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LIAM

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La visita de Charlie me dejó pensativo durante unos días. No por el tema de Maia, sino porque me hizo recordar una etapa que creía olvidada.

Cuando entré en la Academia de Cine, no lo hice porque aquel fuera mi sueño frustrado y quisiera dedicarme a ello toda la vida. En realidad, solo lo hice porque me gustaba. El cine siempre ha sido una de mis pasiones, así que me dije: ¿por qué no? Sin embargo, mi padre no se tomó demasiado bien que malgastase mi futuro en algo que, según él, no tenía ninguna salida. Claro que a mí, con dieciocho años y una figura paterna más bien nula, aquello no me importó una mierda. ¿Acaso alguien es lo suficientemente maduro a esa edad como para elegir el camino correcto y labrarse un futuro digno? Permitid que lo niegue.

El caso es que estudié Producción Cinematográfica durante dos años y, al terminar, me apunté a algún que otro curso para seguir formándome. Cursos en los que, por supuesto, también estuvo Charlie. Cursos en los que, por supuesto, él siempre destacó por encima del resto.

A veces toca admitir que, por mucho que algo nos guste, por mucho que algo nos apasione, simplemente no hemos nacido para ello. Yo no quise darme cuenta porque, ¿a quién le gusta aceptar que se ha equivocado? Con veinte años solo podía pensar en convertirme en el jodido mejor director de cine del país, crear una obra maestra y hacerme rico con ella. Sí, soñar es demasiado bonito... Y demasiado duro cuando vuelves a poner los pies en el suelo.

Dejé de gastarme los ahorros en un sueño frustrado y busqué un trabajo fijo, uno que me mantuviese ocupado las horas suficientes para dejar de pensar en que no servía para nada. Conocí a Harvey, me contrató de camarero en el bar que acababa de abrir... Y el resto era historia. Tres años después, seguía currando en el Lamb & Flag, había aprendido a tolerar la indiferencia de mi progenitor y, sobre todo, a aceptar que por mucho empeño que le pongas a algo, si no estás hecho para ello, no lo estás y punto.

Sin embargo, tres años después, la visita de Charlie me devolvió las ganas.

Revisé las páginas webs de la Academia. Eché un vistazo a los grados que tenían abiertos, me planteé incluso apuntarme a alguno... Pero en el último momento acababa por echarme para atrás. ¿De qué me iba a servir? Tenía estudios más que suficientes, ellos podían haber contactado conmigo. Si no lo habían hecho, por algo sería.

Y entonces lo vi.

Ya había oído hablar de él. El Festival de Cine de los Campos Elíseos era uno de los más reconocidos, no solo a nivel estatal, sino también al otro lado del charco. Tenía lugar en París y acudían figuras del mundo de cine de todas partes, sobre todo francesas y estadounidenses. Aquel año se llevaría a cabo durante la tercera semana de junio, y las entradas ya estaban a la venta. Resoplé al ver el precio. Porque esa era otra, claro, intenta meterte en un mundo, ya de por sí muy complicado, en el que las oportunidades únicamente se le presentan al que más dinero tiene...

Casi cerré la página para olvidarme de una jodida vez de todo el tema del cine.

Y digo «casi» porque una pequeña parte de mí quiso seguir torturándome. Bajé y bajé... Hasta que un titular llamó mi atención. Al parecer, los estudiantes que se habían graduado en la Academia recientemente, en los últimos seis años, podían optar a un número limitado de entradas rellenando un simple formulario. Vamos, lo que es un sorteo puro y duro... En definitiva, muy pocas posibilidades. Pero yo entraba en ese rango. Y lo medité. Fui consciente de lo complicado que era hacerse con esa entrada, de que seguramente los últimos alumnos tuviesen más probabilidades que el resto... Aunque también lo fui de que no perdía nada por intentarlo.

Rellené el formulario con mis datos y le di a enviar.

No tenía ni la más remota idea de qué narices iba a encontrarme allí, si en aquel festival iban a estar todas las respuestas o si, de la nada, iba a aparecer alguien que me ofreciese un papel, una película o un guion alucinante a la espera de alguien que le diera forma. Pero lo había hecho. Y las estadísticas eran tan bajas que apagué el ordenador con muy pocas esperanzas.

París me venía muy grande...

Demasiado.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora