Minerva McGonagall apenas había probado bocado, revolvía con la cuchara el estofado y miraba con impotencia la guarnición de verduras cocidas que tenía en el plato de al lado. Pomona Sprout tampoco había comido gran cosa, pero eso era más comprensible teniendo en cuenta que el único momento en que había dejado de hablar había sido para preguntarle a McGonagall si la estaba escuchando.
—¿Eh? Sí, sí —respondió volviendo a la realidad—. La combinación de las plantas mágicas y las plantas muggles.
—Si Mine, de eso he hablado, pero hace veinte minutos. —Solo la llamaba así ocasionalmente; con la cabeza ladeada los rizos le caían sobe los ojos con los que la miraba fijamente. Se alegró de que el Gran Comedor fuera ridículamente grande y las mesas de los estudiantes estuvieran por lo menos a seis zancadas de distancia. "Mine" no sonaba a figura de autoridad, sonaba a marca de peluches—. ¿Pasa algo?
—¿Qué no pasa? —suspiró.
A principios de junio el castillo estaba más vivo que nunca (y eso es mucho decir en un castillo en el que se mueven día y noche cada maldito retrato y cada condenada escalera). Los alumnos de séptimo corrían como pollos sin cabeza y retenían a los profesores varios minutos después de clase asegurándose de comprenderlo todo correctamente para los E.X.T.A.S.I.S; los de quinto por su parte tenían los TIMO: mismos nervios, más risitas y más gritos. Y, para más inri, a la mañana siguiente se jugaba la semifinal de la copa de Quidditch: Gryffindor contra Ravenclaw.
—¿Es por la copa de Quidditch? —preguntó Sprout levantando una ceja.
Minerva sonrió sin poder evitarlo. ¿Tan transparente era con aquello? Quizás el comportamiento de profesora severa tampoco podía ocultar eso. En 1957, un año después de haber llegado a Hogwarts le habían ofrecido arbitrar los partidos. Lo había rechazado. Si estuviera obligada a arbitrar estaba convencida de que sería justa; pero, aunque solo fuera en su fuero interno existía aquella voz que gritaba "Hagamos que esos cabrones muerdan el polvo", y aquello no resultaba especialmente imparcial.
—No —respondió, mientras veía como las cejas de Pomona se elevaban—. No solo —concedió—. Junio siempre es agotador. Con todo lo que trabajamos casi parece que nos examinemos nosotros. Y además, no me preocupa el partido.
"Tenemos a Potter" iba a decir. Pero se contuvo. Aquello tampoco era apropiado e imparcial. A decir verdad, con aquellos chicos le costaba especialmente ser imparcial. Potter le recordaba a su hermano Malcom y bueno, Sirius, Peter y Remus no eran exactamente iguales a su hermano Robert pero... No sé. Eran un completo dolor de cabeza, pero de la manera en que cualquier chico de 15 años lo es.
—¿Tu cómo vas, Romona?
—Me voy a pasar la noche trabajando. Corrigiendo herbarios.
—Ya... Mucho ánimo. Yo también —mintió.
Acababa de recordar lo que tenía que hacer por la noche. Normalmente le acompañaba Madame Pomfrey, pero aquella noche se iba a quedar en la enfermería (aquellos días estaba apareciendo una variante especialmente contagiosa de viruela del dragón —otra cosa más, en junio, siempre en junio— y la mujer no daba abasto). Así que ella iría con él. Remus Lupin, pobre criatura. Demasiado joven para sufrir tanto
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La lluvia era agradable y mullida bajo sus patas mientras corría hasta alcanzar la superficie rugosa del sauce boxeador. Era una de las mejores cosas de ser animago: se suspendía la edad, ya no tenía 39 años; ya ni siquiera estaba cansada; nunca se sentía tan despierta y ágil como en las cuatro patas de aquel pequeño felino.
Volvió a su forma humana en cuanto las ramas de sauce cayeron lacias a los lados y le indicó a Remus que la siguiera con un asentimiento de cabeza.
—¿Cómo se encuentra? —le preguntó ya dentro del túnel. ¿Por dios, cuantas veces había hecho ya esa pregunta aquel día?
—Bien —dijo con un encogimiento de hombros.
Lo que conocía de licantropía (que tampoco era mucho, pero había aumentado exponencialmente gracias a las charlas con Madame Pomfrey) desmentía que aquello pudiera ser cierto. Toda la información parecía confirmar que la semana antes de la luna llena aumenta la excitación y la irritabilidad. Pero no quiso presionar sobre el asunto, Pomfrey una vez le había dicho "Este chiquillo podría tener las dos piernas rotas y te diría que tiene una ligera molestia al caminar"
—¿Y que tal los exámenes? —intentó.
—Creo que bien profesora —respondió, esta vez con mayor intensidad y cierto brillo en los ojos. Trató de evitar sonreír. Sabía lo que aquello significaba. Recordó aquella clase en la que Remus había sido el primero en transformar su escarabajo en botón. "Toma Black, voy a hacerte dos más, para que abroches la envidia con la que me estas mirando" Había dicho tras sacarle la lengua. Nunca había visto a aquel chico sonreír con tantos dientes.
—No me cabe duda. Cuando terminen sus TIMO me tocará hablar individualmente con cada uno de ustedes sobre esto, pero confío más que plenamente en sus capacidades para perseguir profesionalmente lo que se proponga Remus.
Tras aquello no volvieron a hablar en todo el camino. La luz verdosa de las antorchas no era suficiente para saberlo a ciencia cierta, pero McGonagall juraría que el chico se había sonrojado.
Una vez dejó a Remus en la cabaña, este murmuró una despedida y McGonagall se encaminó hacia su habitación, donde la esperaba con suerte una noche larga y reparadora. Ahora los ojos felinos se adaptaban mejor a la oscuridad del pasadizo, y el cansancio se disipaba de nuevo, fue a la carrera de vuelta al sauce. Ya casi estaba en la puerta cuando algo la detuvo.
—Has tardado una eternidad Lunático —escuchó decir a James Potter.
Aquello le dio un vuelco al corazón. ¿Cómo podían estar allí? ¿No se daban cuenta del peligro que corrían? Tenía muy poco tiempo, muy poco tiempo antes de que ocurriera una desgracia. Echó a correr de vuelta.
—No teníais que haber venido —dijo Remus—. Tenéis el partido mañana. Lo habría entendido. Peter ni siquiera juega y se ha escaqueado.
—No colega —replicó James—, Peter está en mi bolsillo.
McGonagall frenó en seco. Ahora estaba a medio camino de la casa de los gritos de nuevo. Los ruidos de un roedor se escucharon suaves.
¿Podría ser que...? Pero era material de los EXTASIS, ni siquiera los alumnos de sexto estaban preparados para... Y aquellos chicos estaban en cuarto. ¿Cómo iban a- ?
—Mmmm bueno chicos, pronto me transformaré, creo que deberíais-
—Solo un momento —interrumpió Sirius— ¿Por qué has llegado tan rojo? ¿Algún detalle que nos estes ocultando?
—Me he acordado de que en la anterior luna llena no paraste de olerme el culo —soltó Remus, haciendo que James estallara de risa.
Como toda replica comenzaron a oírse ladridos. Y después de aquello no se escuchó nada en absoluto.
McGonagall ahora estaba plenamente convencida de que su suposición inicial, por descabellada que pareciera, era cierta. No podía interrumpir ahora. Era extremadamente peligroso. Ningún humano debería estar ahora ni remotamente cerca de aquel lugar. Permaneció inmóvil y rígida en el pasillo, hasta que comenzaron a escucharse los alaridos.
Aquello fue espantoso. Después escuchó al resto: ladridos, aullidos, chillidos, bufidos.
Eso fue bonito, como una balada lenta en que cada instrumento encaja con maravillosa armonía entre los demás.
"Pobre criatura" había pensado en la cena. Ahora no lo veía así. Si en el mundo existe gente que te acompañe así, sufrir parece de repente mucho menos trágico.
Aquella noche resolvió que ella y Remus Lupin tenían un secreto, aunque Remus no lo supiera.
Y fue la primera y única vez que los pasadizos a la casa de los gritos vieron a un gato llorar.
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Secretos
FanfictionMinerva McGonagall siempre ha sentido cierta simpatía hacia esos cuatro chicos que parece que no han salido de un lío antes de meterse en cuatro más. Pero aquel día, un nuevo descubrimiento cambiará la percepción que tiene de ellos para siempre. Hay...