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La lluvia ruda e incesante empapaba los enormes y altísimos árboles que conformaban aquél oscuro y húmedo bosque. Pinos en su mayoría, que a su vez eran sacudidos por el viento frío que acompañaba aquella tormenta, creando la ilusión de que rugían como monstruos. 

Ambos hombres se encontraban atravesando aquel laberinto de troncos y ramas cada uno idéntico al otro, caminando siempre en alerta con todos sus sentidos agudizados y sus respectivas armas tocando sus dedos en el interior de sus bolsillos. 

Era difícil ver con la lluvia, era difícil oír con su ensordecedor golpe al caer al suelo y sobre los árboles, pero tenían la importante ventaja de que gracias a ella todos los depredadores se encontraban resguardados y estaban seguros de que no serían atacados por ningún animal mientras estuvieran allí en la interperie.

El portador de máscara blanca con labios dibujados con tinta negra y el mismo negro que representaba la forma de los ojos, se resvaló con un poco de barro al borde de una cuneta llena de agua. Casi de inmediato, su compañero lo sujetó fuertemente del brazo para atraerlo a su mismo y evitar su caída. Siguieron caminando, alertas, en completo silencio, y apoyándose el uno al otro.

No sabrían decir cuánto tiempo pasó pero la tormenta no parecía querer irse cuando por fin encontraron lo que buscaban, una cabaña. Echa totalmente de manera, buena parte de esta se encontraba consumida por musgo y roída por lo que podrían ser termitas y otras cosas. Se caía a pedazos, maderas sueltas del piso crujían al pisarlas y debían tener cuidado con los clavos. Aún así, servía como un refugio hasta que pudieran salir nuevamente y seguir caminando. 

Cuando entraron a la construcción, ambos hombres se quitaron sus abrigos y dejaron sus pertenencias en algún rincón que no estuviera húmedo.  Necesitaban entrar en calor, así que buscaron y reunieron en el centro de la cabaña todas las maderas secas que encontraron y encendieron una fogata ayudándose con un encendedor, papel y alcohol etílico.

Uno junto al otro, sentados sobre el suelo, veían las llamas que gratamente calentaban sus cuerpos. Podían usarlo para secar sus prendas también.  

Ninguno había articulado palabra alguna hasta el momento. En la mayoría de las ocasiones no lo necesitaban, ya que sus años siendo compañeros inseparables de alguna forma les había dado la habilidad de conocer las necesidades del otro solo con miradas, con lenguaje corporal.  De cualquier manera, Hoodie y Masky no son amigos que conversan sobre cosas triviales. 

Ellos ni siquiera son amigos.

El enmarcarado se levantó al sentir que su piel se estaba quemando con el fuego que se mantenía bien encendido, y se alejó.

No llevaban nunca mucho a cuestas por obvias razones de desplazamiento y rapidez en el bosque, así que solo tenían cosas muy básicas e importantes. Tales como gasas, aguja e hilo, alcohol, un encendedor, un cambio de ropa limpia, armas y municiones.

Ya no tenían comida. 

Estaba cayendo la noche, tal vez dormir los haría olvidar el hambre que tenían. El problema es que ninguno de los dos tenía planes de quedarse dormido.

Pasaban los eternos segundos y minutos y Hoodie lo único que hacía era mantener su mirada fija en su compañero. Mientras tanto, el susodicho se había instalado en el alfeizár de la ventana y veía la lluvia, los relámpagos y el viento sacudiendo el bosque. 

Le gusta el ruido. El ruido acalla las voces, amortigua la estática, el ruido lo calma. 

Ninguno de los dos supo si el otro se había dormido o no, y así llegó la mañana siguiente.

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