"La puerta N°17"

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Los pasillos de aquel gran hotel siempre eran iguales, aunque pareciera estar limpios siempre estaban llenos de polvo, el tapiz amarillo de las paredes se sentía como de otra época, la vieja alfombra roja sólo era un triste museo de duros chicles, ácaros y pelusa. Nadie se hospedaba allí por gusto, ni mucho menos por los alrededores, pues estaba localizado en los barrios más bajos de aquella ciudad. Aunque los precios de las habitaciones era accesibles para familias con pocos recursos, jóvenes huyendo de casa, o estafadores de telemercadeo.

El hotel "Yellow sky" no era para todo el mundo, y no tenía muy buena seguridad, a excepción de un viejo portero y por supuesto un servicio de limpieza lamentable.

Pero había algo que lo hacía diferente, algo que todos los huéspedes antiguos sabían claramente, algo que no se debía hacer por ninguna razón, una cosa simple y específica: "No se entra al cuarto número 17 del tercer piso".

Y aunque pueda parecer que sea rara la posición del número, teniendo en cuenta que por cada piso había 10 cuartos, esto se debía a un pequeño error en la enumeración de las puertas. Pero... eso poco importaba, pues la única regla inamovible que todo aquel que se hospedaba en el yellow sky sabía, estaba por ser rota.

♧♧♧

La família de Alex nunca se había quedado por mucho tiempo en un sitio, muchas veces gracias a los poco duraderos trabajos de su padre Jon, o los deseos de cambiar aires de su madre Linda, pero una cosa era constante siempre. Cuando todo iba bien en la vida de Alex, sólo era cuestión de tiempo para que todo comience a empeorar.

El chico de cabello castaño miró por la ventana del auto a las limpias calles de su viejo vecindario quedar detrás de el viejo y rayado toyota gris de su padre. Los ojos marrones de Alex se cerraron por unos momentos para luego alejar su cabeza de la ventana y apoyarla contra el asiento del auto, dejó salir un pequeño suspiro y luego volvió a abrir sus ojos, para preguntar: --¿Pueden recordarme a que parte de país vamos esta ves? --un claro tono de sarcasmo y desgana era notable.

--¿Pero qué pasa con ese entusiasmo hijo? --cuestionó el padre, el cual lo miró desde el asiento del copiloto con unos ojos idénticos a los de su hijo

--Se quedó en casa, tal ves se me olvidó en una caja.

--¿Olvidaste algo? Podemos volver, no estamos lejos --dijo la madre, sosteniendo con firmeza el volante, y con sus ojos azules pegados en el camino. Demasiado concentrada como para poner atención a aquella conversación.

El chico y el padre sólo rieron debido a aquella respuesta.

--No te preocupes mamá, no olvidé nada --mencionó, aunque dentro de su mente completó su oración con un: "eso creo", debido a su no total seguridad.

El padre nuevamente volvió a sentarse bien, arreglando el cabestrillo de su brazo derecho, el cual era lo que le impedía conducir como siempre lo hacía en los viajes largos, puesto que a Linda la ponían muy nerviosa las largas distancias debido a la desconfianza que le tenía a sus propias habilidades de conducción.

Alex tomó su teléfono móvil y sus auriculares para no tener que oír la relajante música clásica que sonaba una y otra ves en la radio del vehículo, puesto que aquello ayudaba a su madre a mantener la calma, según ella. Puso una de sus listas de reproducción, nombrada como diecisiete, puesto que no era muy creativo para nombrarlas y sólo las tenía asignadas con números. Ambos padres notaron que el de cabello castaño ya no los oía, lo que les dio libertad de cambiar la estación de la radio a una de música disco, la cual estuvieron cantando al unísono durante todo el camino de ida.

Cuentos de terror del Conejo y la ArañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora