Me gusta el silencio, pero no cualquier silencio.
Me gusta cuando estoy en la calle y no pasa ningún coche o alguna persona.
Ese silencio refrescante, porque ya es otoño y a las ocho de la tarde ya hace un poco de frío.
También, la lluvia aterrizando en el asfalto, que hace que el olor a tierra mojada haga frente en el camino.
O simplemente, cuando los pájaros cantan y, además, se escuchan las suelas de mis zapatos al posarse en esa vieja y agrietada carretera.
Y tal vez, el sonido de mis llaves al bailar en mi bolsillo izquierdo ya que aún no he llegado a casa.