Único.

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—Él es mi todo... —Le disgustaba como se sentía esa emoción, lo hacía parecer sensible, lo cual siempre le causó inseguridades. Mas el amor que sentía era más grande que todos sus complejos, cosa que tampoco le gustaría aceptar en voz alta frente a otra persona— Y me hace sentir como todo de algo. 

—Él te arrancó el ojo. 

Y me hace sentir como su todo, aún así.

—Sí, madre. Lo hizo. —Tomó asiento frente a ella, en el diván al lado de la cama. La ventana atrás suyo filtraba luz de luna, y la piel de su madre parecía de porcelana ante él— Pero no puedo odiarlo por eso, no esperes que lo haga. 

No cuando tan solo el peculiar timbre de su voz me hace casi temblar. No cuando siento que mis dedos pertenecen entre sus oscuras ondas de cabello. ¡Y si sus labios se sentían como algodón al chocar contra los suyos, no podía dejarlos a alguien más para besar!, porque eran suyos y su deber de adorar, porque esas manos encajaban sólo con las suyas, porque esos ojos se podían ahogar únicamente en el suyo. Porque Lucerys no era de nadie para amar más que él. 

—No entiendo, —susurró negando con su cabeza y sus cejas casi juntas. Se notaba casi nostálgica—. Te quitó el ojo con una daga, tenías sólo diez años y...

—Y ahora tengo veinte. El doble de eso, ¿y esperas que odie al muchacho que lo hizo cuando tenía cinco?

Incluso, teniendo en cuenta eso, Lucerys ni siquiera recordaba lúcidamente esa noche, y sabía ser culpable de ese acto por la constante repetición de los sucesos que a la gente le gustaba contar. Se sentía igual de apenado y el remordimiento era inmenso, pero agradecía a su memoria por no guardar en su mente una vívida imágen de Aemond sangrando a montones, mientras su mano tapaba la herida. Quizás y fué un auto mecanismo de defensa de su mente, no quererle hacer recordar aquella noche. 

Y Aemond lo perdonó, lo perdonó incluso antes de que Lucerys se arrodillara llorando, rogando por sus disculpas. Lo hizo en silencio, cuando volaba sobre su enorme dragona, el mismo día que oyó a Ser Criston Cole alardear de como Aemond, al contrario de su hermano mayor, era un prodigio con las armas. Lo perdonó cuando su hermana Helaena nombró a una mariposa Moon, como sus sobrinos solían llamarle; también cuando ella sonrió de la manera más genuina que él nunca antes había visto, cuando en su fría presencia la tomó de la mano como apoyo después de haberla visto llorar. 

Hasta se vió perdonándolo cuando sorpresivamente trató con —seca— amabilidad a una sirvienta.  Porque si podía tratar libre de odio al las personas que lo rodeaban cotidianamente, ¿por qué no a Lucerys, que vivía lejos de él?, ¿por qué no a Lucerys, que nunca se benefició de aquel accidente? Y si Aemond pudo seguir con su vida después de aquello, ¿por qué odiar a un niñato?

—Te he complacido en tantas cosas, querida madre, —Mantuvo su tono suave, casi como una nana. Nunca sería capaz de alzarle la voz a su madre, después de todo. O a pesar de todo, más bien— pero hacerlo en esto también... no. No puedo. No cuando es demasiado tarde. 

No cuando ya lo amo. 

Porque él mismo lo dijo años atrás, que fué un cambio justo. 

Un ojo por un dragón. Un ojo por sentir que encajaba. Un ojo por sentirse vivo. Y ahora no sólo Vhagar lo hacía sentirse así, sino que Luke también. Había sido tan inesperado como ninguna otra cosa, pero Aemond prefirió no quejarse. Ya no más. 

...

"Todo" Lucemond.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora