—Señorita Moss, queda detenida por el robo a mano armada en el banco de... —el oficial Moss se quedó pensativo, creando un nombre original para el banco—, ¿Outer Banks?
—¡Ja! Eddie, esa es una serie —digo riéndome—. ¿Por qué no mejor cambiar la historia? Digo, creo que no se te da del todo bien elegir nombres para bancos.
Seguimos riendo durante un rato hasta que decidimos que ya hemos jugado durante bastante rato. Bueno, en realidad hemos estado toda la tarde jugando y ya no falta mucho para que anochezca.
El pequeño terremoto se va a la cocina para ayudar a papá con la cena mientras yo me voy a mi habitación a seguir estudiando. Al menos eso hice la primera media hora, luego dejé que me ganase la tentación de agarrar el móvil y comenzar a revisar mis redes sociales. Estuve así como diez minutos hasta que alguien abrió la puerta de mi habitación.
—¡Vamos, señorita Moss! —gritó mi hermano Eddie—, el juicio final la espera.
Comencé a reirme descontroladamente, y él me miró como si yo estuviera loca. Cuando pude parar de reír me miró de manera seria y se acercó hasta mí para tomarme de ambas manos.
—Señorita Moss, me temo que esta vez será detenida por exceso de locura. —yo comencé a caminar a su lado mientras lo miraba de reojo.
—Oficial Moss, con todo respeto, pero ¿me está llamando loca?
—Pues sí, tiene usted toda la razón, señorita.
Una vez terminamos de bajar las escaleras me deshago de su agarre en un hábil movimiento y comienzo a hacerle cosquillas. Avanzo con él en brazos hasta el comedor, donde ya estaban sentados en la mesa mi padre y mis otros tres hermanos pequeños. Mi padre nos echó una mirada de ''callaos y sentaos'', así que preferí no decir nada y nos unimos a ellos.
La cena transcurrió en silencio, aunque a veces los gemelos (Henry y Harry) y Eddie hablaban. Después de cuarenta minutos de estar allí sentada y de haberme comido el primer y segundo plato (y haber repetido del primero) más el postre, cada uno se fue por su lado. Yo fui a mi habitación de nuevo tras haberme lavado los dientes, pero tras tomar mi teléfono móvil volví a bajar para ir al despacho de mi padre, que se encontraba en el sótano.
Toqué un timbre que hay junto a la puerta que da al sótano. Este timbre lo implantó papá para hacerle saber que alguien tenía que hablar con él cuando este se encontraba trabajando en casa. La puerta se abrió dos minutos después, y ahí se encontraba mi padre con sus vaqueros y camisa a cuadros, y me vino su olor a colonia. Sonreí, pero él no me la devolvió.
—¿Qué quieres? —pregunta con un tono serio, su voz sonaba rasposa, como cuando estás constipado, pero él no lo estaba.
—Hola —comencé tímidamente—, solo quería saber si me das permiso para ir a una fiesta que han organizado unas chicas de clase. Ya sabes, soy nueva y quisiera integrarme.
Me miró como siempre lo hacía, sin ninguna expresión en el rostro, y luego se pasó una mano por su barbilla. Su barba era de varios días, se veía bastante puntiaguda, pero no le hacía ver mal, sino al contrario. Nos seguimos mirando a los ojos durante unos cuantos segundos más, pero acabó por apartar la mirada para poner los ojos en blanco por un momento. Hizo unos cuantos asentimientos para luego volver a hablar.
—Te quiero aquí en casa antes de la una de la mañana, y ni se te ocurra emborracharte. Ten cuidado con lo que bebes y con quien vas.
No me había dado cuenta de que había retenido mi respiración hasta que sentí que me quedaba sin oxígeno. Comencé a inhalar y exhalar tranquilamente hasta que sonreí ampliamente con una felicidad inmensa. No me lo podía creer, porque era la primera vez que papá me dejaba ir a una fiesta, una organizada por adolescentes.