El nerd rebelde

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»¡Mírala! ¡La florecita está leyendo un librito!

»¡Marica! ¡¿No quieres mamarme la verga cuando termines?!

Cuando el último de aquellos idiotas besó el suelo indeseadamente, el EX (subrayen eso con rojo, por favor) delincuente juvenil, Hakuji Soyama, o mejor dicho Akaza, le quitó a uno de esos 13 idiotas su libro de historia y lo metió a su mochila negra.

»¡No puedo permitir que Koyuki despose a un chico tan rebelde! ¡Mírate, Hakuji! ¡¿Qué te ha pasado?! —recordaba bien esa conversación con su suegro; sí, a sus 17 años ya estaba casado—. ¡No tuve ningún problema con que pintaras tu cabello de ese color! ¡¿Pero ahora peleas?! ¡¿Y usas las técnicas que yo te he enseñado, para lastimar a estudiantes inocentes?!

»¿Inocentes? Ellos siempre quieren que los lastime.

A los inocentes estudiantes les parecía divertido intentar molestarlo por su color de ojos y pestañas; además de su talento para las matemáticas, la historia y la literatura... en especial la poesía. Ahora al verle el cabello teñido se creían con la libertad de insultarlo.

Y a Hakuji le parecía divertido hacerles escupir sus propias entrañas.

El que fuese más listo que ellos y siempre cumpliese con sus tareas, no le hacía una presa fácil para los brabucones de mierda que trataban de hacerle la vida imposible. Como un escudo, no sólo arreglaba esos asuntos con los golpes, también modificando su apariencia a una menos agradable.

En medio de eso, sí, admitía que se había metido en varios problemas y durante un tiempo estuvo relacionado con ciertos personajes peligrosos, entre ellos, un estafador de grandes ligas llamado Dōma, quien era capaz de sacarle dinero hasta a un méndigo.

Pero, por dios, él realmente quería hacer las cosas bien. Por él, y por Koyuki, su amada esposa.

»¡No es excusa! —exclamó el señor Soyama cuando Hakuji trató de explicarle que él sólo golpeaba a los que trataban de molestarlo—. ¡Estoy cansado de ser llamado constantemente a la dirección! ¡Esto se acaba ahora, Hakuji! ¡O te juro...! ¡O te juro que tú y mi hija no volverán a verse!

Bajo esa amenaza, además de romper toda relación con Dōma y el resto, Hakuji ya se había desecho de la pintura en su cuerpo y había vuelto a su "apariencia normal" usando bien, incluso el uniforme escolar.

Ahora lo único que quedaba del imparable Akaza era su cabello rosado. El cual el señor Soyama le había dejado conservar.

El trato era este: "no-más-peleas-en-la-escuela".

Bien. No más peleas en la escuela. Pero el que esos idiotas fuesen atrás de él cuando el timbre sonaba, ya era otro asunto.

Vale, lo admitía.

Cuando volvió a sus clases normales, prestando atención a los profesores que ya lo consideraban un caso perdido, Hakuji le había agarrado un cierto gusto particular a la materia de historia. Pero leer libros y tener sus apuntes en orden en esta asignatura, no le quitaba su fuerza y habilidad.

Es más, patearles el trasero a los imbéciles que lo desafiaban, afuera del instituto, le ayudaba a rememorar hechos históricos de su nación, algo que le ayudaría para el examen de la siguiente semana.

—¡Hakuji!

—¿Koyuki?

Oyó a un idiota quejarse bajo sus pies.

No queriendo interrupciones, fuertemente, Akaza le pisó la cabeza, durmiéndolo en el acto.

El callejón no era oscuro debido a la luz del atardecer, pero curiosamente esa iluminación le dio a la figura delgada de Koyuki un brillo especial. Ella se acercaba corriendo, agitando su maletín, ondeando su corto cabello y esa diminuta falda escolar.

—¡Qué bien! ¡Aquí estás! —sonreía mientras lo veía; su ánimo vivaz siempre era un deleite para él. Sus ojos de pronto se desviaron a los 13 tipos en el suelo. Y a diferencia de lo que su padre creía, ella no se asustó al ver de lo que Akaza era capaz—. ¿Cuánto tiempo duraron esta vez? —le dijo divertida.

—Veinte segundos menos que la semana pasada —respondió él conteniendo un gesto de fascinación; colgándose la mochila en su hombro izquierdo—. Por cierto, tu padre no aprobaría que me preguntases eso. ¿No deberías decirme que arreglar los problemas así no es lo correcto?

Koyuki infló un poco sus mejillas, se acercó a él y se abrazó de su brazo derecho.

—Si él viese lo mucho que te esfuerzas y lo mucho que estos idiotas tratan de molestarte por todo, seguro entendería.

—Mi querida e inocente esposa usando ese lenguaje, creo que sí soy una mala influencia después de todo.

No queriendo admitir en voz alta que le excitaba verla siendo mala, le besó su coronilla.

—Estamos en la misma escuela —se rio ella—, no todo lo aprendo de ti. Mmm, en serio me gustaría que mi padre te entendiese.

—Sólo me basta con que tú me entiendas, Koyuki.

Ella soltó una risita y lo abrazó con más fuerza.

—Así como tú me entiendes a mí.

Sonrojándose un poco, él sonrió.

Ambos volvieron a casa donde no reportaron ninguna novedad.

—FIN—

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𝑬𝒍 𝑵𝒆𝒓𝒅 𝑹𝒆𝒃𝒆𝒍𝒅𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora