𝑆𝑒𝑜 𝐽𝑖𝑦𝑢 no recuerdo nada de su infancia ni adolescencia, ya que hace cinco años despertó en la habitación de un convento y lo único que le dijeron fue que su madre la abandono cuando ella solo era un bebé. Y que, desde que era tan solo un be...
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Jiyu...
Todo mi cuerpo tiembla de miedo mientras sostengo el cuchillo.
-Hazlo Jiyu, conviértete en una acecina- dice una voz la cual me resulta familiar.
No puedo ver el rostro de la persona que me habla, ya que la oscuridad no me deja ver, solo puedo ver su sombra. Estoy a ahorcajada sobre esta, presionando un cuchillo en su garganta.
-Vamos Jiyu, apuñálame.
-¡Cállate!- grito.
-Sabes que quieres hacerlo, tu mayor deseo es verme muerto. Por que no lo cumples y acabas con mi vida, deja de pensar que eres alguien bueno y inocente.
Mi mano tiempla con el cuquillo en su cuello, pero no hago nada, la idea de matar a alguien y acabar con una vida me aterra.
-Yo te quite todo- continua- Te quite todo lo que amas, estas sola Jiyu, yo me asegure de ello.
-¡Cállate!- grito y aprieto el cuquillo en su cuello.
-Estas sola Jiyu, siempre lo estarás- dice y una risa siniestra sale de el.
El sonido de su risa es aterradora y quiero que se calle, quiero que deje de hablar. Entierro el cuchillo en su garganta, pero no se detiene, sigue riendo mientras se ahoga con su propia sangre.
Mis manos se llenan de algo caliente y pegajoso, y el olor a metal hace que se me revuelva el estomago.
-Bien hecho Jiyu- dice entre gorgoteo- Te has convertido en un monstruo.
Su rostro por fin se ilumina y lo veo, veo su rostro. Me alejo de él cuando lo distingo, de su boca sale sangre que cubre la mayor parte de su cara.
Continua riendo mientras se ahoga y repite una y otra vez;
Eres un monstro.
Miro mis manos, que están cubiertas de sangre.
Lo hice, después de todo si me convertí en una acecina.
Soy un monstruo.....
Mis ojos se abren de golpe, y me siento en la cama con la respiración agitada. El camisón se me pega a la cuerpo por el sudor, y mis mejillas están húmedas por las lagrimas, mi corazón lata con tanta fuerte que siento que se va a salir de mi pecho.
Miro mi entorno. Me encuentro en una pequeña habitación sin ningún mueble, a parte de la cama, y un maltrecho escritorio de madera, a demás de una cruz colgada en la pared, frente a la cama.
