零 : zero

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Sus oídos hace mucho que zumbaban, la presión en su cabeza era tan fuerte que era muy probable que ya no fuese capaz de escuchar. No podía escuchar la forma en la que sus uñas arañaban la madera encima suyo, ni podía escuchar los jadeos en busca de aire que no podría encontrar, no podía escuchar el sonido de sus dedos rompiéndose y la carne cayéndose a pedazos por la fricción. El dolor en su pecho siempre era tan intenso, no podía acostumbrarse. Por más acostumbrado a sentir dolor que estaba, ese dolor seguía siendo potente, envenenándolo, como si cada segundo que pasaba se hacía más fuerte.

Los primeros días bajo tierra, pensó que podría hacerlo, aunque el dolor era insoportable eventualmente se podría acostumbrar y no lo sentiría, así como siempre ocurría. Fue un pensamiento errado y lejos de lo que realmente le esperaba. El sudor cubrió su cuerpo por completo los primeros días, un sudor frío que lo hizo temblar por un tiempo. Hasta que se deshidrató por completo.

El dolor no se hacía más ligero conforme el tiempo pasaba, y comenzó a desesperarse luego de un tiempo, quién sabe cuánto. Aguantó paciente, pero terminó arrepentido, el dolor no mejoraba, no pasó como cuando terminó con una pierna amputada y esperó pacientemente a que se volviera a unir, ni cuando se fracturó el cuello y tuvo que mantenerlo en su lugar mientras se curaba o literalmente se le podría caer la cabeza. El dolor seguía ahí.

Ya no había aire, y había llegado un punto en el que ni siquiera tenía la fuerza para respirar. Simplemente había dejado de hacerlo, la agonía en sus pulmones era menor que la de su pecho, y estaba tan oscuro que no miraba. A veces Ruoye intentaba calmarlo acariciando su cuello o apretando sus manos para que dejara de lastimarse, pero eso no ayudaba mucho.

Cuando estaba consciente, a veces intentaba arañar la cubierta del ataúd con sus uñas, se quedaría sin uñas o sin dedos, aún así, estaba completamente sellado, no había forma de salir. Si estaba demasiado cansado como para intentar, acudía a desgarrar su propio cuello para quedar inconsciente con rapidez, de esa forma, la mitad del día (que para él se sentía como un instante) se la podía pasar durmiendo, mientras su cuello sanaba muy lentamente.

Fue así como la pasó, día a día, por demasiado tiempo. Los movimientos se volvían repetitivos, más por costumbre que por desesperación. Y a veces creía que ya no sentía, que ya no era capaz de pensar, porque solo quedaba el dolor, solo podía pensar en eso.

Una parte de su alma rogaba por ayuda, gritaba: ¡AYÚDENME! ¡AYUDA! ¡DUELE! ¡DUELE! ¡DUELE!

Su cerebro se encargaba de hacerlo alucinar mientras estaba despierto, y lo hacía soñar mientras estaba dormido. Dolía. Duele. Duele mucho. Seguía doliendo. Su cuerpo estaba tan débil que la única pizca de fuerza que podía ejecutar, estaba en el movimiento de cortar su cuello con las uñas. Las primeras veces intentó quitar la carne y la sangre debajo de las uñas. Llegaba un punto en el que ya no importaba. Era mejor si no escuchaba, el sonido de la piel rompiéndose y la sangre derramándose. Incluso había encontrado cierto placer en ese sentimiento de marearse luego de perder mucha sangre para luego caer inconsciente, porque cuando estaba inconsciente, su mente no lo hacía enfocarse al 100% en el dolor.

Ese día no fue diferente a los demás. Esta vez era una ilusión de su madre, cuando en el patio del palacio jugaba con él y recogían flores juntos, o cuando ella le leía cuentos mientras él estaba recostado en su regazo, esa mano acariciaba suavemente su cabello bien peinado y adornado con perlas lujosas mientras su voz dulce y suave lo incitaba a dormir.

—Hace muchos años, había una pequeña niña llamada Mi. Le gustaba hacer ropa y zapatos. Ella hacía hermosa ropa y zapatos. La madre de la pequeña Mi murió cuando ella era muy pequeña...¹

Su rostro era borroso, las blancas perlas que colgaban de sus orejas se mecían junto con su cabeza, se movían cuando su boca pintada de rojo se abría y se cerraba, su mano blanca y adornada de anillos y pulseras sostenía un libro igual de lujoso que todo su atuendo, decorado por una pasta roja y dorada. El carácter del libro era borroso, pero se conformaba con escuchar la voz de su mamá, su cabeza estaba haciendo un buen trabajo. Aunque no escuchaba su voz hace mucho, era tal y como la recordaba.

Melodía en Ciudad FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora