Capitulo uno

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Los gritos eran lo peor, no los gemidos de aquellas criaturas, a ese desquiciante sonido podías llegar a acostumbrarte porque, a fin de cuentas, no era más que el lamento de los muertos. Lo que a Milán Carter le hacía perder el juicio eran los gritos de las personas vivías, aquellas a la que tenía que proteger y que estaban muriendo. Todo había fallado porque no estaban preparados, creían que sí, pero era mentira, un engaño, una ilusión. Las defensas no resistieron el embiste de los muertos al otro lado, las puertas acabaron cediendo y las miles de personas que habían buscado refugio estaban muriendo delante de sus ojos; Allí fuera los muertos se contaban por decenas y tenían hambre de carne viva.

Escuchaba claramente los perturbadores gritos de auténtico terror y sufrimiento; llantos de niños y adultos, de hombres y mujeres, de compañeros que trataban salvar a toda costa a los pocos civiles que quedaban en pie.

Un hombre y una mujer pasaron corriendo frente a él; el hombre cargaba en sus hombros a un niño que no tendría más de cinco años y que no dejaba de lloriquear. Milán podía ver el miedo y la desesperación en el rostro de los tres mientras corrían intentando salvar sus vidas de la masacre que se estaba produciendo a tan solo unos metros. Lo vieron acurrucado en mitad del pasillo, tan asustado como ellos y completamente paralizado por los nervios, y ni siquiera tuvieron la decencia de lanzarle una mirada de reproche por no estar peleando, como era su deber. Sin prestarle ninguna atención siguieron corriendo hacia los vestuarios, pero Milán sabía que era una carrera inútil. Estaban muertos, estaban todos muertos. Los reanimados eran demasiados.

Como soldado su deber y el de sus compañeros era proteger a toda esa gente que estaba muriendo, pero habían fallado. Los pocos sobrevivientes que aun seguían en pie tratando de escapar solo habían ido al refugio United Force, ubicado en Decatur, Georgia, porque era el único lugar donde creyeron que estarían a salvo, pero el refugio se había convertido en una trampa mortal. Y entonces, llegado el momento de combatir a los seres, a Milán Carter le falló el valor y acabo buscando un escondite. No fue algo racional, sabía que estaba condenado, pero aun así el instinto le decía que se escondiera, que se aferrara al poco tiempo de vida que le quedaba.

Alguien había encendido fuego, lo veía arder en la oscuridad de la noche entre las gradas. El fuego acababa con ellos, pero ya era imposible acabar con todos; Los reanimados habían ganado.

Otro grupo de personas, por lo menos diez en esa ocasión, pasaron corriendo también en dirección a los vestuarios. Dos de ellos tenían manchas de sangre en los brazos, y otro se agarraba una herida reciente. Lo primero que paso por la mente de Milán fue que el herido había tenido mala suerte, pero la verdad era que todos en aquel refugio la tenían. La herida del hombre era irrelevante, pero todos iban a tener heridas similares en cuanto no quedara lugar al que correr. Él al menos ya había catado lo que los demás iban a sufrir tarde o temprano. Uno de los hombres que se encontraban cerca del herido había cogido un fusil, seguramente de un compañero caído o quizá se lo habían robado a uno que seguía en pie. Qué más daba ya, Milán sabía que si fuesen inteligentes se pegarían un tiro, sería una muerte rápida, indolora, mucho menos cruel que la que la mayoría iba a sufrir esa noche.

Nunca fue religioso, pero rezo, rezo con todas las fuerzas de las que disponía. ¿Qué otra cosa se puede hacer cuando ya no se puede hacer nada? No rezo por su vida, eso ya estaba perdido. Rezo porque alguien hubiera podido salir de aquel infierno, rezo porque los gritos se detuviesen y rezo por encontrar el valor cuando le llegara la hora.

Como si hubiera escuchado su plegaria, uno de aquellos seres apareció en el pasillo doblando la esquina. Podía jurar que Cuando aún conservaba vida debió haber sido una chica mona, con un bonito pelo castaño y un cuerpo esbelto. Pero en ese momento no era más que un cadáver andante que se tambaleaba como alguien que ha bebido demasiado, con la mirada perdida y un gesto inexpresivo perpetuo grabado en una cara demacrada por la descomposición.

The Walking Dead: la sombra de la eternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora