Unos zapatos charol de color canela pisaban fuerte los charcos que la lluvia había dejado ese día dispersos por aquellas callejuelas solitarias que emanaban paz y tranquilidad. Y es que el pueblo solía ser así, tranquilo, ya que contaba con pocos habitantes. Dentro de esos zapatos, amanecían unos cálidos calcetines de lana que le llegaban hasta las rodillas. Bailando se encontraba un poco por encima de estas, una falda de tablas escolar gris que tallaba desde la cintura y caía grácilmente con el trote de nuestra protagonista. Para finalizar su indumentaria en el tope, una camisa blanca con el escudo escolar en el pecho, y adornada con la corbata de rayas grises y rojas, y sobre ella la americana roja también con el escudo. Ella definitivamente emanaba juventud, y así lo hacía ver mientras rápidamente corría camino a clase, a la par que sus coletas iban en vaivén siguiendo el compás de su marcha.
- Dios mío, otra vez voy a llegar tarde, y otra vez voy a tener una falta, y otra vez voy a tener una mancha negra en la evaluación. -se decía a sus adentros Elizabeth, exhausta.
Una vez dentro del aula se disculpó pertinentemente, aceptó el sermón de la profesora de matemáticas y se sentó junto a su compañera de clase.
Eso era, una alumna más de tantas, en un aula más de tantas. Pero Eliza no se sentía así, desde pequeña siempre tuvo un sentimiento de agradecimiento por vivir y unas ganas tremendas de hacerlo. Esto se debía a la prematura muerte de sus padres, la única familia que conocía. Actualmente vivía con su tutora adoptiva, Helenne, una joven rubia trigo de ojos pardos que le había enseñado todo sobre la vida y la había criado como a una hija.
Lo único malo de su vida, o lo que consideraba como tal, era su lentitud. Sentía que las clases eran eternas, que el curso escolar en sí lo era.
A la hora del descanso, como siempre, se reunía con sus amigas Pamela, Laura y Kimberly.
- Pues sí, chicas. Este verano me iré con mis padres a Pekín. Dicen que está llena de estructuras y edificaciones antiguas impresionantes, y hay lugares llenos de luces y tiendecitas exóticas.- exclamó Pam, en tono orgulloso.
- Y muchos chinos, sobretodo muchos chinos.-añadió en tono divertido Kimberly.
- ¿China? ¡Qué horror, pero si allí comen perros y gatos!-dijo Laura horrorizada.
- Por Dios, Laura, no seas prejuiciosa.-saltó Elizabeth, algo enfurecida.
-¿Prejuiqué?-contestó esta.
Kimberly calmó a Elizabeth y Pamela le explicó que eso ya no se veía tan bien como antes en China, y que sólo lo conservaban en zonas rurales.
- No me importa.-dijo obtusa Laura.-Además, todo lo que fabrican sale defectuoso.
Kim procedió a taparle la boca con las manos y tanto ella como Pamela miraron a Elizabeth, la cual estaba posando los ojos en un joven pálido de cabellos carbón y ojos color miel.
Laura, se giró también, y al verlo lanzó una sonrisa pícara a Elizabeth.
- Oh, querida. Eres demasiado obvia. Si Zackary fuera un helado, ya sólo quedaría el palo.- y rió.
Zackary era el niño de los ojos de Elizabeth, y no era cualquier niño. Era un chico algo frío, pero de corazón noble. No le gustaba mucho la compañía, así que no tenía muchos amigos. Elizabeth y él trabaron amistad 3 años antes, desde que coincidieron en un proyecto de la optativa que habían elegido por igual; Naturales. El hecho de tener que trabajar juntos, incluso acudir a la casa de cada uno, les unió bastante. Elizabeth le hacía reír bastante con sus ocurrencias, y a la par, ella misma se enamoraba de sacarle el lado animado a alguien que parecía no tenerlo.
Cada día, desde entonces, siempre se reunían en el descanso unos minutos para hablar de cualquier cosa.
En ese momento, las amigas de la joven gritaron a coro.
- ¡Zackary!
El chico se giró curioso y, al ver a Elizabeth, esbozó una leve y tierna sonrisa.
Ella lo interpretó como solía hacer, sabía que esa sonrisa era una invitación a acompañarle.
- Bueno, chicas, ya saben...Yo tengo que...
- Oh vamos, largate ya antes de que yo te largue de una patada en esas mejillas sonrojadas de enamorada. -dijo Pamela, fingiendo molestia, pero con una obvia sonrisa.
- Yo no estoy...¡Ahj!
Y salió corriendo hacia él, saludándolo con la mano bien abierta y el brazo extendido.
- Qué bueno verte, Zacarías. Toma, ¿quieres un poco?.-preguntó, ofreciéndole un pedazo de pan dulce.
- Claro. -dijo Zackary, cogiendo el pedazo con la boca. -Si me vuelves a llamar así, la próxima vez te arrancaré el brazo de un bocado.
- Hahaha pero, ¿ por qué te molestas, Zacarías? si así es tu nombre real...
- ¡Desde luego que no! Me llamo Zackary Greenfold, así como tú te llamas Elizabetha Marianne Odette Viroca.
Elizabeth se abalanzó sobre él, tapando su boca y le miró fijamente.
- Ni lo repitas, es un nombre horroroso.
El chico rió y contestó agudo.
- ¿Uno sólo? Por cierto...
En ese instante, Zackary hincó sus dientes en la mano de la chica suavemente, e hizo que las apartase.
- ¡Au, Zack!
- Te lo debo por lo de antes. además tus nombres no están tan mal. Todos son de princesa. -cogió su muñeca y observó el tránsito de sus venas. -Como si por tus vasos sanguíneos corriera sangre azul. Claro que eso es imposible porque eres una payasita que ama hacerle bromas a su amigo el marginado social.Elizabeth, sonrojada por notar la firme mano de Zack sujetando su pequeña muñeca, pero a la vez ligeramente molesta por el comentario, no dudo en protestar.
- Oh tú, condenado niño. ¿Cómo que payasa? Sólo me gusta hacerte sonreír.
Sus miradas se cruzaron por segundos y mientras el chico se perdía en un mar azul como un náufrago, su amiga lo hacía en pleno desierto bajo el sol abrasador.
-...Además, tú no eres ningún marginado social, sólo que no necesitas rodearte de amistades falsas. No necesitas a nadie más.-dijo Eliza, tratándo nerviosa de cortar el silencio.
-Es cierto, sólo te necesito a ti. -murmuró Zackary, y desvió la mirada hacia el cielo escampado.
Eliza, quien escuchó eso, no quiso desperdiciar la oportunidad y posó su mano sobre la de él.
-¿Sabes, Ellie? Creo que me gustaría seguir navegando en ese océano.
- ¿Cuál océano?
- Ese océano. -dijo escudriñando una vez más en su mirada sin reparo, mientras la señalaba tímido.
Elizabeth se sonrojó todavía más y con un dulce hilo de voz, dijo.
- ¿Sabes, Zack? Creo que me gustaría seguir explorando ese desierto.
Ambos se acercaron más y más lentamente, hasta que sus narices se rozaron entre sí. El muchacho relamió sus labios mientras su respiración se aceleraba, por parte de Elizabeth la cosa estaba mucho más controlada. Le sonrió relajada, y con los ojos entornados en una expresión muy dulce, le dijo.
- Tranquilo, no tengas miedo. Estoy contigo y no me voy a ir de aquí.
Ellie sabía que para él era un paso difícil, aunque para ella también lo era, así que decidió tomar las riendas del asunto y comenzó a acariciar su cabello a la par que rozaba sus labios con los de él, mimosa.
Zackary decidió corresponder, y ambos tocaron por fin sus labios. Lo difícil había pasado para el tímido joven, ahora tocaba una lección más difícil.
Ella pasó su lengua por sus labios suavemente y la introdujo en su boca, para jugar con la de él.
Al principio fue algo difícil para ambos, pero el hecho de estar solos en ese rincón apartado de los demás y aún así tener a gente cerca era tentador y excitante.
Cuando apartaron sus bocas, se miraron con complicidad. Sabían que ese vínculo especial que siempre habían guardado había crecido.Para Elizabeth esta variante era muy importante, y al comprobar qué sabor tenían sus labios comprobó que a bollo de pan dulce, y que los suyos propios sabían a zumo de naranja, pero a la par de esos sabores comprobó que también había dinstiguido muchos otros. Sabor a canela y sabor día de lluvia, el cual era propio de Zackary. Y también distinguió sabor a amor, sabor a juventud. Entonces pensó que ese cambio, esa variante, era el principio de su vida.
Ya tenía una razón para luchar, un futuro con la persona que había tenido en su corazón y con la que hoy había compartido más que palabras.
En parte se sentía egoísta por no pensar en su familia, la tutora Helenne. O por no pensar en Pam, Laura y Kim, sus amigas desde que ella tenía uso de razón.
¿Era ella una egoísta o desalmada por no tenerlos en cuenta? La sensación de malestar al formularse esa pregunta desapareció cuando por su cabeza aparecieron inesamente miles de planes futuros con Zack.
¿Iba ella demasiado rápido para un mundo que giraba tan lento?Al salir de clases, como todos los días, Elizabeth tomó el camino más largo para volver. Uno semilaberíntico y lleno de flora que conducía también a un parque, y el cual hubiera aprovechado mejor si Zack le hubiera acompañado. Pero a él siempre le iba a recoger su hermano mayor, un universitario paliducho parecido a él, pero más fornido, alto, y con el pelo corto. Zackary trabajaba a medio tiempo con su hermano y su padre en una pequeña frutería. Desgraciadamente su madre había muerto años atrás.
Entre tanto pensamiento, la joven se entretenía por el camino toqueteando y observando las múltiples especies de plantas que allí habitaban, y dando la comida que le sobraba del almuerzo a una familia de gatos que coexistian con estas.
Siempre traía comida de más intencionalmente para ellos.
- ¿Os gusta, preciosos? ¿ Y a ti, Comandante Junior? -dijo animada mientras daba de comer pequeños trocitos de pan a uno de los cachorritos de la camada que hacía 2 meses había dado a luz la gata madre.
- Tomad, chicos. Vuestro oro líquido. -y puso en el cuenco grande leche fresca que se había mantenido bien durante la jornada.
Al incorporarse, vio pasar fugazmente a una niña de cabello suelto y de aproximadamente 7 años de edad, ataviada con un sencillo vestido azul.
- Qué extraño, jamás la había visto. Y mira que yo conozco muy bien a la gente de este pueblo, además como máximo deben ser 10 niños en total. Quizás no es de aquí y sólo está de visita.
La muchacha comenzó a encontrarse triste, como con un nudo en la garganta, y decidió rápidamente dejar esos pensamientos. Se despidió de los mininos y tomó nuevamente su rumbo.