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Marrón y Verde.

Pensó, con lo poco que le quedaba de cordura, en esa combinación y se rio. Era como las aceitunas de la pizza que comieron juntos ayer.

Solo que, a diferencia de ayer, hoy no estaba comiendo pizza.


Se comían el uno al otro.


Y, aquella mezcla de colores no hacía referencia a las aceitunas.

Sus miradas se mezclaban, se perdían, se volvían a encontrar una y otra vez.

Era mucho más que eso, siempre había sido mucho más. Jodian con el tema, lo usaban a su favor, lo dejaban ahí, en seco, como burbujas que estaban a nada de explotar. Una burbuja como en la que ahora estaban metidos los dos juntos.

Sus narices se rozaban, sus manos se enredaban, se les pegaba el cabello mojado de sudor, sus lenguas peleaban en un beso que parecía interminable. Un beso que sabían que estaba mal.

Se separaron. La música seguía latente mientras ellos conectaban sus miradas y mezclaban sus respiraciones. La gente a su alrededor se amontonaba y bailaba desenfrenada. Perdían el conocimiento y la razón, el porque estaban ahí y el como salir.

Los unía un hilo de saliva, uno con muchos sabores. Limón, naranja, frutillas... ¿Cuántos tragos habían tomado? Hace mucho perdió la cuenta. Simplemente no pensaban.

Volvieron a juntar sus bocas, se mordían y lamían. El más alto soltó un quejido que se perdió entre los dos, sangre empezó a salir de su labio inferior. El sabor frutal paso a ser metálico.

Estuvo tanto tiempo agachado que le dolía el cuello, así que agarro al mayor y lo llevo de la mano hasta la salida del lugar. Se subieron al auto, con la tensión a flor de piel y ese característico zumbido en los oídos.

Las emociones se veían en el aire, teñidas de diferentes colores. Era eso o ya estaba a un nivel de ebriedad que no era relativamente normal.

Llegaron y se arrastraron hasta el ascensor. Siguieron su juego, el tacto tan vivo que les quemaba la piel. Rodrigo gimió e Iván lo pego contra la pared.

Coloco su rodilla entre sus piernas y lo rozó, sabía muy bien lo que causaría pero no le importaba. El más bajo hizo lo mismo, se enredaron y fundieron, aunque en cualquier momento alguien podría entrar y ver. Aunque todos se enteraran, no estaban en sus cabales.

La puerta se abrió de par en par y siguieron camino hasta la entrada del departamento. Sin despegarse el uno del otro, solo siguieron.

El más bajo ato sus manos en su cuello, él lo tomo de la cintura. Se querían, mucho, y no lo podían aceptar, lo reprimieron tanto tiempo que de un momento al otro simplemente aquello explotó.

Marrón y verde se difuminaron, sus ojos estaban levemente cerrados y sus pupilas dilatadas. Rompieron contacto para abrir con la llave y pasar. La espesa penumbra de la noche les dió la bienvenida a ambos.

Sus frentes chocaron, quedaron quietos los dos. Costaba respirar, el calor los derretía. Todo músculo y vena se tensó en sus cuerpos cada vez más pegados. La ropa comenzaba a picar.

- Iván... Si seguimos mañana te vas a arrepentir - Rodrigo trataba de usar la lógica, pero la verdad, hace tanto tiempo que anhelaba este momento que no le importaba si después todo Twitch lo funaba, el único problema era que con Spreen era diferente. No quería ser la causa de que él tenga mala fama después de todo aquello. Se sentiría culpable y lo sabía.

El más alto metió su cara en el cuello del contrario y empezó a repartir besos. Succionó y lamió, se estremecía. Le encantaba, le encantaba ser el que causaba esos temblores y quejidos en Carre. En poder dejar una marca en su blanca piel.

- cállate, tarado

Esa fue su respuesta, un simple susurro en medio de la oscuridad de su casa. Ahí fue cuando se dio cuenta que ya nada importaba, que ya nadie iba a poner un freno. Que ambos compartían el mismo sentimiento y deseo.

- cállame entonces

Rodrigo se subió a la cintura de Iván, y volvieron a unir sus labios, a acariciarse, a sentir el sabor. Se dejaron ser, por primera vez en mucho tiempo comenzaron a fluir juntos. Respiraron al otro. Fueron todo y nada al mismo tiempo, entre el frío y el calor, entre la luz que entraba de la calle a la ventana, entre los silbidos del viento nocturno y las bocinas de los autos en la ciudad de Buenos Aires.

Entonces, cuando la puerta de esa habitación se cerró, los dos supieron que ya nunca más existirían el marrón y verde.

Ahora, era un profundo y oscuro oliva.

Y, talvez, solo talvez, sí que se parecía a las aceitunas.

Oliva · Carre & SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora