Familia Estulte

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Ibel Estulte susurró tres veces a la tarjeta el nombre de aquel ocultista con ínfulas de detective buscando la ayuda a su problema.

—Señor Klemmensen, llevo una semana tratando de comunicarme con usted, estoy llegando a pensar que todo este tema de la tarjeta es una estupidez y me está tomando el pelo, parezco tonta hablándole a este trozo de cartón. —concluyó tirando la tarjeta sobre la mesa.

De pronto las letras impresas en la tarjeta se empezaron a encender, se movían líneas de fuego por el fondo amarillento de aquel cartón, las llamas parecían escribir poco a poco un mensaje, una respuesta, por fin algo. Estulte deleitada veía como el fuego serpenteante de la tarjeta se movía con delicadeza y elegancia dejando un grabado con una letra cursiva perfecta.

"He estado ocupado señorita, una disculpa, ahora mismo iré a su hogar para entrar de lleno en su problemática. Una cosa, tiene usted un hermoso cuerpo. No puede llevar la tarjeta hasta para ir al baño, señorita."

—¿¡Cómo se atreve!? ¿¡Cómo no pudo avisarme antes!? —respondió al aire Estulte mientras guardaba la tarjeta en un cajón—. ¿Cómo piensa llegar ese señor a mi...? —añadía luego de unos segundos de silencio, hasta que alguien tocó la puerta de su casa interrumpiéndola.

Se dirigió a la puerta rápidamente, una vez ahí preguntó quién se encontraba al otro lado de la entrada y era la voz única e indistinguible del señor Klemmensen.

—Soy yo señorita Estulte, Holdman Klemmensen, sé que no son las horas, pero también hay que decir que nunca es tarde para solucionar problemas.

Eran alrededor de las once de la noche, la lluvia torrencial creaba pequeños ríos sobre las vías, en ciertos momentos el cielo se iluminaba a causa de los fuertes relámpagos. Ibel Estulte no había notado lo furioso que se encontraba el clima esa noche hasta que abrió la puerta para dejar pasar a Holdman Klemmensen.

—Ya van varias horas con esta lluvia intensa. —dijo él al momento en que ella se perdió mirando la calle—. Señorita, ¿se encuentra bien?

—Sí, sí, pase. —dijo Estulte volviendo de su letargo—. Pase señor Klemmensen.

Klemmensen le pidió un momento a Estulte, pues se encontraba empapado por las fuertes lluvias, se empezó a frotar las manos, cada vez más rápido, hasta que estas empezaron a sacar pequeñas chispas y con sus palmas delineo el marco de la puerta, apenas entró todo el agua que llevaba encima por la lluvia no traspasó el umbral dejando a Klemmensen completamente seco. Con él entró una especie de luciérnaga, se posó sobre la palma de su mano y se la mandó a la boca como si fuese un maní.

Estulte parecía empezar a acostumbrarse a las excentricidades de Klemmensen, cerró la puerta obviando la situación que había presenciado.

—No me había percatado del fuerte clima que hay ahí afuera, pareciera que el mundo estuviera cerca de acabarse. —señaló Estulte invitando a Klemmensen al estudio contiguo—. Acá podremos hablar, tome asiento señor, por favor. Klemmensen se sentó y se sacó su sombrero dejándolo a su lado, Estulte se sentó frente a él, una pequeña mesa los separaba.

—Muy bonito su hogar señorita Estulte, bastante acogedor.

El estudio aparte de sus dos puertas, una hacia el pasillo principal y otra hacia la cocina, tenía un estilo barroco muy marcado, donde cada mueble parecía moldeado con la sinuosidad del océano, la luces desprendidas de las lámparas y candelabros daban la sensación de abrigo y calidez necesaria para dormir a un bebé, sus paredes atiborradas de obras de arte y estanterías repletas de libros lo invitaban a quedarse en ese salón, a ser preso del arte en sus distintas formas de expresión.

Problemas Sombríos | [Cuento]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora