I. LA ESPADA DEL VERANO

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En el momento en que la alarma que anunciaba la cena hizo retumbar los muros de su habitación, Astrid se puso de pie con pereza, arrojó el cómic que estaba leyendo y se sacudió la ropa para quitarse los restos de las galletas que había estado comiendo. Bostezó, rascándose la cabeza y caminó hasta la mesa de noche al lado de su cama, donde reposaba la única cosa que le seguía robando el aliento incluso tras más de un milenio fallecido; su hacha brillante.

La sujetó a su cinturón y salió de la habitación, listo como siempre. Al pasar por la puerta contigua a la suya, escuchó un par de voces molestas que se batían en un duelo verbal. Mallory Keen, su compañera de piso, pateó el carrito de servicio furiosa, provocando que una cabeza de cerdo rodara de una manera grotescamente graciosa.

—Astrid —dijo alguien a manera de saludo.

El chico se giró apenas un poco, encontrándose con una sonrisa juguetona.

—T. J. —contestó asintiendo con la cabeza—. ¿Qué tal el videojuego que te presté?

T. J. agachó un poco sus hombros.

—Esperaba más por la manera en la que lo habías descrito. Mucha historia, poca acción.

—Todos son así últimamente, nada nuevo que valga la pena. Además, ¿qué más acción podrías desear estando en este hermoso lugar? Simplemente detente y olfatea —tomó aire y lo soltó, sonriente—. Casi puedes percibir la sangre fresca derramada.

T.J. resopló, acomodándose el rifle en el hombro.

—Que bueno que mencionas eso, porque parece que hoy tendremos un poco de «sangre fresca», si sabes a lo que me refiero.

Señaló la puerta al fondo del pasillo, mientras que Astrid lo seguía con la mirada.

—¿Alguien nuevo? —preguntó Astrid con las cejas alzadas—. Perfecto.

Entrecerró los ojos, mirando el nombre escrito en la puerta. T.J. al instante le dio un empujón por el hombro. Astrid lo miró confundido antes de hablar.

—¿Auch?

—Sé lo que piensas, puedo ver ese... brillo en tus ojos.

—No sé de qué estás hablando —continuó Astrid, ignorándolo.

T.J. puso los ojos en blanco antes de señalar el hacha del chico con la mirada.

—Estás pensando en más de diez formas posibles de asesinarlo.

—Pff, obviamente. Está en el Valhalla, si el chico nuevo no quería ser asesinado en el más allá, debió haber rezado a otros dioses. A Jesús, por ejemplo.

—Jesús no es un dios —advirtió T.J.

—Es el hijo de Dios y por lo tanto una manifestación más de él, de igual manera te escuchará si le hablas —explicó Astrid—. ¿Cómo es posible que yo sepa eso siendo vikingo y tú no?

—Pasé la mayor parte de mi vida luchando con racismo, clasismo y una guerra —se defendió T.J.—. La religión no era necesariamente algo primordial en mi vida, sobre todo siendo hijo de un dios nórdico.

Astrid se cruzó de brazos, resoplando.

—Llorón —musitó—. En mi época tuve que enfrentar cosas peores.

—Lo sabemos anciano —contestó T.J. en tono burlón—. La falta de estilo era una de ellas seguro.

Astrid le mostró el dedo de en medio y suspiró, girando en dirección contraria a la puerta del recién llegado.

BAD OMEN / MAGNUS CHASEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora