EL MISTERIO DE SARAH LEIGHTON

Capítulo I

   En una pequeña iglesia de Crossville (Tennesse) había aparecido detrás del altar el cadáver de una chica crucificada y colocada en posición invertida.

   Samuel Bowler, el párroco, abrió por la mañana la puerta de la iglesia y se quedó horrorizado por lo que estaba viendo. Comenzó a temblar espasmódicamente y casi se desmayó. A pesar de ello se obligó a sí mismo a acercarse hasta la chica. Tal vez aún estaba viva.

   La joven, una chica rubia de largo cabello ligeramente ondulado tenía los ojos cerrados. Un gran charco de sangre se había ido acumulando debajo de su cabeza. Tenía las manos y los pies clavados a la cruz de madera. Estaba vestida con una especie de túnica blanca que ya estaba empapada de sangre en varios lugares.

   Samuel observó que la chica no respiraba. Estaba muerta. Se dio la vuelta para no seguir contemplando tan tétrica imagen. Después extrajo su teléfono móvil del bolsillo derecho de su americana marrón. Enseguida se comunicó con la comisaría de policía.

   -Por favor, póngame con el jefe de policía. Soy el reverendo Samuel Bowler.

   -Sí, enseguida, reverendo.

   Se oyó un leve clic a través de la línea cuando la joven oficinista le pasó la comunicación con John Donnelly, el comisario.

     -Buenos días, Samuel. ¡Qué extraño es que tú me llames! ¿Ha ocurrido algo?

    -Sí. Así es, John. No te lo vas a creer. Esto es muy grave. Por favor, ven pronto. Te espero aquí, en la iglesia.

   Apenas diez minutos después el jefe de policía llegó acompañado del agente Bill Riley.

   En cuanto los dos policía entraron en la casa de Dios se quedaron anonadados. Jamás hubieran sido capaces de imaginar el macabro espectáculo que se presentaría ante ellos. Ni tan siquiera en sus más locos y absurdas pesadillas.

   Donnelly se acercó hasta el cuerpo y le tomó el pulso. No percibió ningún latido. A continuación, y antes de tomarle las huellas dactilares a la joven asesinada para su posterior identificación, telefoneó a la patóloga forense Helen Cooper, que estaba pasando unos días de vacaciones en Crossville. Estaba seguro que ante un caso tan especial no le importaría interrumpir su descanso por un día.