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_Narra Adolf_ (historia canon)

Era un día cálido, no sabía si era por el sol de la mañana o por la radiación de las bombas que habían explotado el día anterior.
Por la ventana se podía apreciar un pequeño aeropuerto, me había llegado la no tan fantástica noticia de que tendría que volar a España para unos negocios.

Pues bien, mis padres de pequeño me habían vendido a otra familia, y había llegado la hora de conocerlos.

Preparé la ropa y me peiné las orejas de gato que salían elegantemente de mi cabello. Me vestí con mi ropa del Primark más cara: mi vestido granate corto, medias de gatito y plataformas negras.

Salí empoderado hacía la puerta principal y la abrí con mi suave y pálida mano, adornada con unas uñas rosas de gel. Iba caminando tristemente rumbo al avión, que triste destino el que me espera allí subido.

Agarré mi iPhone 19 pro max que estaba en un bolso de la entrada, el cual me llevé porque combinaba a la perfección con el resto del outfit.

Inmediatamente entré a la aplicación donde escuchaba música de manera ilegal, porque pagarle a los chinos no era muy rockstar. Después de encontrar los airpods me puse a escuchar Mitski, y me dejé llevar por la nostalgia de su voz en todo el camino al vehículo. Saludé con la mano al piloto y me senté, mientras miraba a lo lejos todas las tierras que dejaba atrás.

Odiaba la idea de que me hubiesen vendido, pero no podía elegir, era el destino. Mis padres querían más poder. ¿Y qué hay más grande que España? A parte de mis pestañas postizas y mi eyeliner no hay nada. Así que sí, debía ir a ese país lleno de tortilla e impuestos.

Quité la canción que estaba escuchando, no iba con mi mood, pero eso lo pude arreglar. Procedí a escuchar a Lil darkie, el cual si que pegaba con los autobuses llenos de judíos que miraba por la ventana. Los saludé y les lancé besos por el aire. Ellos me aman.

El vuelo era largo, y yo quería llegar ya a mi destino. Mis sentidos felinos estaban activos, no me gustaban las alturas, y ser no muy alto era una bendición.

Llegué a España sobre las 6 de la mañana, hacía frío, y había rojos trabajando duramente para no ser fusilados. Me gustaba, se veía que quien dirigía eso sabía lo que hacía.

Mis tripas maullaban del hambre, por lo que busqué un sitio donde comer mientras cargaba mis maletas fucsias de Barbie x gucci por el aeropuerto. La gente me miraba, me sentía poderoso. Todos parecían desearme. Pero yo solo quería a alguien: a mi dueño, con el que me encontraría por la noche.

Vi un llamativo color verde a lo lejos. "Mercadona" Por su fantástico y acertado logo supe que era una tienda de alimentación. Me acerqué a por algo, quizás un bocadillo de judías enlatadas me haría sentir como en casa.

Llevé el carrito por los pasillos llenos de comida, pude encontrar las latas inmediatamente, pero no el pan.

- Disculpe, ¿Dónde están las baguettes?- Misteriosamente sabía hablar con un bello acento andaluz, que obviamente enamoró al dependiente del establecimiento.

Me indicó donde podía encontrarlas, y me encaminé a por una deliciosa barra de pan.

Justo en ese momento lo vi, un apuesto hombre mediometro y con pelo de emo se llevaba la última baguette del Mercadona.

-Oye básico imbécil, ¿No ves que es mío?

Él se giró y me enamoró con sus profundos ojos, su cara perfecta y ese pelo tan bien peinado. Iba vestido con un traje blanco, parecía un regalo de Dios.

-Es mía. ¿Quieres compartirla? Pero tendrás que ser mío también.

No podía aceptar tan fácil, esa noche conocería al amor de mi vida y no me dejaría caer tan fácil, una barra de pan no valía lo mismo que yo.

-Okay, me parece bien trato. 

Mi boca habló por sí misma, como si estuviese a las órdenes de un dueño que no era yo. Mis orejas giraban alegremente y yo estaba ronroneando, creía que ya me había enamorado de quien ni debía. Y eso me causó dolor en el pecho, mi corazón de gato no podría aguantar eso.

Salimos del templo de la comida con la barra de pan y las judías, nos sentamos sobre el cadáver de un preso para estar más cómodos mientras comíamos los deliciosos bocadillos.

Quería besarlo, pero no podía, no era lo correcto. Sólo lo miraba comer. Allí, tan perfecto como siempre desde la primera vez que le vi.

Me fui sin despedirme, no quería volver a verlo más. Era un amor injusto y cruel, de esos que no sirven para nada.

Vagué por las calles españolas todo el día, pensando en lo ocurrido, no podía ver claramente por la longitud de mis grandes pestañas, pero creí volver a verlo a lo lejos, así que cambié de dirección. Pero para mi sorpresa, se acercó rápidamente y me agarró de la cintura.

- No te preocupes princesa, sé que estás vendida, y es a mi a quien buscas. Yo soy Franco, tu nuevo dueño. Serás mi gata, y créeme que seremos muy felices juntos.

Caí rendido a sus pies, y volví a incorporarme para un cálido y romántico beso que fundió nuestras almas.

Lo quería, lo quería más que aquella seductora barra de pan del Mercadona.

LA ÚLTIMA BAGUETTE DEL MERCADONA||||| Hitler x franco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora