𝘈𝘭𝘭 𝘵𝘩𝘦 𝘱𝘳𝘦𝘵𝘵𝘺 𝘴𝘵𝘢𝘳𝘴 𝘴𝘩𝘪𝘯𝘦 𝘧𝘰𝘳 𝘺𝘰𝘶, 𝘮𝘺 𝘭𝘰𝘷𝘦. 𝘈𝘮 𝘐 𝘵𝘩𝘦 𝘣𝘰𝘺 𝘵𝘩𝘢𝘵 𝘺𝘰𝘶 𝘥𝘳𝘦𝘢𝘮 𝘰𝘧?...
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Desde hace tres días que se sentaba en la orilla de la cama, sudando frío y llorando. El entendía que sus destinos habían tomado rumbos distintos, pero eso no significaba que no le dejara de doler. Las tardes leyendo juntos en Roca Dragón, los entrenamientos y esos momentos de escape dónde se podían ver sin ser juzgados era todo lo que más anhelaba en su corazón. Incluso disfrutaba los momentos de discusión, le encantaba poder admirar a placer cada una de sus facciones, delimitarlas en su mente, y poder decir que él era suyo, solo y completamente suyo.
Las noches eran largas e imposibles; recorrer sus dulces labios y recordar su toque hacía arder a fuego vivo partes de su cuerpo que no podía contener. Tal vez había sido su culpa el dejarse llevar por el sentimentalismo, sabía desde un principio que tanto sus padres como el resto de la corte jamás aceptarían ese " romance ". Tan solo con recordar lo que había sucedido con su hermano era suficiente para saber que lo de ellos estaba maldito desde un inicio.
Ya se había acostumbrado a la idea de vivir siempre en secreto, de compartir abrazos furtivos y caricias en la penumbra de la soledad. Había sido un ciego si creyó que nada podía perturbar su idilio, un tonto por pensar que eso podía durar para siempre, un corazón roto sería el resultado de creer en el amor.
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El solo recuerdo de aquel fatídico día lograba hacer que su alma llorará lágrimas de sangre.
Un día aparentemente tranquilo, la tarde era calurosa y la calidez de la arena solo era equiparable con la emoción inexplicable que le causaba el saber que en unos momentos más estarían juntos, juntos sin tener que fingir odio y rencor, juntos y sin ninguna máscara de por medio.
- Hola, perdón por tardar tanto, espero no haberte interrumpido - ardor, si solo pudiera describir lo que sentía cuando escuchaba su voz, tal vez el simplificarlo en esa palabra sería suficiente para tratar de explicar esa sensación entre el paladar y la nariz cada vez que lo tenía cerca. Decir que se sentía nervioso o feliz no sería suficiente para él, lo que sentía era algo más allá de toda explicación humana, algo más ardiente que el mismísimo fuego de dragón.
Su dulce, dulce chico, la razón de su poesía y sus desvelos; lo tomaría en esa playa, lo llenaría de besos y caricias, haría quemar todo solo por tenerlo en sus brazos eternamente.
- Sabes perfectamente que tú compañía jamás me es una molestia, tarda un millón de años que yo te esperaré un millón más. - se estaba volviendo loco, pero esa locura le hacía feliz como jamás creyó serlo.
- Te extrañé como no tienes idea - tan solo con escuchar esas palabras venir de su chico le era suficiente para que cada segundo separados valiera la pena.
Se moría por sentir esos labios contra los suyos, explorar la inexperiencia, deleitarse con los suspiros y con los pequeños gemidos que dejaba escapar el contrario cada vez que el tocaba en el lugar adecuado. Se iría al mismísimo infierno si seguía así, pero definitivamente feliz por haberse permitido todos los placeres de la vida.
- Escucha, yo... - ni siquiera lo dejo articular una palabra más cuando ya lo tenía entre sus brazos, devorando esos dulces labios que lo volvían loco. Si alguien los viera en ese preciso momento arruinaría todo, pero no le importaba mientras pudiera sentir la calidez de su cuerpo.
El dulce néctar de sus labios era para el aún más adictivo que el vino mismo. Prisionero de sus caricias, moriría feliz si fuera por su amado, su adoración y la razón de su existir. No había belleza existente de alguna mujer que lo hiciera arrepentirse de elegirlo, y no le gustaba algún chico más, solo él y para siempre el.