1. Alcohol.

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El alcohol siempre sabe mejor cuando lo tomas con la persona correcta. Quackity lo sabía bien, y había estado empleando aquel lema al pie de la letra hasta esa noche.

Noche en la que habían peleado con más fuerza de la que tenían en su sistema, más coraje del que podría emplear contra alguien, y más fiereza de la que hubieran imaginado antes. Su enemigo había sido un pueblo de monstruos que habían estado desapareciendo gente de las aldeas aledaña y alimentos de los aldeanos de otros pueblos.

Fue una noche difícil, sin duda, por ello los once héroes y el druida habían festejado su victoria a los cuatro vientos, llendo a beber al primer pueblo que se encontraron. Quackity, por su lado, había pasado la mayor parte de la noche bebiendo con Rubius, Alexby y Fargan.

Para las 11:00 alcohol de su mesa había terminado, a pesar de que a eso de las 9:00 habían puesto más de 6 botellas en él.

–Voy yo. – se había ofrecido Alexby. A lo que el mexicano negó entre risas.

–Nombre, voy yo. La última mitad me la tomé con mi damo en una ronda de shots. – negó, levantándose de la mesa entre risas.

Nadie se opuso a su iniciativa, pero el híbrido de oso rodó los ojos con una sonrisa. –Dale, dale, pero no tardes mucho, mi alcalde.

El chico sonrió de lado, aún mantenían esos apodos como una broma interna entre ellos a pesar del amargo suceso que había pasado unas noches atrás. Más aún no se terminaba de acostumbrar a la falsedad en su broma.

¿Cómo podría? Si de la otra mesa, el chico que dejaba cubrir uno de sus ojos con un flequillo castaño reía a carcajadas como si no fuera libre de hacerlo, como si nunca hubiera roto un plato o traicionado a nadie.

Pero tenía que fingir que eso no era así, al menos esa noche. Así que cuando la mirada rojiza de clavo en la suya, como si el destino se burlara de él para hacer al par de ojos encontrarse unos con otros, suspiró. No era tan hipócrita como para sonreírle de vuelta o si quiera por cortesía, pero lo veía como nada.

Para él, el alcalde Luzu no era nada.

Así que volteó a otro lado y se acercó por fin a la cocina. En la mesa, descansaban un par de botellas más de las que el moreno apenas y reconocía. Conocía varios tipos de licores, en realidad, pero aquellos eran muy extraños. Sólo tomó los que antes vio a sus amigos beber. Y los llevó de nuevo al mueble que compartía con ellos.

Hostia... ¿Qué manjar haz traído? – Fargan tomó una de las botellas azules entre sus manos, como si de un vistazo al cielo se tratara.

–La neta no sé. Se veía chingón y la tomé. – encogiendose de hombros, tomó su vaso nuevamente para servirse un poco.

–¿Y no haz traído ese que te gusta mucho? – Alexby preguntó curioso. – Ese de tu país, ¿como le llaman?

–Tequila. – informó Rubius, dándole un trago a una botella semi-vacía que habían dejado antes.

–¿Tequila? ¿Hay?

–Sí tío, si no están en la cocina, deben estar abajo, en la bodega.

Fargan le sirvió un vaso a su prometido, para después dejar la botella a merced del otro híbrido alcohólico que no tardó en service de ella.

–No mames. Y yo aquí perdiendo el tiempo. – con mucho pesar, se levantó del cómodo mueble de nuevo. No espero a recibir otro comentario de nuevo, simplemente fue a donde sabía que Vegetta tenía las escaleras al sótano.

Había recorrido esa mansión de la mano de Vegetta tantas veces, pero jamás iba a aprenderse el orden de los pasillos y las escaleras. Sobre todo con alcohol en su sistema. Empezó a caminar sin rumbo, más que nada recorriendo los pasillos para ver si encontraba las dichosas escaleras.

Hasta que un peculiar silbido atrajo su atención a sus espaldas.

–Hola Quacks.

Sin importar cuanto escuchara su voz, una y otra vez sentía un golpe en el estómago cada que lo escuchaba cerca, tan feliz y tranquilo. No se giró a verlo, pero se aclaró la garganta antes de responder, haciendo tiempo, para ver si se iba.

–Hey.

–¿Qué buscas? ¿Estás perdido?

Sin responder, se giró al pasillo continuó, encontrando por fin el pasillo de las escaleras. Suspiró, pero su paz no duró mucho, porque la melena castaña se asomo por el borde para verlo.

–Oh, ya veo. Vienes a saquear la reserva de alcohol de Vegettoide.

Quackity no necesitaba voltear a verlo para saber que sonreía torpemente, podía distinguirlo en su tono de voz. Sólo murmuró en afirmación, continuando su camino escaleras abajo. Ahí yacía una gran puerta de madera que no dudó en abrir con tal de poder tener, al menos unos minutos de ventaja solitaria.

La bodega tenía, por mucho milagro, unas lamparas que dejaban observar cofres, cuadros apilados y al fondo de esta, unas repisas con botellas y botellas que supuso era licor. Cuando iba a media habitación escucho como la puerta era abierta nuevamente.

–Yo... también vine por una botella.

La explicación que nadie pidió, pensó Quackity, se sentía tan perdida, cohibida. Como lo que no debía de ser. Así que no respondió, simplemente se agachó a leer el nombre de algunas botellas y recorrer la estantería en silencio, buscando aquel oro prometido.

El mayor se limitó a lo mismo, pero buscando en una de las repisas opuestas a las del pelinegro, como si ahora aquella repisa le perteneciera al chico del gorrito y él fuera el rey de esas.

–¿Buscas... algo en específico?– se atrevió a decir después de unos segundos.

–No.

–¿Seguro? – el mayor volteó a verlo instantáneamente. Este seguía mirando una de las repisas más altas como si intentara leer de ellas. –Porque acá hay Tequila. Quizás podría interesarte.

El pelinegro maldijo con el alma a los dioses, por haberle hecho esa broma tan cruel de poner justo su licor en el lado de él. Pero no iba a negarse a ello. No después de tanto tiempo fuera de contacto con sus tierras, su patria. Así que con un suspiro falso y la mayor sonrisa que tenía, se giró a él por fin encarando el par de ojos rojos a los suyos.

–Gracias.

–No hay de que, Quacks. Mira, Vegetta tiene varias botellas de...

–Gracias. – cortó fríamente, dejando congelado al castaño frente suya que apenas comenzaba a hablar animadamente y alcanzando la botella que vio mas cerca. Un Jose Cuervo que descansaba en la repisa.

El chico a su lado sólo cerró la boca. Mentiría si dijera que la actitud del menor no le dolía en cada mísero hueso que tenía. Odiaba con su ser ver esos ojos que siempre vio tan vivos, tiernos, llenos de luz y alegría que ahora reflejaban la misma nada. Nada.

Pero no podía hacer nada. Él se lo buscó.

El pelinegro no esperó más. Tomó la botella entre sus brazos y se dirigió de nuevo a la puerta. Sus pasos eran suaves, pero dejaban ver como su presencia estaba decidida a irse, y si el universo le dejaba, a no volver a pisar una habitación sóla con él.

Pero Quackity nunca ha sido el favorito del universo. ¿Verdad?

Un anillo para ¿quién?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora