First rose

639 40 42
                                    

Otro día que llegaba a su hogar y nadie lo esperaba para siquiera preguntarle cómo le había ido, ni siquiera era demasiado tarde, apenas las once de la noche. Suspiró derrotado, no valía la pena siquiera quejarse. Manuel le respondería con que él también estaba muy cansado de dar sus clases de Psicolingüística, que preparar clases no era nada fácil, que también demandan tiempo y esfuerzo, que no era el único trabajando para la familia. Aunque en ese último argumento siempre se cuestionaba a qué familia se refería, si eran tan solo ellos dos y, ocasionalmente, sus cuñados que eran unos chupas sangre que se aprovechaban de su generosidad. 

Buscó en la heladera algo para comer, pero como era habitual, no había nada allí más que suplementos nutricionales, batidos vitamínicos y otras cosas poco apetitosas para mantener el peso, cuestión con la que Manuel siempre había estado obsesionado. Ya que de joven había sufrido de un importante sobrepeso y de las constantes críticas de que "ningún alfa se fijaría en él". Siempre había pensado en que hubiera dado lo que fuera para conocerlo en aquella época, seguramente hubieran disfrutado juntos de grandes asados y abundantes platos de locro. 

Dejó sus cosas sobre la mesa de la cocina, entró a su cuarto y buscó ropa para tomar un baño y luego volver a salir de la casa. Su esposo siquiera reparó en su presencia y continúo durmiendo. Ya en el auto se quedó un rato en completo silencio, ni siquiera lo puso en marcha, se echó para atrás en su asiento y recordó la niña que había fallecido en sus manos, contuvo las lágrimas y suspiró profundo para recuperar la calma y la frialdad que se le demanda como cirujano pediátrico. 

Finalmente, encendió el motor y se dirigió a ese restaurante barato atendido por un inglés llamado Arthur, lugar que frecuentaba constantemente ya hacía al menos nueve años. Cada noche había un menú distinto que resultaba en un consuelo, ya que parecía como comer en casa. En un principio, la decoración era demasiado inglesa, demasiado rústica y con mucho bermellón en los manteles y alfombras. Pero poco a poco convenció al dueño de ser un poco más criollo y menos extranjero, por lo que lentamente aquel lugar se sentía más como un hogar que su propio domicilio. 

Al llegar, se encontró con dicho inglés fumando en la puerta, podía notar que no se encontraba bien, por lo que no dudo en preguntarle si le había pasado algo, pero éste negó rápidamente con su cabeza y le regaló una pequeña sonrisa que lo reconfortó más de lo que quería reconocer, se sentía bien ser recibido por alguien, ser notado por alguna persona. 

—¿Tú cómo estás? —inquirió el rubio de cejas pobladas llevándolo hasta una mesa cerca de la cocina del lugar.  

—Gracias por preguntar —dijo sinceramente tomando asiento —. Y no puedo decir que esté bien, hoy una nena de diez años no resistió una operación a corazón abierto y lloré en el baño del hospital. Su madre estaba destrozada, no lo soporté. 

—Mierda, y yo creyendo que tengo problemas. —expresó con una mano sobre su pecho, no podía imaginar el dolor del argentino —. Te traeré algo delicioso que le pedí a mi cocinero que hiciera especialmente para ti, no tardaré.

 —Muchas gracias —susurró con una leve sonrisa sobre sus labios. 

Arthur se retiró a la cocina, no sin antes dejar una pinta de cerveza negra en la mesa del rubio de unos ojos verdes similares a los de él, aunque mucho más claros y brillantes. Volvió quince minutos después con un plato de sorrentinos caseros de ricota con salsa boloñesa. Martín se relamió los labios viendo aquella exquisitez que se llevaría a la boca, la cual no tardó en devorar con mucho queso parmesano. El inglés mientras tanto lo observó desde la barra con gran satisfacción, al menos había consolado el agitado corazón del médico, pero el suyo continuaba ahogándose en una profunda pena. 

Little RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora