Zapatos de Umiko.

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Llevaba caminando horas. Disneylandia de Tokio no se iba a recorrer sola. Los zapatos acharolados de Umiko eran muy lindos a la vista, pero para nada prácticos en largas caminatas. El abrojo tenía cerdas de plástico que le raspaba el empeine y en su talón habían crecido ampollas a cada nueva hora que pasaba. 

Sus padres no la perdían de vista, habían tantas personas recorriendo las calles enrolladas del parque que sería fácil perder a la pequeña Umiko. Ella y su alegría ni se inmutaban cuando no podía llegar a ver a las princesas por los empujones que le propinaban otros transeúntes. Le dejaba espacio para que su imaginación recorriera los páramos de las posibilidades. Las princesas podían estar bailando, saludando y solo un vistazo largo como un segundo le bastaba para poder crear toda una procesión de movimientos imaginarios. 

Luego le gustaba imitarlas, cantar como ellas, saludar a las personas, girar y menearse al ritmo de las canciones que el parque ofrecía. 

Umiko fue muy paciente, era una de las características que había desarrollado en el kinder cuando esperaba que su maestra repartiera los lápices de colores. Era exasperante ver como sus compañeros podían empezar a colorear antes que ella y que usaran los colores incorrectos para colorear la piel de los dibujos. Ella estaba segura de que las personas de color violeta no existían en Tokio. Luego de pasear por el parque con su familia por mucho más tiempo del que Umiko hubiera preferido, apareció ella. Blancanieves caminaba por un camino estrecho, sosteniendo su vestido con una mano y con la otra sostenía a una cotorrita pequeña de color azul. 

Con los ojos muy abiertos observó como ella tarareaba una melodía para la cotorra y no pudo evitar la emoción. Arrastró a su madre de la mano hacia el lado de Blancanieves y ambas la saludaron con una corta reverencia. La princesa era tan grácil, sus movimientos tan delicados. Parecía una muñeca de porcelana que podría romperse en cualquier momento. Su ensimismamiento duró tanto como lo que tardó el acumulo de gente en darse cuenta de la presencia de la princesa. Pero Umiko ya había tenido más que suficiente material con el que trabajar. Volvió con su familia para continuar el recorrido según lo indicaba el mapa que sostenía su padre. Intentó caminar como Blancanieves mientras se acercaban al bosquecillo de bambú. Simulaba sostener a la cotorra en su mano y movía los brazos lentamente hacia delante y hacia atrás imitando la delicadeza con la que lo había hecho la princesa. 

En los bosques de bambú había una cafetería donde por insistencia de sus padres pararon. Tomaron te y merendaron pasteles de arroz rellenos con mermeladas de distintas frutas. No estuvo del todo mal la parada porque Mulan se paseaba por la cafetería preguntandole a los comensales si habían visto a un grillo. Umiko  examinó en un ángulo de 360 grados sus alrededores para intentar divisar al grillo antes que cualquier otro. Luego de que sus padres terminaran su merienda y que ella no lograra encontrar al grillo continuaron su caminata. Cada tanto interrumpían el sendero para subirse a alguna de las montañas rusas aptas para niños. Las montañas acuáticas eran las mejores, su madre no se subía porque no se atrevía a mojar su ropa, pero su padre la acompañaba contento. Era lindo que fuera con ella, porque por unos minutos no peleaban y Umiko podía dejar de imaginar escenarios pacíficos donde se sintiera a gusto. 

La montaña rusa parecía ir tan rápido como un avión, pasaron por debajo de cascadas artificiales y fueron rociados por cañones sorpresa que estaban escondidos entre almejas gigantes y tesoros piratas. 

Empapados pero eufóricos se dirigieron hacia su última parada, la torre de Rapunzel. Se les hizo difícil llegar por la cantidad de personas que tenían el mismo plan y porque ya estaba oscureciendo. Eventualmente lograron llegar a las escaleras. Cada uno de los escalones estaba ocupado por al menos una persona, recolectando toda la paciencia posible esperaron y ascendieron cuando pudieron. Al llegar al salón central ya sin escaleras estaban un poco más descontracturados y se mezclaron con todos los otros turistas que esperaban su turno para tomarse una foto con la princesa de la torre. Umiko dejó que sus padres hicieran la fila mientras ella se abría paso entre todas las otras personas para conseguir un poco de silencio de las discusiones de sus padres y ¿ Por qué no? Para tener un rápido vistazo de Rapunzel. Esto lo logró cuando se abrió la puerta para dejar pasar a una nueva familia para que se tomara la foto con la princesa. 

Rapunzel tenía su pelo largo, no el pelo castaño del final de la película, tenía el pelo largo y rubio del comienzo. Eso la llenó de alegría, y claramente comenzó su numerito de imitación, el cual estaba potenciado porque estaba dentro de la mismísima torre de Rapunzel. Imaginó a Pascal escurridizo corriendo entre las piernas de los turistas, trepando las plantas de las macetas y sentado en la ventana. Umiko se acercó a la ventana para poder ver dónde podía subirse pascal ahora, fue entonces cuando vio la vara de metal sobre su cabeza. La reconoció al instante. Era la vara donde Rapunzel había enganchado su cabello para poder bajar de la torre. Al fin podía jugar con algo que de verdad le pertenecía a una princesa. Sin pensarlo dos veces se subió al marco de la ventana y se agarró de la vara como si fuera un pasamanos. soltó una de sus manos para agarrar una de sus trencitas y engancharlas en la vara. No le intimidaba lo alto que estaba, podía bajar como lo hizo Rapunzel en la película. Lo que la hizo sobresaltar fue un grito desesperado que vino desde adentro de la torre. Todos los ojos de los turistas y sus padres se posaron en ella al mismo tiempo. Quiso saludar con la mano para indicar que todo estaba bien, pero sus zapatos estaban mojados todavía de la montaña rusa, lo que causó que trastabillara, su agarre se resbaló y se soltó.  



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⏰ Última actualización: Oct 11, 2022 ⏰

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