"Atemorizante vida del exterior" pensó Ýviror mientras tejía una manta. Él es un tejedor, vive en una cabaña con un gran jardín al frente que cuenta con una poltrona en la que caben dos de su tamaño, pero a él le encanta acomodar sus estambres a un costado mientras se extiende lo que sea que está tejiendo en ese momento. No sólo teje con estambre, también hace uso del telar de cintura y de grandes telares para piezas como cortinas o manteles. Es un fauno pequeño, su pelaje es muy bonito, con un tono pelirrojo obscuro. Se olvida de cortar la barba y el bigote y a veces se ve descuidado. Sus manos son pequeñas, llenas de pecas, como su cara y su cuello, y su nariz y mejillas siempre están sonrosadas. Siempre hace uso de un sombrero de paja, incluso cuando está en el interior de su taller, y de su cabaña (al parecer, sólo se lo quita para dormir). Sus cuernos son pequeños y caben debajo del sombrero de paja sin molestias. En ese momento el día estaba nublado, y se escuchaba retumbar en el cielo. Se sentía nervioso, no sabía si aquello era un dragón merodeando por los cielos, o una tormenta próxima a caer. Los dragones tenían cabezas grandes, colmillos gigantes, sus patas enormes podrían destruir una cabaña como la suya de pararse encima, ¿eran muy inteligentes, cierto? El día le había parecido bonito, hasta ese momento. Una mano que tocó su hombro lo sobresaltó, y sus manos se estremecieron y sacudieron, causando un nudo en el tejido. "¿estás bien? pareces alterado" Era su hermana. Ella también era tejedora. "Pero los dragones..." respondió titubeando. Su hermana lanzó un suspiro "Mira, está lloviendo, lo notarías si dejaras de usar ese sombrero por un momento". El fauno no lo había notado, pero podía sentir fría llovizna en sus manos, le dolían.
Anochecía. La cabaña era iluminada por las lámparas del interior, brindando un hermoso tono ámbar a todas las cosas en sus alrededores, pero a Ýviror eso lo ponía nerviosísimo en aquel momento. Ver el fuego le causaba una ansiedad extraña, no podía verlo y escuchar el crujir de la madera debajo del fuego le hacía respirar rápido, como lo había hecho hace un momento. En realidad, aquellas crisis de miedo no siempre ocurrían, sólo cuando su mente divagaba y se adentraba a las profundidades de su ser, y activaba esos rastros en su memoria, que parecían querer torturarlo de vez en cuando. A veces no hallaba como dejar de pensar en ello. Miedo. Ansiedad. Angustia. Todo chamuscado. Él escondiéndose en un rincón dentro de una caja mientras un enorme dragón atacaba su aldea, el olor a azufre y el calor manando por todas partes, y los pobres aldeanos indefensos corriendo y siendo perseguidos por el feroz animal, insaciable, se los comía sin dejar rastro. Eso fue hace no mucho tiempo atrás, en tiempo fáunico. Hablar con su hermana solía tranquilizarlo hasta que las conversaciones se volvieron monótonas y sólo respondía en automático, "sí", "no", "tal vez", "después", "tienes razón". Y el tiempo se le pasaba volando pensando en aquellos asuntos, a veces perdía la noción de lo que hacía y tenía que deshacer la pieza porque se había enredado o hecho nudos. Al día siguiente se sentía mejor, su cuerpo le dolía por haber mantenido la postura tensa, le dolían las manos. Pero no podía dejar de trabajar, amaba ser un tejedor.
Una tarde de invierno, después de haber tejido todo el día, fue visitado por un guardia de la aldea. Era un hombre, humano, alto, con aspecto tosco y extraño. Con cabello largo atado en una coleta y con cicatrices en sus brazos y cara, con una capa blanca que cubría el iris de su ojo y con un gesto de disgusto del que parecía no percatarse. Fue recibido por Ýviror. "Saludos, señor. Guardia de la aldea. Nos ha sido dado un gran cargamento de pyriámbula, necesitamos de sus habilidades para hacer mantas lo suficientemente grandes para cubrir diez carretas, y también necesitamos algunas pequeñas para cada soldado, al menos unas 20". El tejedor se quedó pasmado ante la llegada del guardia, y hacía sus cálculos mentalmente, era bastante trabajo pero nada que no pudiese ser terminado. Pyriámbula, una planta que crece como grandes arbustos y que es inmune al fuego, abundante en el bosque siempre otoñal, pero tiene que ser cortada en buena temporada para conservar sus propiedades. Sus ramas son toscas y cebosas, y el sacar fibras suele ser un trabajo laborioso y requiere de al menos una semana y varias personas... Vió el cargamento, era grandísimo. "Señor, lo que sea por la Guardia de Pagus, puede estar tranquilo de que... ". "Regresaré en quince días, el encargo debe estar terminado para entonces" y el soldado se marchó, dejando fuera de la cabaña una carreta con una montaña de ramas onduladas, que Ýviror miró intrigado. No era la primera vez que hacía el trabajo, pero recibir nuevos encargos le emocionaba muchísimo, más razones para quedarse tejiendo cómodamente dentro del taller o fuera, entre las flores, en el jardín. Bellísimo jardín.
El primer día pasó. El segundo, el tercero. La montaña de pyriámbula disminuía significativamente. Ya quedaba muy poco por hacer, pronto quedaba hacer los hilos y sentarse cómodamente. Hasta que llegó el cuarto día. La carreta con la pyriámbula había desaparecido. La carga no fue encontrada, ni se vieron testigos, pero había sido robada. Se encontraron huellas alrededor de goblins, que seguramente habían estado merodeando por la noche y se llevaron la carga muy sigilosamente. Habrán sido varios. Ýviror reportó lo sucedido, pero no fue bien recibido. "¡Señor! usted está incumpliendo con sus responsabilidades al no poner su cargamento en un lugar seguro, ¿sabe lo necesaria que es la pyriámbula? usted será quien entre al bosque y consiga el resto de material que necesite para terminar el proyecto". Y fue sacado de la cabaña de la Guardia, acompañado por un soldado. El soldado se compadeció por el fauno y por su hermana, que también había ido a reclamar el robo. El soldado, un fauno del doble del tamaño de Ýviror y con un aspecto atlético y fornido, les pidió que se viesen al día siguiente en la segunda entrada del bosque, él les ayudaría a recolectar más de aquel arbusto.
Así lo hicieron, muy temprano por la mañana Ýviror y su hermana jalaban una carreta, se encontraron con el soldado, quien los saludó efusivamente. Era una mañana muy bonita, cielo parcialmente nublado y brisa de aire frío que atravesaba sus ropas, humedad del rocío y las plantas, el aroma de las flores y de las hojas secas del bosque otoñal. Era perfecto. Aquel día, no había pasado por la mente del fauno ninguna idea que le recordase aquel horrible tragedia por la que ahora vivía en Pagus. "Espero traigan unas tijeras bastante afiladas para podar aquellos arbustos, y guantes de cuero". El soldado les extendió dos pares de guantes "terminaremos en muy poco tiempo, no se preocupen". Con permiso de los vigilantes, se adentraron en el bosque. El canto de los fénix era como silbidos largos y suaves que se elevaban y descendían, pero no era posible verlos alrededor... Encontraron un área con muchos arbustos y comenzaron a cortar. Cortaron, cortaron, cortaron el arbusto. Acomodaron las ramas en la carreta. No tenían idea de cuánto habían robado pero podían calcular por el volumen que ocupaba. Pasó el tiempo y ya sólo les quedaba subir la mitad de la carga a la carreta. Se sentaron un rato a descansar y el soldado merodeaba por ahí mirando a las copas de los árboles, buscando algún fénix. "Son aves hermosas ¿no?" Y, mientras descansaban, escucharon pisadas de un ave cerca del lugar. Un fénix caminaba hacia ellos con curiosidad. Ýviror se levantó sobresaltado, el ave lo tomó por sorpresa. Comenzó a sentir cierta ansiedad, el ave era bellísima pero sabía lo letal que podrían ser. El ave se acercó más y más y sus zancadas eran grandes, Ýviror se levanto y caminó hacia atrás, pisó en falso y se tropezó, cayó y cayó por un pequeño descenso, luego se golpeó un brazo con una gran roca y se lo dislocó, fracturándose su escápula también. Su hermana se asomó y vio lo acontecido, hizo una mueca de preocupación al ver el brazo de su hermano fuera de su lugar. El fauno quiso gritar de dolor, pero temía más asustar al ave, así que se quedó ahí, inmóvil, tratando de sobrellevar el intenso dolor que le nublaba el control de sí mismo y le impedía moverse. Pero el ave continuó acercándose más y más a él. Hasta que lo tuvo frente a frente. Tanto el soldado como su hermana estaban tratando de ser lo más sigilosos posibles. El ave se posó en una de las piernas del fauno... y se recostó sobre él. El calor del ave hubiese sido agradable, de no ser que Ýviror de verdad agonizaba y el calor le traía recuerdos todavía más horrendos, su mente no lo toleró más y el fauno se desmayó.
Después de unos días despertó, y él ya no era el mismo. Sentía un extraño calor manando de su pecho, pero no le era desagradable. En lugar de su piel, tenía un peto de plumas del color de un fénix. Y su cabeza también tenía plumas, largas, que descendían por su espalda. Sus pecas habían adquirido un brillo extraño y alrededor de su cara también tenía plumas. Al menos sus manos eran normales, pero el pelaje de sus patas y su cabello parecía haber sido moteado con pintura de pigmentos muy brillantes. El soldado y su hermana explicaron después que su brazo había sido curado, pero que el fénix que se posó sobre su regazo ya no despertó, estaba muerto. ¡Muerto! Un fénix, y no había vuelto a renacer, como lo hacen siempre. El alma de aquel fénix ahora residía en él y, a partir de entonces, no volvió a sentirse ansioso por el fuego jamás.
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Ýviror el tejedor
FantasyEste es un cuento dedicado a Ýviror, el único fauno en Pagus que pudo desarrollar una familiaridad con los fénix del bosque siempre otoñal y cómo pasó.