One shot.

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Will Byers subió la empinada cuesta empedrada pedaleando su bicicleta a toda velocidad, con la ventisca del atardecer alborotandole el cabello castaño. Era increíble que, justo el día que venían sus amigos de visita, terminara extraviando uno de sus preciados dados de diez caras.

En parte atribuía la culpa a no haber ayudado a su madre a desempacar el resto de las cajas traídas desde su anterior hogar en Hawkins.

¡Pero Jonathan tampoco había hecho nada!

Últimamente su hermano mayor pasaba mucho tiempo con su amigo de las pizzas, charlando sobre conseguir citas y fumando hierba a todas horas.

Una tontería.

A Will no le interesaban las citas, ni las chicas, y mucho menos la hierba. Todo le tenía sin cuidado desde que se mudaron para empezar una nueva vida en California.

Al menos allí no lo molestaban, no habían tontos rumores ni falsas especulaciones, y tampoco le llamaban el niño zombie, pese a que Will estaba cada vez más convencido de serlo.

De un salto, bajó de la bicicleta, sosteniendo los manubrios para llevarla a pulso, caminando la brecha de la angosta acera de cemento hasta las puertas corredizas de cristal de la tienda.

Will seguía siendo descuidado con sus cosas. En más de una ocasión había pensado en comprar repuestos de todas las piezas de su juego por si alguna eventualidad surgía, pero con el tema de la mudanza, dejar atrás a sus amigos, su casa, volver a empezar siendo el nuevo en un pueblo desconocido, el nuevo en clases, en fin, que se había olvidado de ello. Además, no era como si hubiera hecho muchas amistades.

Siete meses viviendo al sur de California y aún no conocía a todos sus vecinos.

Tras asegurar la bicicleta junto a la toma de agua, Will se aventuró al interior de la recién inaugurada tienda de juegos.

La campanilla apostada en el linde superior del marco emitió un chasquido metálico junto a un suave tintineo que anunciaba la nueva posible clientela.

Los grandes y brillantes ojos almendrados de Will resplandecieron anhelantes frente a las vitrinas que exhibían todo tipo de juegos de mesa. Cartas de monstruos, una amplia gama de figurillas coleccionables, volúmenes enteros de tiras cómicas, diversas piezas de antigüedades.

Los aparadores de vidrio prometían toda clase de diversión. El tipo de diversión que a Will le gustaba. Nada como querer quedar con chicas, intercambiar números telefónicos y después...¿Qué hacían después?

Will no lo entendía, ni quería hacerlo. No comprendía por qué el resto de sus amigos, y en especial su querido Mike, estaban tan interesados en esa clase de actividades, cuando, bien que mal, podían olvidarse del estrés y el fastidio de un largo día de clases al reunirse en el sótano a jugar calabozos y dragones.

¿Qué mejor que vivir una aventura en equipo rodeados de seres de fantasía?

Había personas que no cambiaban. Will era un claro ejemplo de ello.

Fuertemente interesado por los juegos en derredor, se olvidó de su objetivo inicial de hallarse ahí dentro. La ensoñación lo envolvió al igual que las tenues espirales de vapor expelidas por el difusor sobre uno de los exhibidores.

El dependiente de la tienda, un joven de no más de veinte años, se encontraba tras uno de los mostradores, junto a la caja registradora, distraído en su teléfono celular y haciendo ocasionalmente bombas con su goma de mascar.

Will decidió dar una vuelta por toda la tienda para inspeccionar mejor los múltiples objetos y hacer tiempo. Mike, Lucas y Dustin llegarían a las dos menos cuarto para pasar la primera semana de las vacaciones de otoño en su casa.

Corazones náufragos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora