20. Retour à toi

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Horas después, cuando al fin llegó al pueblo, Magnolia se caminó directamente a su hogar. Entró de prisa, buscando a aquel huésped al que ahora estaba segura de no querer dejar ir; al menos no sin decirle lo que sentía realmente. La casa se hallaba vacía, sumida en un silencio sepulcral. El piano que, durante el tiempo que él estuvo en la casa, revivió sus glorias de antaño, ahora se veía opaco, triste. Avanzó con cautela hacia la habitación que le había sido asignada a él y para su sorpresa y desconcierto, la halló impecablemente limpia y vacía. No quedaba de él rastro alguno, era como si nunca hubiese estado ahí.

Corrió desesperada hacia el local de su padre, en donde lo encontró recostado sobre el mostrador, preocupado. Cuando sintió su presencia, levantó la cabeza y sus ojos se abrieron incrédulos; frente a él estaba su fugitiva hija, sudorosa y respirando con dificultad.

—¡Magnolia, hija! ¡¿Pero qué fue lo que pasó?! —Gritó él, consternado por su estado.

—¿Y Lucien? Necesito hablar con él, ¿Dónde está? —Dijo, cuando logró retomar el aliento.

—El doctor ya se fue. Debía irse urgentemente por una emergencia. Me dijo que había hablado contigo y te había dicho que debía marcharse y que, por lo tanto, retiraba su propuesta de matrimonio; ¿Es eso cierto? —Inquirió.

—¿A qué hora dijo que se iría?

—Mencionó que abordaría el ferry de las cuatro y ya pasan de las seis. —Mencionó desanimado.

—¡¿El ferry?! ¡¿A dónde iba?! —Exclamó, sin importarle el gesto de desconcierto que cubría las facciones de su progenitor.

—No-no lo dijo, solo mencionó que ya debía partir. A estas alturas debe estar ya en medio del océano. —Tartamudeó, sobresaltado.

—No, no, no, Dios mío no. No puede ser demasiado tarde, no. —Clamó, mientras se apresuraba a correr hacia el transporte que partiría en poco tiempo. Sin importarle las personas que se movían con equipaje, mercadería o incluso pesca fresca, se abrió camino a empujones hasta alcanzar el único ferry de pasajeros que hacía sonar su chifle, indicando que pronto zarparía. —¡Señor! —Gritó, llamando la atención del hombre que recibía los boletos. —Por favor, dígame si el doctor Addario abordó el barco anterior o si está en este.

—Perdone señorita, no tengo esa información.

—Por favor, es como de esta estatura, cabello castaño oscuro, moreno claro, ojos azules, rostro serio. —Enumeró, describiéndolo.

—Lo siento, no he visto a alguien así. Además, aquí ha pasado mucha gente, pude no haberlo notado. —Dijo el hombre, retomando su labor.

—Revise los registros, tengo qué saber dónde está. Necesito hablar con él. —Decía, suplicando entre lágrimas.

—Disculpe, pero no puedo ayudarla. —Espetó cortante. —Ya es tarde y debemos partir pronto, antes de que caiga más la noche, si me disculpa.

—¡Lucien Addario! Ese es su nombre, búsquelo, se lo ruego.

—Señorita, por última vez, ¡no sé de ningún Lucien Addario, así que por favor...! —habló el hombre enojado, levantando la voz.

—Soy yo. No sabía que ahora nos llamaban por turno. —Dijo confundida una voz grave a sus espaldas. Ella sintió como el alma le volvía al cuerpo al escucharlo. Se giró lentamente para verlo de frente y sonreír ampliamente, aunque aún llorosa.

—¿Magnolia? ¿Qué hace aquí? —Preguntó extrañado cuando la reconoció. Ella, por su parte, corrió hacia él para rodearlo en un efusivo abrazo.

—Pensé que te habías marchado. —Dijo sollozando sobre su pecho.

—Debí haberlo hecho, pero me retrasé y no alcancé el otro barco. ¿Por qué está acá? ¿Se encuentra bien? —Preguntó alzando su rostro para observarla a detalle. —¿Por qué llora? ¿Alguien la lastimó? ¿Sucedió algo malo? ¿Su padre se encuentra bien? —Interrogó nervioso, perdiendo su siempre tranquila compostura.

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