pecados de realeza.

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ㅤ‎El sonido del pueblo a las afueras del castillo solía empeorar cuando faltaba media hora para el medio día, el aún menor príncipe era un experto en calcular el tiempo en base al ruido que ejecutaban los vendedores en sus puestos luego de que huir de su hogar fuera una costumbre. Mirando por encima de su hombro mientras caminaba, Jisung subió su capa hasta cubrir su rubio cabello y así evitar llamar de más la atención del guardia que llevaba una buena cantidad de minutos siguiéndole el paso. El hijo mayor de la familia Seo era bastante competente en su trabajo, él sabía a la perfección que el hecho de estar fuera del castillo por mucho tiempo solo se debía a que Changbin, su escolta, era lo suficientemente agradable como para dejarlo hacerlo. Nunca se alejaba más de veinte metros, incluso cuando aceleraba el paso y se escabullía entre la gente para distraerlo, solo era un juego al que estaban acostumbrados a jugar. En cualquiera de los casos, cuando ellos ya llevaban bastante desaparecidos el hombre mayor siempre se las arreglaba para alcanzarlo silenciosamente y llevarlo de vueltas a arrastra, lo suficientemente antes para que el rey no notara la ausencia de su propio hijo.

Un caballero cargando a un niño de nobles prendas no era algo que pasara demasiado desapercibido, Jisung lo sabía a la perfección y era la razón por la que, cada vez, él tomaba diferentes rutas de escape. Esa vez, evitaba chocar con las personas que se movían en distintas direcciones, se acumulaban en puestos de comida o de diferentes accesorios que estaban a la venta y aparentaban ser de oro. El príncipe estaba tan inundado de ello que llegaba a parecerle absurdo el precio tan alto que los vendedores anunciaban sin ninguna pizca de vergüenza, aún más la desesperación de algunas personas por llevarlo antes que alguien más de manera egoísta.

Él volvió a mirar por encima de su hombro, distinguiendo el caminar agraciado de Changbin mientras iba en su dirección. No era precisamente rápido, sin embargo, tampoco era lo suficientemente lento como le habría gustado y, dispuesto a mantenerlo ocupado un rato se mezcló con los transeúntes antes de desviarse por un callejón y cambiar de dirección. Esquivó a paso rápido muchos puestos y a distintas personas que no le daban más de una mirada de desinterés antes de continuar con sus propias cosas y se escabulló múltiples veces sin dirección hasta que simplemente no pudo registrar en qué parte exacta del reino se encontraba en aquella ocasión.

La palpitante curiosidad de Jisung le llevó rápidamente a una improvisada plaza igual de concurrida que el resto de lugares que había frecuentado en los últimos minutos. El sol bañaba las casas roídas, de apariencia vieja y descuidada, teñidas de un suave tono anaranjado. El clima estaba particularmente caluroso esa mañana, el príncipe podía sentir la presión del ardor contra su frente, el sudor comenzando a formar una segunda piel algo desagradable. Los transeúntes estaban en igualdad de condiciones, las frentes brillantes, gotas saladas aglomeradas, expresión agotada, ojos que luchaban contra la luz cegadora. Todos vestían ropas ligeras y él se maldijo internamente por no haber pensado en ello dos veces, un muchacho evidentemente mejor vestido era visible en muchos aspectos. Tal vez él podría haber sido menos llamativo con una cantidad menos exagerada de prendas.

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