Capítulo 1: Ausencia

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Luego de esa primera crisis, Jorge se dedicó durante varios días a observar a su hija; estaba atento a su comportamiento, a sus reacciones cuando dormía, la llevó a hacerle algunos análisis sencillos, pues tenía la esperanza de encontrar cualquier otra causa que explicara lo que le había pasado a su hija.

Sin embargo, muy en el fondo, sabía la respuesta a todo.

Justo como tantas veces lo mencionó con Silvia, la esquizofrenia podía ser hereditaria y, aunque quisiera fingir que no, estaba demasiado seguro del diagnóstico de su pequeña.

Él era médico psiquiatra, pero eso no conseguía consolarlo ni un poco. Era, de hecho, peor. Justamente, a pesar de ser psiquiatra, no pudo controlar adecuadamente los síntomas de su esposa y aquello había terminado en la peor tragedia de su vida. Tragedia que todavía se sentía incapaz de superar.

El director del hospital le había dicho una y otra vez que no era su culpa, que la gravedad de la enfermedad de Silvia era complicada de manejar. Todos habían intentado por todos los medios convencerlo de ello, sin conseguirlo por completo.

Pero... ¿y si no podía salvar tampoco a su hija? Jamás se lo perdonaría. Como no se perdonaba aquel día en que, por fin, encontraron la carta de despedida luego de varios días de búsqueda.

Una noche, mientras arropaba a su hija para dormir, notó su carita de preocupación y se sentó a su lado en la cama, tomándole una mano con las suyas para transmitirle seguridad.

- Papi... ¿Estoy enferma de algo? ¿Es grave? ¿Por eso estás tan preocupado estos días?

- Mi niña, tú no te preocupes, no tienes que hacerlo, ¿de acuerdo? Yo solo... intento descubrir qué fue lo que pasó contigo aquel día en la escuela, para asegurarnos de que no vuelva a pasar, eso es todo. – la pequeña suspiró. – Oye, mi amor, sea lo que sea, yo no voy a dejarte nunca, ¿me escuchas? Siempre voy a estar a tu lado, para cuidarte, para protegerte, y... solo confía en mí. Todo saldrá bien. Aquí tienes a tu papá y aquí vas a tenerlo siempre. No voy a dejar que nada malo te pase, princesa.

- De acuerdo. – Jorge se acercó a besarle la frente.

- Descansa, mi niña. – se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta. – Te amo, Angélica. – dijo antes de salir.

Se dirigió lentamente hacia su habitación; al entrar, le puso el seguro y luego se tumbó en la cama, solo mirando el techo. Muchos recuerdos de su vida con Silvia comenzaron a atravesarse en su mente, haciendo que pronto las lágrimas comenzaran a rodar involuntariamente por sus mejillas, bajando hacia su cuello.

Recordó el día que la vio entrar en su consultorio, con sus ojitos llenos de miedo e incertidumbre, cómo ella le dijo que era una carga para su marido y cómo él, sin éxito, intentó hacerla desertar de ese pensamiento. Las alucinaciones que siguieron, esos largos periodos de euforia y depresión que resultaban tan dolorosos para ella como para él.

Recordó las noches que pasaba con ella en el hospital, leyéndole cuentos, abrazándola para que se quedara tranquila, susurrándole al oído que todo iba a estar bien. Recordó el día en que ella comenzó a tener la remisión de la crisis y cómo, poco a poco, un poquito más cada día, ella se convenció de dos cosas: de que él era sincero cuando decía que, a pesar de ser incorrecto, se había enamorado de ella, y de que ella también estaba perdida e irremediablemente enamorada de su psiquiatra.

Recordó su rápida huida del hospital y los días en la casa en la playa. Recordó cuando hicieron el amor en la cabaña, y lo afortunado que se sintió al ver la carita de ella cuando le dijo que estaba embarazada. Recordó su embarazo, la pancita de ella que le encantaba acariciar y besar. Recordó el día de su boda, lo preciosa que se veía con su vestido de novia, la decoración del lugar, ese instante lleno de magia...

Por siempre tuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora