Lo que la noche esconde

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Mitología griega

Dios: Hades

Vampiro: Vrykolakas


—Mi horrenda Perséfone, celebremos el tan anhelado otoño que trae consigo tu regreso —exclamé, al tiempo que alzaba la copa.

—No tengas prisa, mi perverso tío, la noche es joven —aseguró ella.

—¡Ya te he dicho que no me gusta que me llames así! Me hace pensar que soy un abusón o, peor todavía, ¡igual que el aguililla de Zeus!

—Lo siento, mi noche. Aún no me acostumbro...

Entonces, soltó una tímida risilla que provocó que algo en mí se encendiera. Una llama que alumbraba mi completa oscuridad.

—Nyx será todo lo joven que quieras, pero esta es la única vez en el año en la que osa desafiar al curioso Helios y se demora en partir. Fíjate —apunté con el dedo índice a una mujer que atravesaba un enorme portal mágico—, las antorchas de Hécate la acompañan en su salida. Todos los muertos se han ido a hacer de las suyas. Ningún alma se atreverá a perturbar nuestra dicha.

—¿Qué hay de Caronte? ¿No aprovechará este día para descansar y abandonar su barca? —quiso saber ella.

—¿El viejo Caronte? ¿Abandonar su barca? —No pude evitar lanzar una estrepitosa carcajada— Ya he pensado en ello. He decretado que, tanto a su ida como a su regreso, los difuntos deberán pagarle el transporte. Está contando las monedas como solo un poseso lo haría. Si no lo estuviera ya, juraría que podría llegar a morir de felicidad.

Perséfone sonrió.

—Celebremos nuestro reencuentro, pues —permitió al fin, tomando su copa.

Brindamos.

Mis instintos no podían aguardar un maldito segundo más. Ansiaba terminar el dulce vino de una vez para poder deshojar a mi mortal reina.

Aquel era el único momento en el que el dios de los muertos podía sentirse vivo. La noche en la que los demonios brotaban de las puertas de mi reino como si de la caja de aquella desgraciada humana se tratase.

Perséfone dejó el recipiente en la mesa y comenzó con su juguetón contoneo.

Mis ojos se quedaron fijos en su encantadora silueta, como si hubiese sido víctima del hechizo de la Gorgona.

—Tenebroso señor, podéis tomar mi alma —susurró con una voz que únicamente utilizaba en la intimidad.

—Subid primero en mi barca si deseáis conocer los Campos Elíseos —la invité yo.

Ella se acercó de manera insinuante y me acarició la mejilla con su desconocida sensualidad.

He esperado con ansias durante todo el verano y la primavera, pero finalmente...

De pronto, un joven irrumpió en la habitación bruscamente.

—No os preocupéis, divino Hades. Prometo encontrar al monstruo por vos.

Juro por la Estigia que lo fulminé con la mirada.

Perséfone volvió a su ser de siempre, el de la inocente hija de Deméter.

—¡Se puede saber quién eres tú y qué estás haciendo aquí! —inquirí con el más grave tono que pude poseer.

El muchacho, que se acababa de arrodillar, frunció el ceño.

—¿Cómo? ¿No os acordáis de mí?

—Mira, simple mortal, en mi reino conviven un infinito número de almas. ¿Crees, insolente, que me acordaría de tu cara de imbécil? —insinué.

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