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i. el príncipe de hielo

LA CASA DE LOS POTTER EN GALES HABÍA SIDO CONSTRUIDA LARGO TIEMPO ATRÁS, Y HABÍA PERTENECIDO A MUCHAS OTRAS GENERACIONES DE POTTER'S ANTES DE PASAR A SER PROPIEDAD DE FLEAMONT Y EUPHEMIA. Era una casa hermosa, que en el exterior guardaba similitudes con la construcción victoriana, aunque había sido modificada por sus actuales propietarios hacía un buen tiempo en el interior—Que era una completa mescolanza de distintos estilos y épocas dependiendo de la habitación en que entraras—Y llegaba a causarte un verdadero dolor de cabeza. Al menos para Sirius. Para Remus, pasearse por las habitaciones decoradas del estilo neoclásico o el barroco, o explicar lo "asombroso y bello" que era apreciar la habitación decorada al más puro estilo del rococó francés era simplemente el paraíso. Sirius tenía que conformarse con asentir con la cabeza, y cuidar de no tirar nada que pudiera ser tan viejo como su madre—Y para Sirius, eso era decir mucho; consideraba a su madre tan antigua, que estaba seguro de que debió haber matado a algún dinosaurio con sus propias manos—.

Su habitación estaba decorada al estilo gótico. Las ventanas estaban construidas en forma de arcos ojivales, al igual que las puertas de entrada a la habitación, el armario y el amplio baño. Había una chimenea que permanecía siempre apagada en el interior, y las ventanas del baño se encontraban decoradas con vitrales que formaban ilustraciones de sirenas. La habitación tenía candelabros por doquier, lo cual Sirius consideraba innecesario; Una gran lampara de araña colgaba justo en medio de la estancia. El piso de madera crujía ligeramente al momento de pasar sobre de él—Lo cual de vez en cuando, le daba sustos de muerte en la madrugada cuando se paraba al baño—Y la habitación estaba decorada en la mayoría con negro y rojo quemado. Lo único que desentonaba con la elegante estancia eran los libros de Sirius desparramados por todos lados, su tocadiscos sobre la mesa de centro—Y los vinilos a su lado—y su chamarra de cuero que descansaba sobre el brazo del gran sillón frente a la chimenea.

Peter decía que su habitación le causaba escalofríos, pero para Sirius no podría ser más perfecta. En los días como aquel, que no tenía ganas de ver a nadie ni hacer nada más que quedarse recostado en la oscuridad de la habitación, con las cortinas corridas y nada mas que el silencio, era perfecta.

Sirius suspiró; el primer sonido que sacaba de su boca desde que se había despertado, hacía de eso casi una hora. Observó el gran arco de la puerta frente a su cama, y el diseño de esta, mientras buscaba la motivación para levantarse de la cama.

No siempre se sentía así. La mayor parte del tiempo, agradecía vivir en las ajetreadas calles de Londres, ir de bar en bar, fumar algunos cigarrillos con sus citas de una noche y marcharse de sus apartamentos por la mañana. Eran actividades que le traían un placer efímero, pero al fin y al cabo, placer. Con la gran agitación de su día a día, poco tiempo tenía para centrarse en sus emociones. Pero de un tiempo para acá, mientras se encontraba enredado entre las sábanas frías de una chica que habitaba en Mayfair, la oscuridad no paraba de acechar sus buenos momentos. Mientras bebía una cerveza y sacaba el humo del cigarro entre sus labios, sentado entre cientos de personas en un bar a las afueras, no podía dejar de pensar en la punzante sensación que acechaba su corazón. Y los placeres fugaces eran cada vez más breves, de tan corta duración que parecía un suspiro, dando cabida a la sensación de vacío que en Sirius habitaba.