Único.

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Era típico de sus familias juntarse al menos una vez al mes para cenar juntos en la casa de alguna de las dos; siempre eran los adultos hablando de todo en el comedor, los hijos mayores jugando juegos de mesa en el salón, y los menores dando vueltas por la casa o el patio, jugando ya sea con los juguetes de ambos, o el gato de quien sea que fuese el hogar.

En este caso, Iván.

Los dos pequeños se encontraban buscando a aquél gran gato blanco de ojos bicolor, sin tener ningún rastro de este en las horas que habían estado reunidos en el lugar.

Según el azabache, la última vez que lo vio ese día, lo había dejado tranquilamente durmiendo sobre su cama justo antes de que la otra familia llegara. Había dejado la puerta de su habitación abierta por si quería bajar o andar por la casa, pero no lo volvió a ver luego de aquello.

— Tori~. — llamó el menor de todos, haciendo que la chica que se encontraba tranquilamente jugando cartas con el hermano mayor del castaño le mirase.

— ¿Qué pasó, Ivi?

— ¿Has visto a Pelusa? Lo dejé en mi cuarto por la tarde y ahora no está en casa. — anunció con un puchero, haciendo preocupar a su hermana, quien negó suavemente, volviendo su mirada al castaño mayor.

— ¿Vos, Lu? ¿Viste al gato en algún momento? — el chico negó. La fémina miró a su hermano y, dándole una pequeña sonrisa, posicionó su mano sobre su hombro, apretando este levemente. — Tiene que estar afuera, sabés cómo es.

Entonces los marrones ojos del azabache parecieron brillar. Miró al castaño a su lado, tomó su mano, y corrió hacia la puerta de la cocina que daba directamente hacia el patio trasero. Buscaron al felino en cada rincón de este, sin dar con el animal en ningún momento; ni siquiera se escuchaba algún maullido de su parte.

— Parece que otra vez se escapó al bosque. — anunció el menor. Iván se volteó hacia la ventana de la cocina, viendo que ninguno de los adultos les estuviesen mirando, y abrió la puerta de madera que separaba su casa del gran y frondoso bosque, atravesando esta.

Rodrigo le seguía en completo silencio, sin soltar su mano en ningún momento, como con miedo a que en cualquier momento desapareciera de la nada como el felino al que buscaban. Además, por alguna extraña razón, lograba escuchar pequeñas pisadas provenientes de un animal también pequeño que los seguían, pero cada que volteaba, no había absolutamente nada.

Caminaron lentamente, Iván dirigiendo siempre y llamando a su gato con lo máximo que podían dar sus pequeños pulmones de niño de diez años; mientras que Rodrigo estaba atento a su alrededor, tanto con la mirada como con el oido, aunque creía poco a poco les estaban fallando ambos.

En eso de media hora llegaron a un bonito lago que se iluminaba aún por el sol ardiente del atardecer; en ese momento, lo único que pudo escuchar el castaño fue el chocar del agua corriendo contra las piedras, las hojas de los árboles meneándose con ayuda del viento, y el bello sonido de los pájaros.

Por algún casual, justo en ese momento, las pequeñas pisadas que había estado escuchando durante todo el camino, cesaron sin más. No dejaron rastro alguno; ni una prueba de que hubiesen sido reales, ni otro sonido más. Absolutamente nada.

— Creo que debería de estar por aquí. A Pelusa le gusta venir al río a mojarse las patas y luego vuelve a casa todo embarrado. — anunció el azabache con total inocencia. El castaño le miró, algo preocupado; no sabía dónde estaba el gato de su amigo, pero estaba seguro de que lo había sentido con ellos todo el trayecto hasta aquél lugar.

— Busquemos un poco más y volvamos, Ivi, está anocheciendo. — el nombrado le miró con un leve puchero. Sabía lo que significaba ese gato para su contrario, pero no podían estar tan tarde dos niños solos en el bosque. — Es un gato, sabrá volver a casa, te lo prometo.

Una dulce caricia en su mejilla de parte del castaño fue lo que lo convenció; era su manera de hacer promesas. Pero Rodrigo no sabía cómo cumplir aquella si no estaba seguro de que el felino volvería a casa pronto.

Volvieron lentamente, sus manos sin soltarse nuevamente en ningún momento, atentos a todo; aunque el mayor mucho más ya que había vuelto a escuchar aquello.

Las pisadas los seguían nuevamente, pero esta vez se escuchaban algo diferentes; se escuchaban algo húmedas, como si tomaras un trapo, lo mojaras, y lo dejaras caer sobre miles de hojas otoñales. Seguían siendo pequeñas y livianas, pero se había agregado ese factor a estas.

"A Pelusa le gusta venir al río a mojarse las patas y luego vuelve a casa todo embarrado."

No quería entender lo que estaba pasando y por qué pero, estaba claro que algo iba a interrumpir toda su paz.

A lo lejos, fuera de la vista del azabache y, misteriosamente, únicamente a la suya, pudo observar una pequeña pero gran figura blanca entre los árboles, tendida sobre las hojas. No parecía tener nada fuera de lo común, pero sólo le bastó detenerse un segundo para verificar dos cosas: 1, que aquella figura estuviese respirando —lo cual era un no—; y 2, que fuese el bonito gato de su amigo.

Se quedó paralizado un momento al deducir esto, llamando la atención del azabache, quien se volteó a verlo.

— ¿Todo bien, Rodri? — el castaño reaccionó y le miró, sonriendo ligeramente y asintiendo.

Cuando vio que el menor se iba a asomar para ver lo que sucedía entre los árboles, le agarró de los hombros y lo condujo rápidamente hasta su casa, sin darle ninguna explicación.

No dejaría que lo viera, prefería que diera a su gato por perdido a que se quedara con un trauma de por vida, como le había sucedido a él tantas veces con sus anteriores mascotas.

Al fin y al cabo, protegerlo de cualquier peligro era su única responsabilidad.

Al fin y al cabo, protegerlo de cualquier peligro era su única responsabilidad

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cat ; 𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora