Holdman Klemmensen

67 9 9
                                    

En un bar de mala muerte un whiskey sobre la barra esperaba ser raptado por su comprador, unas manos envueltas en sangre tomaron el vaso con rapidez dejando manchas en su cuerpo de cristal. El encargado del bar miró las manos de su cliente más recurrente y no necesitó preguntar por qué, suspiró en señal de haber vivido esto varias veces, terminó de limpiar la barra, se puso el trapo sobre el hombro y se dispuso a marcharse de la barra.

—Dame otro whiskey, por favor. —pidió el cliente antes que el barman desapareciera por la cortina que hacía de puerta, pues de un solo sorbo se había terminado el primero.

—En su cuenta, supongo. —respondió sin girar.

—Sí, en mi cuenta.

—Solo le recuerdo que su cuenta desde que se creó no hace más que aumentar señor Klemmensen.

—Lo sé. Algún día la pagaré. He estado trabajando como lo puede ver. —respondió sonriendo mientras mostraba sus manos bañadas en sangre.

—Sí. Pude notarlo, esa cuenta parece que funciona igual que esta. —dijo el barman levantando la botella de whiskey.

Klemmensen sonrió, pues el barman no se equivocaba en su analogía. La cantidad de sangre que corría en sus manos era equiparable, o incluso superior, al whiskey que había bebido. Llenó su vaso a la mitad y antes que cerrara la botella llegó una mujer a la barra.

—Dame uno de ese mismo, pero en las rocas. —dijo la mujer mientras se sentaba dejando una silla de espacio entre ella y Klemmensen.

La mujer desprendía una vibra completamente distinta al bar en que se encontraban, ella con su presencia cortaba por completo el ambiente inmundo de aquel bar, en ese momento solitario, la música suave y el filtro sepia del bar daban sensaciones melancólicas. Pero ella, ella era algo completamente distinto, su sola aparición iluminaba el lugar, era como ponerle un parche de seda a un camisón ajado.

—Ahora mismo señorita. —respondió el barman.

Klemmensen parecía tener su atención puesta enteramente en su whiskey, el barman despachó el pedido de la hermosa mujer y desapareció por entre la cortina.

—Supongo que no vienes solo por un buen trago. —dijo Klemmensen.

—Y yo supongo que eso en tus manos no es sangre tuya. —respondió la mujer

—Ambos tenemos razón, aparentemente.

—Señor Klemmensen, me dijeron que podía encontrarlo acá.

—Este no es sitio para alguien como usted, Señorita... —dijo Klemmensen mirando a la mujer.

—Usted no me conoce en absoluto, señor Klemmensen.

—Y usted a mí sí, al parecer. —tomó un sorbo del whiskey que le aclaró la garganta—. ¿Quién es usted, señorita? —concluyó fijando su mirada a la de ella frunciendo el ceño.

—¿Acaso importa?

—Me gusta saber para quién estoy trabajando, si no le gusta puede buscar ayuda en otro lado. —tomó otro sorbo.

—Una disculpa, señor Klemmensen, los hechos recientes me han llenado de dudas y temores, no sé en quién confiar... La gente, ellos hablan de usted... que puede ayudarme con este tipo de problemas. —respondió con titubeos, se acercó a él sentándose en la silla que los separaba para susurrar—. Ya sabe, problemas del otro lado, problemas sombríos.

—Si la gente ha hablado de mí, tiene razón en no confiar en mí, Señorita... —respondió Klemmensen esta vez fijándose en un lunar sobre el labio superior de ella.

Problemas Sombríos | [Cuento]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora