo quería tomar aire, ya vuelvo a la posada —hizo una leve reverencia hacia su esposo, con quien ni siquiera dormía, porque Yorīchi trabajaba de noche.

Se dispuso a caminar, siendo seguida por él, que, silencioso, vigilaba atento a todos lados para asegurarse de que no hubiese enemigos cerca.

—¿Has comido algo? —preguntó serio, pero de alguna forma, siempre sonaba melancólico.

𝙷𝚒𝚝𝚘𝚔𝚒𝚛𝚒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora