Había terminado el invierno, es mitad de mes, estamos en la estación que más amo y la razón es simple, al colegio que asisto está este gran árbol de cerezos, sus hojas caen como gotas unas gotas muy hermosas, por cierto, solo no me molesta asistir por esa razón, sé que es raro, pero cada cual es feliz a su manera ¿verdad?
Como cada día desperté a gran velocidad, siempre preparado, esperaba las mañanas y el salir del Sol. Desayuné apurado y caminé sin mirar a ningún lado hasta que llegué a la entrada del colegio, por alguna extraña razón estar cerca del árbol me relajaba era como ver la mismísima vida reflejada allí, es tan fugaz y deslumbrantemente hermosa.
Me detuve y al hacerlo, a mis espaldas alguien tropezaba conmigo, ambos caímos, me giré y había una chica de un cabello negro y –que ojos tan lindos son como la noche-dije sin percatarme; su rostro se puso rojo casi al instante, recogió sus cosas y se fue corriendo, no puedo mentir, verla irse me hace sentir raro, mi pecho duele, debí preguntarle su nombre.
Ha sido una mañana rara en la que acabo de encontrar una hermosa chica, que nunca había visto, o quizás nunca me empeñé en verla. Tantas horas de clases, palabras que malgastan mis oídos, odio todo este tiempo que malgasto de mi vida, aunque no puedo mentirme a mí mismo solo me siento contento mientras el Sol está presente, la oscuridad me llena de una tristeza abrumadora, es como caer en una espiral en la que no sabes que hacer, cerrar los ojos y desvanecerte hasta que la luz vuelva es todo y cuanto puedo hacer... por fin suena la campana, hora de tomar un descanso. Mientras bajo las escaleras, ella venia subiendo, me ha pasado por el lado, ni siquiera me ha mirado, pero sus ojos lucen decaídos, la miro y seguí mirándola hasta que no pude hacerlo más, - ¿qué le pasará? - me pregunto.
Al final no podré saber que tiene, creí que acostándome como siempre lo hago bajo la sombra del cerezo podría tener alguna idea de lo que pasa, no fue así.
-... la noche- suspiro.
Pasaron varios días en los que nos encontrábamos de repente, no intercambiábamos palabras, solo nos veíamos a los ojos por una fracción de segundo y comprendía que ella no era feliz, lo sé, podía sentirlo, eso y una presión en mi pecho cada instante que no estaba.
Luego fueron semanas ymeses en que mis noches dolían y sus días parecían torturarla; entonces, unanoche muy fría en la que regresaba de comprar víveres y debía pasar por delantedel colegio, me quedé observando cómo se desparramaban las hojas a la luz de laluna y fue cuando me percaté que había alguien en el techo, sentado en elborde, me asusté de manera horrible, solté todo lo que tenía en mis manos ycorrí como nunca, como si mi vida dependiera de ello, tropecé, me golpee enmuchos escalones, pero la vida de aquella persona era lo importante en estemomento, totalmente agotado abrí la puerta de la azotea....