Flor encantada

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Así era yo, una chica tranquila, sin preocupaciones, no me metia en la vida de nadie, no tenía vicios ni ambiciones, así es, no tenía ambiciones ni pretendía obtener lo que toda la sociedad ansia de tener, yo no lo quería, no, no me interesaba tener cosas tan dañinas en mi vida.

Me gustaba leer, escribir cartas para luego quemarlas en la fogata que he sido cremada hace un tiempo atrás.

Mis amigas decían que era una pérdida de tiempo escribir cartas que nadie leería, yo les decía que era importante escribirlas día tras día, quién sabe si algún día desaparecería y nadie más sabría nada más de mí.
Estas cartas guiarían a mi asesino, me repetía mentalmente al guardarlas bajo llave en mi cajita plateada que almacenaba bajo la cama.

Tenía la rutina de caminar, me gustaba sentir el aire en mi rostro, al ritmo de los latidos de mi corazón por correr, sentir la caricia de la brisa cálida y suave mientras mi sudor caía al suelo junto a mis energías consumidas.

Es así, como corrí aquel día, para que no me alcanzarán los abrumadores comentarios acusativos de provocación sexual. Decían que era mi culpa que mi ropa deportiva detallara mi cuerpo y eso los provocara.

Con eso se justificaban mientras me amordazaban.

Es aquí donde pierdo la noción del espacio-tiempo, ya no siento golpes, tampoco jadeos. Solo siento ardiente mi cuerpo, es lógico. En el momento que retomo mis sentidos de tacto y olfato, noto que mi cuerpo está rodeado de diarios viejos y combustible usado. No tengo fuerzas para reclamar ayuda, tampoco logro hacer que mis cuerdas vocales emitan el desgarrador dolor que experimento, supongo que la mejor opción de por momento es cerrar los ojos y caminar junto a mi madre que tanto me reclama a lo lejos.

La extrañaba, extrañaba ver su sonrisa radiante, hacía dos años tras su muerte que no la veía, me alegra verte sonreír nuevamente mamá, vamos, déjame acompañarte mientras conservas la sonrisa.
Mientras que vos, papá, espero que la conciencia te pese junto a la de tus amigos por haberme vendido.

AristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora