Fotografía

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Victor despertaba una vez más con el recuerdo de aquel día plasmado en sus sueños, con eso ya era más que evidente, tuvo un flechazo con el chico que siempre va a leer a la par del estanque de patos del parque.

El amor siempre fue un tema complejo que tratar en su vida, no es que no haya tenido experiencia en él, es solo que cada una de sus parejas había sido una distinta experiencia, sin embargo, todas compartían algo en común y eso era que ellos solían llevar el mando del flujo de la misma. El chico de ojos esmeralda solo se dejaba llevar por el camino en el que poco había intervenido y cuando llegaba al final de este las costumbres que sus parejas se habían encargado de marcar dolían, dolían tanto que prometía que la siguiente persona que entrara a su vida jamás iba a pisar el terreno tan personal en el que su ex pareja había construido algo. Víctor se sentía tonto e idiota por haber acogido esa tendencia, pero de alguna manera sentía que eso le ayudaba a evitarse una herida que tal vez nunca iba a poder sanar.

Se levantó de su suave lecho y se dirigió al baño, lo primero que hizo, como todas las mañanas, fue lavarse los dientes y mirarse al espejo, realmente no era un chico feo, su aspecto se basaba en una larga melena que arreglaba con una media colita, sus ojos verdes que solían encantar a todo aquel que lo miraba, una mirada suave y enérgica, una brillante sonrisa, delgado y estereotípicamente alto. No podía decir que era el más guapo del mundo pero sabía que tenía su encanto. Después de subirse el autoestima un rato se dio una ducha y bajó a desayunar. Tenía 20 años y como todo veinteañero promedio invertía su valioso tiempo en el estudio, el chico de melena alborotada estudiaba fotografía, realmente le encantaba la idea de que algún recuerdo bonito, un paisaje excelso o una vista magnífica quede inmortalizada en una foto. También le gustaba porque podía enseñarle algún día a sus nietos, si es que se le ocurría tener hijos, las fotos de paisajes hermosos que tal vez en ese hipotético futuro ya no existieran, podría enseñárselas y decirles con pruebas que todo aquello que veían antes era monte.

Arreglado, con sus lentes redondos puestos y los audífonos en sus oídos, salió a la Uni. El camino era algo largo, sin embargo, le encantaba demasiado caminar hacia el establecimiento, pues durante el trayecto solía perderse en el ritmo de la música, lo que sucedía a su alrededor y por supuesto podía mirar por un rato al chico que últimamente robaba su completa atención.

Como todas las mañanas en este último mes lo veía sentado bajo el gran árbol que hay cerca del estanque de patos del parque local. No había interactuado con él desde la primera vez que lo vio y tampoco es que ese día haya hablado tanto. Lo conoció gracias a un trabajo de la uni, debía entregar un set de fotografías con animales locales y su mente inmediatamente viajó hasta el estanque de patos. Estaba un poco perdido con respecto a tratar a esos dulces seres de patas palmeadas por lo que la mayoría huía despavorido del chico de ojos verdes, fue ahí donde el extraño, del que ni siquiera sabe el nombre, apareció para ayudarlo con los patos y le enseñó como evitar que estos huyan de él, después de eso el chico de cabello morado fue a sentarse a leer. El set, para el gusto de Vic, salió bastante bien; a punto de irse su instinto fotográfico lo hizo voltear al chico y sacó una foto de él que le pareció bastante bonita, era el extraño clavando su mirada en su libro, junto a él un par de patos acostados y todo ese calmado ambiente adornado con los leves rayos de sol que se filtraban entre el follaje.

Esa foto la imprimió al estilo Polaroid y la colgó junto al resto de sus fotos preferidas. Todas estaban adornadas con pinzas luminosas en un espacio de su habitación. Cada vez que sentía que su mundo se caía en pedazos iba a ese lugar a admirar su trabajo.

Cada vez que sentía que sus amigos y familiares tenían razón con respecto a que se iba a morir de hambre iba a ese lugar a admirar la belleza del mundo.

Cada vez que sentía ese extraño vacío en el pecho iba a ese lugar a admirar lo que la lente de su cámara había capturado.

Ese lugar se había vuelto una zona para darse ánimos y seguir adelante, y aquél individuo que leía junto a los patos formaba ahora parte de él.

Sus pasos estaban a punto de sacarlo del parque, pero quería saber más del chico de cabello morado, quería saber qué podía hacer para que ese flechazo no quedara solo en eso. Miró nervioso la hora y pensó que tenía tiempo para acercarse, preguntarle su nombre, pedirle su número y si Dios quería, tener una corta charla; así que con el valor de un joven de veinte años se aproximó al desconocido.

-Hola...- le dijo en un tono más grueso de lo normal por lo que carraspeó un poco, Víctor vio como el chico que tenía al frente clavó sus ojos negros en él.

-Hola- respondió en un tono suave -¿Sucede algo?.

La garganta del chico de melena salvaje se había hecho un nudo, por más que quería hablar no salían las palabras y en un torpe intento de reaccionar se pellizcó el brazo, gracias a eso pudo continuar.

-No... Es decir sí, sólo quería agradecerte por la ayuda con los patos para las fotos- tras decir eso esbozó una gran sonrisa nerviosa -por cierto... Me llamo Víctor.

-Oh, de nada- dijo sonriendo suave -es un gusto conocerte, Víctor, mi nombre es May.

-Sí...- antes de continuar hizo una corta pausa para agarrar valor -te quería preguntar si me puedes dar tu Ig o tu número por sí necesito ayuda otra vez, con ya sabes.

A los adentros del chico de ojos esmeralda pensó que esa era una excusa ridícula. May rió suave y tomó la mano de Víctor, allí con un rotulador, que probablemente guardaba para subrayar frases importantes de su libro, anotó su número.

-Escríbeme cuando quieras.

Con una torpe sonrisa asintió y se despidió, cruzó rápido el sitio para llegar a la parada y tomar un transporte que lo lleve a su institución porque ya no había manera de ir caminando.

Sentado junto a la ventana del transporte, perdido entre las nubes, se dio cuenta que está era la primera vez que él no era el que aceptaba, sino, el que pedía que lo aceptasen.

El chico de ojos esmeralda siempre terminaba enganchado de los chicos que se sentían atraídos por él. En otras palabras se dejaba enamorar.

Ahora las cosas para Vic iban a tomar un rumbo interesante pues evidentemente no sabía por dónde empezar, pero lo que si sabía es que iba a hacer lo posible por conocer y encantar al chico de una de las fotografías más lindas que había tomado.

Fotografía [Mayictor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora