Me despierto una vez más, el mal sabor de boca me acompaña cada día. Miro al cielo, preguntándome si te verá, queriendo ser él para ser testigo de tus vivencias. Al pensarlo mejor, no, me lastimaría, me quemaría ver como tu vida sigue y la mía no. Pienso en todo lo que pasó, en cómo hubiese sido si hubiese hecho bien las cosas, si hubiera sabido moderar mis impulsos, apaciguar mis emociones. Ya pasó media hora, yo sigo en la cama, inmóvil, pero con la cabeza corriendo una maratón. Me dispongo a levantarme, tal vez eso calme mi pesar.
Al hacerme un té te recuerdo esas mañanas juntos, ambos amantes del té, compartiendo mis mejores hebras, intercambiando sonrisas, besos, abrazos. No puedo terminar mi infusión, mi estómago se cerró. Tampoco podré comer hoy.
Una vez más, releo nuestra última conversación, en la cual me soltaste la mano, te desligaste de mí. Y está perfecto, yo también lo hubiera hecho. A veces deseo que te duela tanto como a mí, en otras ocasiones imploro no sentir nada como vos. Quisiera poder sanarte, dejarte atrás, olvidarte.
Una vez más, busco cazar el amor; abro la aplicación de citas, buscando a alguien que me haga sentir viva, que me haga sentir deseada, que me haga sentir un rato. Y sin darme cuenta, todos se parecen a vos. Busco el reflejo de tus ojos en todo el que se me acerque. No es sano, no está bien, pero lo sigo haciendo. Tal vez así pueda encontrarte de nuevo, en alguien más.
No termino de entender en qué me equivoqué, tal vez en ser yo. Tal vez en no saber medir mis sentimientos. Tal vez en creer que alguien como yo podría estar a tu altura. Me rompo en llanto, una vez más. Ya no sé a quién acudir, ya no sé a quién preguntar, ya no sé a quién pedir. Me resigno ante la idea de no tenerte más, de no besarte jamás, de no sentir nunca más tu tacto en mi piel. Y me fulmina el pensarlo, me mata el saberlo.