Héroe caído

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Héroe caído



Harry Potter cayó inconsciente en medio de los gritos de victoria. Solo sus dos mejores amigos guardaron silencio, observándolo desde lejos, con el miedo apoderándose de sus jóvenes almas.


Ron tomó la mano de su novia y muy lentamente caminaron hacia él, las lágrimas ya resbalaban por las mejillas de Hermione presintiendo lo peor. Poco a poco los demás combatientes se fueron dando cuenta de lo que pasaba y dejaron de lado la celebración mientras los miraban caminar hacia su amigo.


Llegaron juntos. Ron respiró hondo antes de atreverse a inclinarse. Rogaba por un milagro, era imposible imaginarse la vida sin su mejor amigo. Fueron sólo unos pocos segundos los que le llevó doblar sus rodillas hacia el cuerpo inerte, pero en ese tiempo recordó toda una vida a su lado, desde el día en que lo conoció en aquel andén del tren, cruzaron esa barrera hacia el mundo mágico al mismo tiempo y desde entonces Ron ya sentía que tenía un hermano más.


Su corazón volvió a latir cuando tocó el cuello de Harry. Ahí estaba, débil y errante, su pulso de vida.


Jadeó emocionado mientras daba la buena noticia a su novia. Rápidamente Hermione se arrodilló junto a ellos mientras se corría entre los asistentes las mismas palabras: "Vive, el héroe está vivo".


Lo que siguió a continuación Ron y Hermione lo vivieron confundidos. Gente apresurándose a intentar ayudar, medimagos llegando desde San Mungo para trasladar a Harry hasta su hospital. Los dos jóvenes no tuvieron más remedio que hacerse a un lado escuchándolos coordinarse para poder darle atención al joven hechicero.


No pudo pasar desapercibido que la mayoría intercambiaban miradas preocupadas, no parecían tener esperanzas, pero aún así, ninguno de ellos lo mencionó.


Fue hasta varios minutos después de haber llegado al hospital que Hermione notó que su cabeza le dolía y al llevarse una mano a ella sintió una fea herida rebanándole el cuero cabelludo. Volteó a mirar a Ron y éste no tenía mejor aspecto, su jersey tenía varias rasgaduras por donde veía trozos de piel quemada y sangre ya coagulada.


— Debemos atendernos. —dijo sin muchas ganas, su mayor deseo era continuar en esa silla de la sala de espera hasta saber qué sucedía con su mejor amigo.


Ron asintió, pero ninguno de los dos se movió.


De pronto un alboroto llamó su atención y de inmediato se incorporaron sintiendo que el corazón se les saldría del pecho. Medimagos y enfermeras corrían hacia uno de los accesos al piso donde se encontraban, y luego los veían salir disparados hacia las paredes.


Ron se interpuso frente a su novia, asustado e incrédulo de que la guerra aún no terminara. Esperó ver aparecer una horda de mortífagos intentando llegar a Harry pero el único que apareció fue Severus Snape.


Bajó un poco la guardia, un día antes Harry le había confesado lo impensable, ver la muerte de Snape en la casa de los gritos le dolió demasiado. No por remordimientos, no porque ahora supieran que no era un traidor... le dolió porque lo necesitaba.


No dijo más, pero para Ron no era necesario. La lágrima que escapó de los verdes ojos era de inmensa pena y abandono.


— ¿Dónde está? —increpó Snape llegando hasta ellos dos.


Ron señaló unas puertas giratorias que conducían a las salas de atención intensiva mágica. No pudo ni hablar mirando una compresa empapada de sangre en el cuello de su ex profesor, su rostro más pálido que nunca y aún así, con la mirada cargada de determinación.


A su lado, Hermione jadeó emocionada. Ella también estaba segura que Snape habría muerto unas horas antes, pero saber que se habían equivocado era la prueba de que cualquier milagro podía suceder aún, y rogó para que sucediera uno con su gran amigo.


Más medimagos llegaron, ahora acompañados por media docena de Aurores y guardias de seguridad.


— ¡No sabemos cómo pudo atravesar los retenes! —exclamó una enfermera al jefe de Aurores—. ¡Es peligroso, el joven Potter los necesita!

— ¡No es peligroso! —gritó Hermione, pero nadie le hizo caso.


Aurores y medimagos entraron a la sala, y Ron y Hermione decidieron ir tras ellos. Si Snape necesitaba ayuda ellos se la darían.


Al fondo vieron a Harry en una de las camas, aún sin abrir los ojos, su lividez demostraba su gravedad y eso los hizo titubear un poco. Sin embargo, quien no parecía nada perturbado era Snape quien se apostó a un lado de donde reposaba su ex alumno y encaró a los recién llegados.


— ¡Largo de aquí, Potter necesita descanso! —ordenó como si estuviera en medio de un aula de pociones y Aurores y Medimagos fuesen solo unos cuantos alumnos de primer año.

— ¡Quien debe marcharse es usted! —vociferó el Medimago a cargo de la salud del héroe—. Ninguno de nosotros permitirá que lastime al joven Potter.

— ¿Lastimarlo? ¡Usted no tiene idea de nada!

— Sabemos que es un mortífago, que interactuó con quien-usted-sabe y además entró a este lugar sin permiso y lastimando a medimagos y enfermeras.

— ¡Porque son todos unos ineptos, no iba a perder tiempo dando explicaciones, ahora salgan y no molesten!


Al ver que uno de los Aurores se disponía a atacar, Hermione se armó de valor para interponerse entre ellos. Intentó tragar saliva, pero tenía la boca seca, las piernas se le debilitaban cada vez más por el miedo y el dolor físico.


— Él no es un mortífago como creen. —les dijo procurando mostrarse segura, Ron decidió imitarla y fue a reunirse a su lado sujetándola de la mano—. Actuó como espía, Harry lo confesó en la batalla, quizá algunos de ustedes lograron oírle.

— Yo. —respondió uno de los Aurores—. Creí haber entendido mal, pero...

— Es cierto. —intervino Ron—. No pueden pedirle que se marche, él no lastimará a Harry.

— ¡Pero tampoco le hará ningún bien tenerlo aquí!


Severus bufó sin moverse ni un ápice de su lugar junto a la cama.

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